Por Cristian Cottet
“La revolución no pasa por la universidad y esto hay que entenderlo,
la revolución pasa por las grandes masas,
la revolución la hacen los pueblos,
la revolución la hacen, esencialmente, los trabajadores.”
Salvador Allende. Discurso en la Universidad de Guadalajara, 1972.
Si algo enseña las últimas movilizaciones populares que hemos sido testigos, es que no basta con el entusiasmo suficiente para enfrentar las Fuerzas Especiales de Carabineros para convocar las diversas sensibilidades del país en un cambio profundo. Muy por el contrario, la experiencia chilena muestra que estos movimientos terminan agotados y negociando alguna cosmética con el Estado y un bono de compensación. El cansancio vital les acorrala, les hace decir lo contrario de lo declarado hace una semana o un día. Eso sí, esto no resta valentía ni coraje.
Las movilizaciones de los estudiantes, secundarios y universitarios, son una pequeña muestra de estos procesos. ¿Por qué se mantienen año a año las movilizaciones estudiantiles? La única respuesta que tengo a mano, es que el recambio que se produce al finalizar cada periodo de estudio renueva, a la vez, al contingente movilizado. No es el mismo contingente cada año, no son los mismos dirigentes, no son las mismas estrategias. El movimiento estudiantil es lo más engañoso para instalar una línea de base en la lectura social y el nivel de resistencia que se requiere en ese duro trance de tomarse el poder político o incidir seriamente en los logros sociales y económicos del pueblo. No olvidemos, por ejemplo, que varios de los dirigentes del levantamiento de los pingüinos terminaron en la UDI, la DC o Renovación Nacional.
Dicho de otra forma, creo que no es el estudiante movilizado el sujeto de cambio que se requiere, son reivindicaciones secundarias las que les convoca, pero las más duras de lograr, el hambre, el trabajo y el techo, son otra cosa. El sujeto de cambio es un fenómeno construido desde la miseria y las pocas esperanzas de solución venida del Estado capitalista.
Hay una gran distancia entre luchar para comer a luchar para estudiar. No estoy negando el derecho de estudiar, divertirse, ser feliz con eso, lo que intento reconocer es esa articulación matriz, el punto donde nace toda la energía revolucionaria y que no sea un factor más en el atolladero del proceso de cambio, cuando en verdad es “el” factor a la hora de reconocer el sujeto social que puede llevar adelante un cambio profundo.
Hemos tenido estos últimos años, tal vez la última década, varios levantamientos populares que lograron sostener su movimiento más allá de un par de días, una semana o un mes… más no. Esta explosión y desinfle de la revuelta es propio de ella, pero más allá de los logros reivindicativos locales y algunas marchas, donde se discute la cantidad de adherentes. Lo cierto y definitivo es que no perdura, no coordina ni propone más que lo inmediato. La revuelta ha ganado su espacio y se transformó en una herramienta frente a la cual el capitalismo y sus funcionarios políticos no muestran temor, incluso es factible creer que es justamente la revuelta aquello que genera también utilidades, sea por los seguros, sea por la inestabilidad laboral, que es una antigua estrategia del capital para regular los salario bajo la amenaza de la cesantía. Ejercito de Industrial de Reserva le llamó don Carlos Marx.
Pero en Chile la revuelta, como estrategias de control y liberación de energía, está administrada y legitimada por dos factores.
Primero, el localismo de cada evento, que hace de ello una cuestión solamente reivindicativa sin sobrepasar esta barrera y carencia de proyección. La revuelta no se plantea cambios estructurales de la sociedad que le contiene, más bien se despliega como una figura fantasmagórica que aparece y desaparece sin que ello signifique una amenaza estructural a la sociedad que le contiene.
Segundo, el caudillismo que estos movimientos generan. Dirigentes marcados y acotados, sin proyección nacional, aunque algunas veces regionalistas. Gabriel Boric es un “producto” del Puntarenazo y las movilizaciones estudiantiles. Las movilizaciones de Aysen no generaron más organización que la que desde un principio ya existían y el exclusivo producto se reduce a la figura de Iván Fuentes. Las revueltas estudiantiles catapultaron, en el año preciso, a Camila Vallejo, una estudiante de Geografía que, además de ser guapa, se codea familiarmente con la dirigencia de las Juventudes Comunistas y del Partido Comunista. Hoy los tres están instalados en la Cámara de Diputados, además de Giorgio Jackson, el cual se vio beneficiado por la sacrosanta gentileza de la Nueva Mayoría dejándole el camino despejado a la Cámara de Diputados.
Hoy Chiloé nos hace mirar el mismo escenario.
¿Coordinación territorial que vaya más allá de una región (en el mejor de los casos)? Nada. Los discursos de apoyo, la recolección de alimentos, que no logra alimentar ni a la mitad de la población en alza, siempre son acciones de solidaridad y esto es un asunto que no se resuelve con buenas palabras, sino que se expresa desde esa misma lucha que dan los levantados.
La distancia que existe entre la lucha estudiantil, la lucha mapuche y los levantamientos locales es abismal. Un analista liviano puede creer que es lo mismo pero no es así. Existe, en lo mapuche, un sólido asentamiento en su territorio, posee perseverancia hasta lograr su objetivo estratégico. No alcanza con dos o tres levantamientos locales para recuperar su territorio. Es necesario perseverar, convencer, demostrar que esta lucha es, para el pueblo mapuche, una cuestión de vida o muerte.
La actual carencia de coordinación que se sostiene en el tiempo, la defensa de un territorio que resguarde y reivindicaciones comunes son las fortalezas que muestra la sociedad chilena.
No pretendo convencer que es necesario emigrar a la montaña y transformar nuestra Cordillera de los Andes en la Sierra Maestra del sur. Queda mucho por andar para siquiera proponerse algo así. Lo que se aspira puntualizar es que este tipo de movilización social adolece de múltiples fortalezas vitales, pero no por eso carece de certeza reivindicativa. Por lo pronto es una buena estrategia de algunos dirigentes para llegar al Parlamento, pero también puede ser el comienzo de un crisol que construya “algo” más sólido y que perdure.
El capital, los empresarios y sus funcionarios observan “el desarrollo de los acontecimientos”. Hoy vivimos un periodo de expansión capitalista que todavía no es cuantificable su poder. Ya no cabe duda que el desastre ecológico producido en Chiloé es obra del capital, sea por el derrame de residuos o por la sobreexplotación del territorio, y que este mismo capital no escatima gastos en pro del crecimiento.
La pregunta que me cae es, ¿querrán los habitantes de Chiloé y sus alrededores, los miles de trabajadores de las salmoneras, que éstas desaparezcan?
La unidad social y política no es fácil de lograr, pero es fundamental.
Mayo 2016