Max Oñate Brandstetter*
“Quisimos llegar al socialismo por la vía democrática
y terminamos en el capitalismo por la vía armada. Todo al revés”
Un Ciudadano anónimo
Estimado, escribo con el motivo de que estas letras lleguen a ser leídas por usted. Nuestras presentaciones son totalmente asimétricas; usted es una persona conocida por ser nieto de quien encabezó la Unidad Popular, lo que lo ubica casi como un “personaje público”, yo, en tanto, soy un cientista político, que esta vez pretende establecer solo una mera discusión política, alejada de toda ciencia que mide la realidad en relaciones de causalidad.
He leído algunos de sus artículos que circulan por la web y comparto gran parte de ellos. Aunque la carta dirigida a Gabriel Boric -de quien desconozco si se dignó a contestar dicho texto- refiriéndose a la “Izquierda Nice”, y al frente amplismo en particular, me hizo un poco de ruido. Ruido, en el sentido de como las responsabilidades políticas pueden ser trasladadas a cualquier actor, aunque ellos no sean causantes de nada.
Mi intención, insisto, no es defender al Frente Amplio ni a ninguna otra coalición, sino en darle una vuelta a la discusión misma, en torno a la actual composición política nacional (chilena) de aquellos partidos de “izquierda”, que no proyectan nada lejos del alcance de su propio ombligo.
Es innegable que el diputado Boric –como tantos otros- pareciera ser resultado de esta adaptación pasiva al medio, que interpreta cualquier código socialista como violador de los derechos humanos, dictadura donde no gobierna el principio del libre mercado; expresiones trasnochadas de las ruinas del comunismo marxista (como si el liberalismo fuera algo muy nuevo) muy a pesar de la identidad política que se exhibe de forma pública.
Así se moldea un tipo de izquierda que la derecha desea y necesita, pero este dilema se instaló en Chile desde hace muchos años.
En plena campaña electoral, se realizaron debates televisados, para comparar la agenda pública de los candidatos, con el objeto de que la ciudadanía “votara informada”.
La pauta televisiva tenía dos ejes o dos grandes temáticas “Venezuela: a favor o en contra”; “terrorismo en la Araucanía”: a favor o en contra de la Ley antiterrorista”; estancando posiciones bipolares (como si continuara la guerra fría) de “chilezuela o desarrollo económico, ubicando artificialmente, supuestos proyectos en pugna, más allá de los electores y los candidatos.
La verdad es que ese truco del marketing político superó con creces a la identidad de los candidatos, donde nadie quería “defender la dictadura chavista” (salvo Artés), y donde solo dos candidatos querían profundizar el modelo de desarrollo liberal, aunque el candidato oficial de la derecha en segunda vuelta terminó transformando su programa, para ganar la simpatía de los electores, permitiendo convertirse en el presidente de la República.
Es preocupante y curioso que gente preparada, muy informada, solo se preocupara de desprenderse de los “modelos socialistas latinoamericanos” y sin jugar “al empate” (deporte favorito de la derecha), nadie pusiera en evidencia los modelos libre cambistas que han fracasado en la región y que siguen causando profunda inestabilidad.
¿Por qué no se les exhibe como modelos condenables? ¿Por qué fueron proyectos de la derecha? Pero más aún ¿Entonces por qué la izquierda no lo hace tampoco? ¿Por no jugar a empate como lo hace tradicionalmente la derecha? ¿Por desinformación propia? ¿O por el principio de negación de la violencia y la inestabilidad política venga de donde venga?
Me refiero (sólo por citar un par de ejemplos contemporáneos) al caso de “la guerra del agua” en Bolivia, donde el proyecto libre cambista intentó privatizar incluso el uso de aguas lluvias en aquel país, desarrollando enfrentamientos armados entre las policías y el ejército, donde la única respuesta posible fue en revertir dicho proceso de enriquecimiento artificial de las transnacionales. Así como también el caso de Paraguay, con un gobierno ultraderechista, encabezado por el “Partido Colorado”, heredero de la dictadura militar de ese país, que ha provocado una grave crisis, de alta inestabilidad política, social y económica, sólo comparable con el caso de Venezuela (desde el punto de vista académico), donde absolutamente ningún bando se pronunció, como ejemplos irrefutables del fracaso del proyecto liberal.
Otro punto polémico es el caso de la Ley antiterrorista y la violencia en la Araucanía, donde absolutamente todos los candidatos señalaron que existe el uso de la violencia mapuche anti estatal, aunque los matices oscilaban entre aplicar o no la mencionada ley en este contexto. Quienes representaban una etiqueta “más de izquierda” se negaban a resolver el conflicto con el principio antiterrorista y la militarización, mientras que hacia la derecha, el discurso era el tradicional “la fuerza de la Ley y el orden” (o por la razón o la fuerza), afirmando siempre que la pobreza va unida con la violencia, por lo tanto “hay que hacer evolucionar a los incivilizados indios”, que por cierto este último punto, es transversalmente occidental y colonizador, presentes en todos los candidatos (y tal vez de todos los partidos), lo que coloca a Pinochet como un visionario, como un modernizador del aparato estatal, pues, la Ley antiterrorista (construida para aniquilar al comunismo) es algo necesario tener, más no aplicar en forma indiscriminada, donde nadie tuvo el valor de remontarse a su origen, ni señalar que debe ser eliminada de la actual legislación chilena.
