Ecuador vive tiempos de lucha y resistencia. Indígenas, estudiantes, trabajadores y transportistas se movilizan por las calles del país.
El gobierno ecuatoriano, acatando a los poderes reales, decidió eliminar las ayudas a la gente que lo necesita para respaldar a las grandes corporaciones empresariales por la vía de exenciones tributarias.
En otras palabras, el Fondo Monetario Internacional y los grandes grupos económicos, mediáticos y representantes de dichos poderes optaron -como siempre y en todo momento histórico- por hacer recaer sobre los hombros de las mayorías los costos de medidas económicas que solo benefician a una minoría.
Ante la voluntad popular de no soportar de modo sumiso las insufribles medidas gubernamentales los sectores populares optaron por la calle y la protesta, desplegando su descontento y exigiendo una vida digna.
La respuesta del gobierno ha sido abusar de la fuerza, decretar Estado de excepción, toque de queda, huida del presidente, orden de prisión a opositores, limitar la libertad de prensa, la militarización y crímenes. Todo con la finalidad de “estabilizar” al país e imponer el “orden” que requiere el capital. Y cuando de orden para el capital se trata la derecha latinoamericana no se pierde: apoya a Lenin Moreno. El gobierno de Sebastián Piñera no tiene dudas, lo respaldó. Y otros partidarios del capital, guardan silencio cómplice.
Lo que ocurre en Ecuador, es clarificador de la incapacidad que tiene el capitalismo y sus actuales versiones neoliberales para brindar condiciones de vida digna a las grandes mayorías. Y en lo más inmediato, permite reconocer que cuando en las elecciones se ofrece y después no se cumple se generan condiciones para la resistencia.
Es imposible a partir de ahora saber qué sucederá. Pero sí hay dos hechos inequívocos. Uno, Ecuador asiste a tiempos de lucha y resistencia y los sectores populares son los que retoman la acción. Dos, puede que el gobierno sortee transitoriamente la inestabilidad actual gracias al apoyo de los poderosos de siempre.
Esperanzador para los postergados de Latinoamérica es lo primero. Y respecto a lo segundo: los pueblos no hacen su historia a su libre albedrío, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. Y enfrentados a la realidad y a las injusticias, los pueblos tarde o temprano asumen la lucha y la resistencia. Pues la historia es contradicción, movimiento y lucha y en esos momentos cada cual debe asumir su identidad y desafíos.
Adelante los pueblos que luchan y resisten.