Max Oñate Brandstetter
“La tormenta de hoy,
es resultado de la tempestad
de ayer” (Dolores Ibarruri)
Ante el proceso que vive la república de Chile, en materia sociopolítica, debemos tomar en particular consideración que, más allá de toda condena al uso de la violencia física en la movilización social; dado que los movimientos sociales no forman parte del poder Estatal, por lo que no tiene que responder hacia la ciudadanía por sus acciones (accountability).
Por otro lado, debemos considerar que “Desde el punto de vista psicológico, siempre resulta más cómodo creer en la armonía de las relaciones sociales o en la paz entre los pueblos cuando de ello se extraen beneficios directos, aunque sea en detrimento ajeno”(1)
Desde la necesidad práctica de la realpolitik, en tanto, garantía política efectiva como ejercicio del poder, es posible realizarlo mediante “… asimilación cultural y política, o incluso por aniquilación física…”(2) y de este modo se realiza la razón de Estado.
Ahora resulta indispensable analizar la evolución orgánica de la política Chilena a nivel institucional:
Una vez restituida la democracia -entendida ésta como un régimen con elecciones periódicas- los partidos tienden a buscar el centro, desmarcándose un poco del estigma dual de “izquierda-derecha”, al mismo tiempo que confeccionan gobiernos empeñados en consolidar la estabilidad democrática, por sobre el cumplimiento de promesas electorales.
Los militantes y los electores en este escenario no tienen control ni participación significativa en la toma de decisiones, que con el pasar de los años se ha traducido en la pérdida del capital político en manos de los partidos y la auto organización política civil, ajena a la constitución del aparato público, pero como herramienta de movilización contra la clase política y financiera, dueña constitucional de los derechos sociales.
Ahora bien, este fenómeno de movilización social, ha protagonizado contiendas políticas parciales, incapaces (en algunos casos) de poner en crisis y riesgo la asimetría social, para que se realice la plena voluntad de lo exigido. Sin embargo, por otro lado, aquellas derrotas han realimentado el conocimiento acumulado del propio sector movilizado fortaleciéndolo en número y estrategias a lo largo del desarrollo democrático.
Es por esto, que desde hace un tiempo, los partidos ya no son (como si lo fueron en las décadas del 60-70) interlocutores válidos entre el Estado y la sociedad civil, que se expresa, entre otras cosas, en la deserción partidaria, en la baja constante de la participación electoral y la no consideración de los movimientos sociales hacia los partidos.
¿Por qué ha nacido y desarrollado la constante baja en la participación electoral?
Por una parte, el incumplimiento de las promesas electorales; pero por otro lado los hechos que dejan en evidencia el carácter de la “clase política” de sus propios intereses y nada de lo prometido hacia la ciudadanía; mapa cognitivo entendido tras el conocimiento público de SQM y otras irregularidades de financiamiento y tráfico de influencias.
Ello genera percepciones sociales similares a “la democracia y la decisión política le pertenece a quienes la financian y no a los electores”, por tanto, la democracia es de “los empresarios y no de la sociedad civil”; mapa cognitivo de alta dificultad de revertir.
Por otro lado, la insistente movilización social, vilipendiada y satanizada, mediante el lenguaje moralista (lejano a toda ciencia y corroboración de hechos) de los medios de comunicación, que señala a los movimientos sociales como creador de violencia y delincuencia desatada indeseable “y rechazable desde todos los sectores” no permite entender el proceso político, los intereses de poder, influencias ni el comportamiento político en general y esto ocurre porque “el efecto de dramatización no se debe solo al carácter anormal de la violencia; es consecuencia también del sentimiento de inseguridad que provoca su aparición. Sus primeras manifestaciones hacen siempre surgir el temor a que “esto degenere”. Ponen de manifiesto la ruptura de los controles sociales que, en tiempos normales, inhiben o alejan la tentación de recurrir a la fuerza”(3)
La vida civil interrumpida por la violencia callejera –que siempre buscan más la exhibición del exaltado radicalizado contra las fuerzas de orden, que al “hecho aislado” de la violencia policial- produce por sí misma una multiplicación de los llamados a la calma y ese “instinto” es aprovechado por las autoridades políticas (cuestionadas por alta desaprobación ciudadana) y la gran prensa concentrada –dado que la prensa forma parte de los regímenes políticos- cuya acción se remite a la entrega de noticias, pero también en formación política de la óptica desde los directorios, al calificar de moralmente buena o mala la acción política ajena a la política oficial.
Este mapa cognitivo –forma de pensar a través de la construcción de la “opinión pública”- como dispositivo de poder, no tiene otra intención que alejar la amenaza, salir de la crisis, acabar con la movilización, o, en último caso, tener un movimiento social inofensivo, impotente e incapaz de poner en riesgo algo, por tanto, incapaz de obtener su demanda.
(1) El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.
(2) Braud, Philippe; Violencias políticas, Ciencia Política, Alianza Editorial. Pág. 103.
(3)Ibíd. Pág. 95.
(4)Ibíd. Pág. 102.