Desde hace mucho tiempo se abrió una grieta entre “la clase política” y la sociedad civil (término gramsciano) donde esta última se ha auto convocado, auto organizado y solo cuenta consigo misma, sin tener colaboración de los partidos, salvo por ser mencionados en la agenda pública de la oferta electoral, donde cada candidato decía recoger la demanda de la ciudadanía, para “construir un nuevo Chile, que los chilenos necesitan”.
Han pasado grandes catástrofes a partir de ello, como, por ejemplo, el hecho de que no aparezca el cuerpo de José Huenante (el primer detenido desaparecido en democracia dice “el mito popular”) o la trágica muerte de Manuel Gutiérrez en un cacerolazo por la educación gratuita. ¡Claro!, con la cacerola en la mano se debe haber visto amenazado tanto el orden social construido que era necesario matarlo con una ráfaga de una uzi… podría mencionar acá un montón de “hechos aislados” que han arrebatado muchas vidas e integridad física de muchos “ciudadanos”, en una disputa, “ya no por el socialismo dictatorial soviético”, sino por una reivindicación social-liberal, que se ajusta a las necesidades actuales, más que a un “programa de inestabilidad al proyecto de la oligarquía”, nacidos de la “mente satanista y homosexual” (como indicaba Carlos Cabezas, integrante de Los Jaivas).
Ese es el verdadero triunfo de la derecha, que declara la invalidez de todo uso de la violencia (salvo la oficial-legal de los grupos armados –como el comando Hernán Trizano- del Estado) y a las “dictaduras izquierdizantes”, a lo que se ha acoplado la generalidad de toda la izquierda institucional chilena, incluido hasta la recién nacida coalición Frente Amplio, porque la “izquierda” ha dejado de pujar contra la derecha y ahora lo hace contra el propio ser humano”, como señalaba Raúl Söhr.
En la actualidad, en la comuna de Santiago, han enaltecido una figura inexistente, como si se tratara de una conspiración del “comunismo adolecente internacional” que debe ser “eliminada”, bautizada como “la banda de los overoles”, expulsando estudiantes, tratando (en su calidad adulto-céntrica) de neutralizar la violencia, quizás con ayuda de carabineros ¿Y dónde están las autoridades de izquierda en ese contexto? Privilegiando las alianzas políticas, mientras que la sociedad civil se bate por sí sola, se le cuestionan sus métodos, no se les ayuda y una vez cada cuatro años se les ruega por el voto, para que el circulo de la “estabilidad, desarrollo y paz social” perduren a pesar de la pobreza, la exclusión académica, la contaminación, atravesada por la constante decadencia corrupta de la clase política, que se expresa en las propias urnas, donde no vota ni la mitad de la población.
En este punto me quiero detener. En la “real politik”, así como también en la ciencia política, en lo que respecta al análisis del conflicto social y la violencia, hay una fuerte tendencia al rechazo “generalizado”, pero aquel rechazo es profundamente irresponsable, dado que se trata de negar, criminalizar aquellas “prácticas barbáricas”, pero descansan en una moral conservadora, que no busca entender las causas del conflicto (lo que nos permitiría acabar con el problema de raíz) sino negarse a aceptarlo en la realidad, donde la tónica siempre ha sido la misma, “la protección de orden y de la propiedad”, y donde siempre “los culpables son los movilizados de siempre” que “deben ser castigados por la ley y el garrote” para que escarmienten ¿Y donde ha estado la izquierda siempre en esos momentos? Legislando a espaldas de las necesidades de los trabajadores, repudiando la violencia, tal y como lo ha hecho siempre El Mercurio.
Cuando ocurren fenómenos de violencia política, se niegan sistemáticamente a entenderla, y también a remediarla, pero de seguir así, no solo no podremos interpretar la realidad, sino que no puede prosperar ninguna sociedad que no admita sus propios errores estructurales con el fin de mejorar y ponerse al servicio de la ciudadanía.
Admito sin vergüenza, que tuve un profesor notable en sus cátedras sobre “teoría y negociación de conflicto”, el profesor Marcelo Mella, cuyos contenidos han jugado un papel central en dicha comprensión, pero por cuenta propia he observado como la izquierda se aleja, se desmarca, desampara la lucha social y luego quiere recolectar votos.
En dicho sentido es el conjunto de la izquierda institucional, quienes, abandonando la lucha social, se han asimilado más con la derecha que con los intereses de quienes dicen representar.
Entiendo y comparto con usted el hecho de que Boric (y tantos otros) son moldeados a imagen y semejanza con los intereses de la derecha, pero en el pasado, también se acusó al MIR, y otras organizaciones de izquierda “hacer lo que la derecha quieren que hagan para justificar matanzas”, cuando en realidad, la dictadura militar era una estrategia de la oligarquía para transformar a Chile, jurídica, política, social y económicamente a pesar de los intereses de la izquierda y su representación política, pues sabían de ante mano que al momento de restablecer la democracia liberal, la izquierda volvería a participar de las elecciones y ocupar escaños en el parlamento.
Aún hay militantes revolucionarios que lucharon contra la dictadura y que hoy no pueden vivir en su propio país “liberado de todo dominio militar”, por temas legales, amarrados en la propia ley antiterrorista. ¿Y dónde está la izquierda?
¿Dónde está la “salvación? No lo sé, no sé si la haya, pero lo que sí es clarísimo, que no saldrá de los partidos políticos de izquierda ni del putrefacto parlamento financiado por el yerno del ex-dictador, sino que saldrá desde la propia sociedad civil, condenada, aislada, pero que esporádicamente se organiza y elige no colaborar con el proyecto de la elite ni tampoco el oportunismo de esa izquierda derechizada que tenemos.
El dicho que decía “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” no tiene relación con la realidad chilena en absoluto.
*El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.