Por Cristian Cottet
Y como quien ve a la Virgen
subir al cielo…
Juan Manuel Serrat
En la fiesta religiosa de la pequeña localidad de La Tirana es necesario golpear la puerta para entrar en ella. Se requiere cumplir con la obligación de abrigarse y aceptar las condiciones de entrada. A este pequeño gesto, que en verdad es una ceremonia, se le llama “Entrada de Pueblo”, dicho de otra forma, presentarse para entrar a la casa donde se es visitante.
Los chinos, los morenos, los pieles rojas, los que bailan a la virgen, los que se esfuerzan por saludar al santo, los diablos sueltos, los ceremoniosos bailes que se agolpan por entrar, van llenando el territorio donde se mueve la duda, el desencanto, la devoción y el reconocimiento de otras agrupaciones. Las ceremonias de cada uno recorren la ciudad. No basta, para explicar lo dicho, estar a media noche observando el sinuoso movimiento de los cuerpos con frio y una ley seca que corrompe los espíritus.
Desde su origen, los bailes religiosos descansan sobre la base que el sistema y orden económico les marca. Ya hemos hablado de la relación específica de los chinos con el maray, con el mar, con la flauta, con eventos militares que ocultan también sistemas económicos.
La relación chino-flauta, hace uso de un artificio único, donde uno explica y justifica la otra. Más bien el encuentro de estos dos elementos se da en el nacimiento de la chilenidad como un artefacto funcional a la rutina que les envuelve.
La flauta sospecho que es anterior a la chinidad en el territorio que hoy reconocemos como Chile. Es desde el génesis de la chinidad, apegada al trabajo, a la mirada, a la agricultura, a la minería y a la devoción. Es el reconocimiento de mundos paralelos, es desde allí que se re-instala la flauta, el tambor, ojalá construido con cuero de perro, y la vestimenta que hoy reconocemos como chino.
Ahora también inquieta la matraca y su relación con el baile moreno. Se dice y también he dicho que el empleo de un tipo específico de matraca como marca rítmica, guarda relación con el sonido de las cadenas que contenían los esclavos negros en el norte de Chile. La matraca asimila ese metálico sonido que reúne en su baile a los morenos.
Esta historia de encuentros misteriosos comienza un mes antes de la fiesta de La Tirana.
Por razones que no he logrado ordenar, en los días en que fui invitado a un acto de conmemoración de la noticia donde se anunciaba la desaparición de 119 chilenos que, según la prensa adicta a la dictadura militar, habrían sido ejecutados por sus propios compañeros. En esos días, los mismos días de la invitación, yo debía estar en La Tirana cumpliendo la ceremonia de Entrada de Pueblo.
Asistir a la fiesta de La Tirana y además participar del homenaje a los 119 detenidos desaparecidos eran asuntos incompatibles por razones de tiempo y de espacio. Debía optar por La Tirana o por el homenaje a los 119 detenidos desaparecidos.
Opté por La Tirana.
Arreglé la fiel mochila, confirmé el traslado con el grupo de bailes que me invitaba, los Morenos de La Florida y llamé a mi amigo y colega Pablo Méndez. No fue una decisión fácil, pero no por eso menos atrayente.
Lo que me hacía dudar era el homenaje a los 119.
Durante el viaje lo pensé de nuevo, llamé por teléfono a Pedro (uno de los organizadores del homenaje) pero no respondió. Estaba en medio de la duda trasladándome a cientos de kilómetros de Santiago. Ni hablar de Pablo, mi compañero de viaje, que cansado de escuchar mis vacilaciones se apoderó del asiento de la ventana, echó una pastilla a la boca y durmió como guagua de seis meses.
Después de 26 horas llegamos a La Tirana, descargamos maletas, ollas, herramientas, la virgen y mi mochila. Ese día debíamos presentarnos en la ceremonia Entrada de Pueblo. Por la tarde recogimos tazas y platos, lavamos, ordenamos y partimos. “Estamos bien de tiempo, pero no se relajen”, escuché que gritaba una voz femenina. Ya era de noche y el homenaje a los 119 no me dejaba tranquilo, y no pude evitar caer en la cuenta que el acto debería estar comenzando en Santiago.
Llegamos, con virgen, trajes multicolores y entusiasmo a la ceremonia Entrada de Pueblo. Esperar que llegue el turno de cada grupo de baile es propicio para la conversación, entonces comparto con algunas personas de otros grupos, observo que esto tarda, luego vuelvo a mi lugar. La Entrada de Pueblo es una ceremonia ordenada, los jefes de bailes reciben su número impreso en un papel que se instala con un alfiler en el estandarte.
Mientras fumaba un cigarrillo para palear el frio, calculé que la ceremonia de homenaje a los 119 ya estaría en su cenit. Tal vez leía el Pelao Kadima y cantaba Ismael Duran.
En La Tirana la fila avanzaba lenta. “122 – 121 – 120…” Se escuchaba la voz de quien operaba como ordenador. “Ya estamos para entrar”, grita la jefa del grupo de morenos y se escucha por los parlantes: “¡El 119 entra! Ya, vamos, vamos que nos queda mucho”.
Estoy en eso de recordar tantos lugares y actos que compartimos con esos maravillosos artistas cuando descubro, como un vaso de agua lanzado a la cara, que el número que le corresponde al grupo de morenos para entrar al pueblo es el 119.
“¿Qué número dijeron?”, pregunté. “El 119, Cristian. Ya, ya, ya, toma la Virgen, niño, que estamos retrasando la Entrada”. Antes de cargar la virgen, me acerqué al estandarte y en la zona superior estaba instalado el papel con el número de entrada… era el 119.
No pude menos que soltar la emoción y los tambores, flautas y gritos me acompañaron con las silenciosas lágrimas al descubrir que estaba en compañía de mis amigos, los 119 que ese año yo los representaba en la Entrada de Pueblo de la Fiesta de La Tirana.
Julio 2016