Por Carlos Romeo
El pasado día 19 de septiembre tuve la oportunidad de asistir a una recepción ofrecida por nuestro nuevo Embajador de Chile en Cuba, a la cual tuvo la gentileza de invitarme, supongo yo por ser una especie de “dinosaurio” que ha sobrevivido a su época histórica de la Revolución Cubana, que aproveche conscientemente para caerle al tinto chileno con un entusiasmo revolucionario propio de esos antiguos tiempos.
En medio de la distinguida concurrencia, de la cual formaba parte, distinguí a un personaje cubano al cual mucho admiro. Se trata, sin lugar a dudas, del músico más importante del panorama musical cubano. Delgado, sencillo, vestido con un pantalón negro y una camisa blanca desbotonada, de corta estatura y barba ya canosa incipiente, me presente con toda desfachatez como un admirador de su ya larga trayectoria artística y en partículas por su conocida opinión de que en materia musical solamente hay música buena y música mala, lo cual es muy significativo cuando quien lo dice ha compuestos sinfonías, conciertos y suites que han recorrido el mundo, muchas veces interpretadas bajo su dirección. Entre ellas, una suite basada en la música de los Beatles.
Al poco tiempo intercambiábamos recuerdos de épocas pasadas y el recordaba cuando siendo joven, fue castigado por un importante dirigente cubano entonces vinculado a la educación y a la cultura, con el cual, dicho sea de paso, establecí una buena amistad antes de su muerte, por andar en aquella época con el pelo largo y celebrar la calidad de la música de los Beatles, entre otras “desviaciones” relacionadas con la música. Me contó también como en esa época fue igualmente reprendido nada menos que el máximo exponente del jazz cubano, el ya varia veces galardonado pianista Chucho Valdés, también por sus entonces “desviaciones musicales”. Castigos consistentes en ser enviados a trabajar con las manos a los efectos de que por ese método les “penetrara” la ideología proletaria. Recuérdese, para quienes tienen suficientes años de vida, y apréndanlo quienes todavía no existían, que eran los años cuando Nikita Khrushchev, entonces Secretario General del Partido Comunista Soviético y Primer Ministro de ese país, exhortaba a los pintores modernos a representar la realidad tal cual era percibida por nuestros sentidos y en Cuba el pelo largo era un patrimonio ya histórico de los miembros del Ejército Rebelde cuando estaban en las montañas, devenido ya solo un recuerdo y un símbolo al cual quienes no habían combatido en esos días, no estaban facultados a reproducir.
Lo dicho hasta aquí, fuera de su carácter anecdótico, no es más que un largo prolegómeno para plantear una idea que me vino a la mente al reflexionar posteriormente sobre esas experiencias vividas por los dos músicos más importantes de Cuba, cada uno en su campo, que han demostrado en los hechos y en las palabras su identificación con el proceso revolucionario cubano. Puedo agregar el caso de Padura, el más exitoso novelista cubano del momento, que ha dicho públicamente que reside en su barrio de siempre en la Habana, por que como buen cubano es un conversador nato y eso es parte de la naturaleza de los cubanos, con lo cual se explica su lugar de residencia.
Lo esencial es que todos esos artistas, de gran renombre algunos, así como los demás, y pese a los “palos” recibidos por algunos de ellos en algún momento de su vida cubana, siguen siendo parte de esa vida a la cual contribuyen. Algo debe suceder durante un proceso revolucionario que se infiltra en la mayoría de sus participantes, lo cual me hace recordar nuevamente la pancarta de un chileno en un mitin allendista que decía “Libertad es participar”. Vuelvo a mi manera de expresarlo mediante el monologo de Hamlet “Ser o no ser, esa es la cuestión”, ser conscientemente parte de la historia o no serlo, y ellos, esos artistas, con todo su talento, decidieron participar en hacer la historia, que ha rebasado la de su propio país.
Y ya en estado de alta espiritualidad provocada por el tinto chileno, le decía a mi nuevo amigo músico, quien tuviera el talento para poder componer una ópera, lo que en música es la expresión más amplia de un drama, en este caso de un gigantesco drama histórico, con sus partes heroicas y sus partes oscuras, sus aciertos y sus errores, sus momentos de euforia y los de reconsideración de esos errores, interpretada por los millones de personas que en él participan. ¿Quizás Wagner?
La Habana, septiembre del 2016