Por Cristian Cottet
Es común que todo acercamiento al arte se inicie con una panorámica de lo que debía ser el arte prehistórico o arte primitivo, conteniendo en esta afirmación más que certezas muchas dudas. ¿Qué es la prehistoria, el arte o las expresiones materiales y simbólicas de los primeros habitantes? La sociedad occidental y capitalista en la cual convivimos se ha caracterizado por un tipo de etnocentrismo que ya comienza a molestar, tanto es así que el desarrollo de su propia historia está instalado como única historia y el arte como un asunto universal, cuando en verdad no pasan de ser localismo chauvinista.
A propósito de los cambios ambientales del continente africano, territorio definido como espacio donde se generaría la primera evolución que da origen al homo, abrían cambiado el escenario ecológico donde se desarrollaban los hominoideos, alimentándose de yerbas, restos de animales, frutas, y principalmente viviendo en las copas de los árboles. Estas transformaciones ecológicas crearon zonas donde el bosque se convirtió en sabanas, espacios llanos, de baja arbolea, de menos protección y desventaja de sobrevivencia para estos hominoideos. Consecuencia de esto se produce el natural conflicto de propiedad sobre las zonas selváticas que restaban: unos quedaron instalados en esas zonas, mientras otros debieron buscar nuevas formas y espacios de sobrevida. Estos últimos son los homínidos, ancestro directo del homo sapiens.
Cuando nos referimos al arte convocamos más de un fantasma recargado, pero no de un signo lingüístico. Estamos dando riendas sueltas a plantillas absolutas que, si bien es cierto facilitan el ordenamiento histórico, no ayudan mucho a la hora de identificar las particularidades de cada cultura. Admito con esto mi propia imposibilidad de instalarme en el terreno de lo absoluto para cualquier análisis o evaluación del arte, sea éste primitivo o moderno, por lo que seguiré un camino más bien reflexivo y desordenado en este artículo, el que estará marcado por dos estaciones: un acercamiento al génesis del lenguaje como proceso de socialización o simbolización y el análisis del proceso de iconización en las instituciones culturales de todo tipo y lugar.
La necesidad de desplazamiento hace que varíe la posición semicuadrúpedo (los hominoideos se desplazan apoyándose en manos y pies) a la de bípedos, haciendo de ellos seres erectos, con libertad de manos para otros menesteres. El erectus, de manos libres, enfrentado a nuevos desafíos y necesidades libra su boca como instrumento de sujeción. Si otrora empleaba la boca para asirse de ramas y trasladar comida o precarias herramientas, hoy esas tareas las realiza con sus manos. Así, libre cabeza y boca comienza un largo ejercicio de entregar a estos órganos nuevas funciones.
Erecto, manos libres y desplazándose por doquier el homínido conoce nuevos territorios, transforma su dieta y su socialización se ve forzada por la defensa de otros animales y otros que le acosan. Debe por ende explicar su nivel de respuesta y dominio, debe planificar, debe organizarse para hacer de la naturaleza nueva un espacio de vida. Los sonidos guturales básicos que le permitían sobrevivir sobre los árboles ya le eran insuficientes y se ve en la urgencia de nominar nuevas cosas, nuevos fenómenos que le apremian. Así, de esas nuevas condiciones comienza un proceso lingüístico que arranca desde la construcción de nuevos nombres, nuevas palabras, por decirlo corto.
Este curso de productividad lingüística abre las puertas al génesis del lenguaje. La dinámica de cambio no es mecánica ni unidireccional, el avance es dado por continuos retrocesos y desiguales parámetros de calificación. Así, por ejemplo, se acepta como lugar común que la evolución de las especies está dada por el reforzamiento de aquellas especies que son más sólidas y fuertes y que son éstas las que se sobreponen a las débiles. Este razonamiento, tan extendido, se ve aquí cuestionado por el sólo hecho que la evolución del ser humano se ve desplegada desde la derrota que sufren algunos hominoideos siendo desplazados de su territorio, por lo que se ven exigidos a extremar sus capacidades para sobrevivir. Son los expulsados, los vencidos, los que evolucionan hasta el homo sapiens y no los vencedores que mantienen el territorio. Son estos desplazados los que, por exclusiva necesidad, desarrollan nuevas formas de comunicación.
Dos fenómenos se conjugan en lo que podemos denominar como aparición del lenguaje, los cuales se complementan y funcionan como una consecuencia relacionada. De una parte, al enfrentar nuevos desafíos y habiendo ya generado un prelenguaje por medio de la combinación de semiestructuras (lo que denominamos “cruce”), el homínido entra en un nuevo estadio que va, como consecuencia, ayudando a las nuevas transformaciones morfológicas del sujeto homínido. Primero fue su boca, libre ya de otras tareas, luego las manos, desplazadas ahora a funciones más precisas, y finalmente todo el aparato fonador, llegando a ser el homo que hoy conocemos. Ya no sólo conoce pequeñas figuraciones sonoras, sino que les combina de manera cada vez más compleja sin desechar las anteriores. Este proceso característico del lenguaje denominado como dualidad, viene a impulsar el prelenguaje hasta configurarse como lenguaje propiamente.
