Por Cristian Cottet
De niño escuché más de una vez a mi abuela decir de alguna vecina: “Esa vieja no tiene agarradero”. La duda respecto al significado de ese término me siguió por años, en verdad por décadas, hasta que un buen día, en un duro debate, me increpó un amigo, “Tu argumento no tiene agarradero”. Reí de buenas ganas y me acordé de mi abuela, grande, de moño, con un vestido negro. Volvió esa parte de la niñez que ya había asumido como olvidada. Me propuse ir a verla y conversar con ella. Ese domingo partí al cementerio con mi hijo mayor.
Eso son las palabras. Pequeñas figuras que se nos meten en la boca y poco a poco no podemos desprendernos de ellas. Las llevamos en las manos, en el bolsillo o donde nos acomode, pero si se requiere decir que algo no tiene contenido, que no tiene orden, en definitiva, que no hay por donde tomarlo, sacamos como un mago eso del “agarradero”. Las palabras son un instrumento que poseen territorio, historia y un hablante que la emplea. Sin el hablante no hay palabra y sin palabras es difícil imaginar la identidad de un pueblo. Los seres humanos nominamos todo lo que conocemos y aquello que no conocemos, simplemente no tiene agarradero. Y así como la palabra “machina” (herramienta de uso transitorio y específico) viene del inglés, machine, el agarradero tiene su origen en cualquier parte de una cosa que sirva para tomarle.
Pero cada vez que se intenta ordenar algo, terminamos con todo desordenado. Cuando pretendemos corregir el uso de ciertas palabras, siempre terminamos “hablando mal”. No tenemos remedio los seres humanos, inventamos el diccionario y ocupamos más tiempo en inventar nuevas palabras que en revisar ese antiguo texto. La palabra (hablada o escrita) es uno de los instrumentos más importantes cuando nos proponemos construir, desarmar o inventar algo. Incluso creamos una ciencia que se ocupe de esto y le llamamos lingüística.
El principal tema de estudio de la lingüística es el lenguaje en toda su expresión y en específico el lenguaje humano, persigue un entendimiento científico de este fundamental aspecto de la vida social, dado que el ser humano sin él no podría establecer las casi infinitas relaciones que hoy le construyen. Por esto mismo, la lingüística se ha preocupado de profundizar y abarcar la mayor cantidad de materias que le refieren en cuanto el lenguaje humano ya que casi todo profesional requiere de un acercamiento al estudio del “hablar”, por ejemplo el profesor de literatura y escritura, el escritor, el sicólogo, el antropólogo, el cura misionero, el historiador, el ingeniero, etc. El habla, la comunicación o el idioma, ocupa hoy un lugar de estudio preferencial. La semiología, el periodismo, el sicoanálisis, etc. son claramente disciplinas deudoras de la lingüística.
Desde esta perspectiva el estudio de una lengua particular es un asunto que guarda relación con un grupo determinado de seres humanos, con una región, un país, ciudad o un pueblo. El estudio de la lingüística es un asunto que arranca desde esa territorialidad y uso para compararle con otras lenguas y determinar sus estructura o funcionalidad. No se trata aquí del sólo uso de las palabras, si no de su funcionamiento y su intrincado sistema de relaciones. Si bien el concepto de “ciencia” hoy está en constante exposición al cambio, la lingüística se ha podido sostener en él por el equilibrio que genera entre las denominadas “ciencias sociales” y “ciencias naturales”.
Al decir que la lingüística es una ciencia apunto al hecho de que ésta se dedica al estudio especifico de un cuerpo de materias (corpus) que denominan lenguaje (sea oral o escrito). Para el desarrollo de este estudio el lingüista hace uso de diferentes instrumentos, operaciones y relaciones que le permiten establecer leyes generales aplicables en cada espacio de ese corpus, debe además generar un instrumental teórico y práctico que le facilite el estudio y definirse a si mismo, dado que su propio corpus es además el instrumento de uso de ella.
Si atendemos la vida corriente y cotidiana de los seres humanos, descubriremos que en ella se da un trazado, un registro, una escritura múltiple que “define” a ese que le escribe o habla. Es difícil también establecer si es el ser humano el que hace su lenguaje o es éste el que construye el tipo de ser humano que somos. Antes de la lengua, ¿existía un cuerpo social? ¿Donde comienza la lengua, en el grito, en el sonido, en el gesto gutural? ¿Es la gramática el límite de una lengua?
Aquellas que se les denomina “lenguas muertas” (aunque de muertas es poco lo que tienen) sólo se les puede encontrar por dos vías: por el texto o registro que de aquella quede o por el acercamiento directo a quienes aún puedan tener recuerdo de esa lengua. Es una dura tarea, pero finalmente fructífera, dado que el rescate de alguna lengua en desuso permite conocer mejor la que tenemos en uso.
Este recuento de términos mineros de Andacollo, es un ejemplo de lo dicho hasta ahora. Es un recuento de los nombres que los mismos usuarios (miren lo extraño de este término) dan a las herramientas o machinas que se emplean en las faenas de trabajo. Es una muestra de un tipo de actividad humana y popular. Son términos que se comprenden en tanto se conoce la labor del minero pirquinero. Y es el lenguaje que desde niños los andacollinos aprenden a usar. No se si alguien más puede entender eso de “echarse el cuero a la espalda”, pero lo cierto es que entenderlo es pertenecer a una comunidad, a un grupo humano específico que “se hace” todos los días.
Es por esto que para su elaboración se recurrió a los usuarios (de nuevo este extraño término), a los mineros que pasan horas en el trapiche o en el maray. Se conversó, discutió y finalmente se llegó a un acuerdo de lo que significaba cada término. Esta labor se realizó en plena faena, riendo de las palabras que salían y de las acepciones que tenía. Por ejemplo, cuando revisamos la palabra “mina” ustedes imaginarán que no era una sola acepción y ambas tienen un potente significado.
Es el hablar lo que construyó este listado de términos y hablando también seguimos compartiendo. Así se construye identidad, así también se recurre a la memoria para apoderarse de un patrimonio que sin usuario (otra vez) simplemente se olvida y no reaparece con facilidad. Pero no es el caso. Aquí hay vida, hay experiencia, hay conocimiento y, por sobre todo, un cariño inconmensurable de lo que se hace para vivir.
Por lo pronto, ¿quién puede decir que este texto no tiene agarradero?