Es una dualidad lingüística que se manifiesta cuando el homínido (en transición al homo) comienza a diferenciar la combinación de sonidos que denota peligro o comida con las articulaciones que cada uno conlleva. En estadios superiores de desarrollo esta complejidad ya se constituye por cada vez más nominaciones que van cruzándose unas con otras en un sentido lógico.
Esta propiedad del lenguaje guarda relación con el hecho de ser exclusivo en el sistema comunicacional y no se configura como tal si no a partir de sí mismo. Esta exclusividad existencial del lenguaje puede entenderse cuando en él descubrimos sólo el lenguaje haciendo de él un fenómeno especializado, simbólico y exclusivo instrumento de comunicación y como hecho plural, obliga a que los organismos que participan del fenómeno comunicativo sean además partícipes de ciertas convenciones que hacen factible aquello. La transmisión tradicional del lenguaje, como característica de éste, permite justamente que ese proceso se desarrolle. La enseñanza se establece así como un instrumento de incorporación del sujeto a la comunidad. El ser humano nace sin lenguaje y es su entorno inmediato (padres, hermanos, parientes varios, etc.) lo que va trasmitiendo y corrigiendo con el uso del lenguaje. Este proceso se ve facilitado por la constitución genética del sujeto, que entrega las bases de este aprendizaje, pero no lo completa. Es la transmisión, como característica comunicativa que se da principalmente en el lenguaje, el que permite además la continuidad de la lengua en esa comunidad.
Si entendemos bien a Umberto Eco, el icono puede llegar a cualquier forma externa en cuanto a que es una comunidad la que le requiere y reconoce. El ejemplo de Cristo crucificado puede acercarnos no sólo a la “vida-pasión-y-muerte” de Cristo, sino también a los veinte siglos de la Iglesia Católica. En verdad Cristo ya no está crucificado, sino que es la propia cruz la que contiene los significantes requeridos para referirla al cristianismo. Para el caso del kultrún no se precisa una representación figurativa y mecánica en cuanto se le reconozca el contenido significante que posee. Ahora, si es una comunidad la que otorga esa significación, podemos inferir que el “medio kultrún” está aceptado en cuanto lo mapuche le reconoce, pero ¿le reconoce como kultrún la chilenidad?
El texto anterior no responde a esta cuestión y queda más bien a la interpretación del lector. Si no es reconocido por la etnicidad, cuestión que me acerco a creer, estamos redondamente volviendo al efecto controlador de la iconografía propuesta por el Estado y por la chilenidad. Estamos en el punto en que el cruce de estas dos experiencias teóricas da lugar a una reflexión acerca de la búsqueda de cierta perfección, aquel momento donde la utilidad o funcionalidad da espacio a la estratificación del objeto/fenómeno, sea esto por la incorporación de nuevas tecnologías, sea también por el estatus que adquiere el instante donde lo estético interviene como factor diferenciador y el marco de referencia se determina desde la mirada. Bailar cueca es mucho más que un baile, más bien un signo patriótico contenedor. Es un arte y eso le transforma en un mayúsculo evento acotado en el tiempo y territorio.
¿A que convocan las Fiestas Patrias?
Como su mismo nombre lo indica, se trata de una fiesta la que se desarrolla convocando a todos los habitantes e instituciones del país. Una fiesta que, apelando al hecho patriótico, detiene las actividades laborales, educativas y sociales, para centrarse en exclusivo tiempo al gasto y consumo con el sólo sentido festivo y como fiesta, entonces, puede entenderse como un rito que se repite año a año y que contiene, a su vez, cierta cantidad de ceremonias que le dan forma, y en específico podríamos hablar de un ritual de intensificación que “marcan sucesos o crisis en la vida de la comunidad en su conjunto”. Asimismo, y sin desprendernos del sentido ritual, este evento se ha transformado en lo que Malinowski denomina como costumbre, o sea: “todas las formas tradicionales reguladas y estandarizadas de la conducta”. Un rito que se regulariza en el evento de las ceremonias, quedando en el estadio de costumbre y que convoca a los miembros de la nación.
Cantar hoy es un arte, declamar también, pero esto no significa que aquellos primeros sonidos que constituyen el prelenguaje y el parloteo (incluso ni siquiera el lenguaje) sean solo arte. Es bien avanzada la construcción de sistemas socioculturales lo que lleva a compartimentar determinadas expresiones del lenguaje y nominarlo como canto, declamación o arte. Expresiones culturales que también devienen de requerimientos ecológicos y sociales específicos que dan forma a la figura de humanidad. Pero cuando referimos al arte, lo hacemos desde el marco que contiene esta expresión cultural.