LA CORDILLERA DE LOS SUEÑOS

Comentario Aníbal Ricci

No es el mejor documental de Patricio Guzmán, pero es un formidable ejercicio de memoria, una ventana al pasado, a esos momentos de silencio que contiene nuestra Cordillera de los Andes. Tampoco es el mejor de la trilogía, comenzada con los habitantes del norte en Nostalgia de la Luz (2010), sin duda el documento más poético y de mayor fuerza, y continuada con los habitantes del sur en El Botón de Nácar (2015). En la primera establecía una lúcida comparación entre lo que buscan los astrónomos y las madres de los detenidos desaparecidos. Le daba humanidad y perspectiva a esa búsqueda, en cambio, en el segundo documental, establecía una comparación entre los exilios de los habitantes primitivos y aquellos ordenados por la dictadura de Pinochet. Esta última visión era más cruda, ahondando en los horrores de la tortura. La Cordillera de los Sueños (2019), el tercer y último documental, contiene ideas más dispersas, el guion no es tan sólido, pero es definitivamente la cinta más personal y política de Patricio Guzmán.

Contrapone unas imágenes aéreas del macizo de Los Andes que invitan a la paz del alma y entrevista a dos escultores para que desentrañen los secretos de las piedras. El territorio está contenido por la cordillera y según los entrevistados, los chilenos deben hacerse cargo de este territorio abandonado.

«La cordillera nos miraba durante la dictadura», fue testigo de los actos violentos y en sus piedras podríamos encontrar las respuestas que hoy no tenemos. Ese es el tremendo valor de Guzmán como cineasta, su búsqueda incansable por la verdad, hurgando en el pasado, sus bobinas ocultas de La Batalla de Chile (1975-79) fueron un fiel reflejo del entusiasmo de los primeros días del gobierno de Allende y luego de las tensiones que terminaron provocando el Golpe de Estado.

Guzmán estuvo detenido en el Estadio Nacional y guardó silencio sobre el paradero de sus cintas. Con los años se transformarían en un espejo de la época y esas imágenes lo siguen persiguiendo a sus casi ochenta años. Sin duda este cierre (La Cordillera de los Sueños) es más autobiográfico, lo que pierde en lucidez, en el entramado del guion, lo complementa con emociones muy personales. Recuerda Chile como un país feliz, pero en la actualidad ha perdido toda esperanza, ahora lo ve habitado por individuos caminando solos… La dictadura pavimentó ese camino (por la fuerza), pero no se sabe adónde va.

El Golpe instauró a la fuerza el modelo económico neoliberal (un experimento de laboratorio) y para soportarlo políticamente, redactó la Constitución del 80. Se instauró la idea de que todo debía ser “rentable” (cultura, salud, pensiones) y a esa idea de rentabilidad sumó reglas claras a través de una “estabilidad” impuesta por las armas. Guzmán visualiza trenes fantasmas que llevan el mineral a los puertos, en silencio y a toda hora, «se llevan el cobre de Chile». Su visión es apesadumbrada, dado que el sistema capitalista es un fenómeno planetario. Ejemplifica con los cementerios de automóviles que está creando este sistema, el planeta se transformará en un basurero, y vuelve a Chile para decirnos que la mayor mina de cobre del mundo (Escondida) está en Chile, es privada y pertenece a manos extranjeras.

Más desesperanzador, nos muestra las oficinas abandonadas de la torre del edificio Diego Portales. En esos oscuros lugares se fraguó el plan neoliberal, en un país que había perdido la libertad, esos economistas y políticos tuvieron toda la libertad del mundo para aplicar sus ideas por la fuerza. Sus recuerdos son amargos, el Golpe de Estado fue una erupción volcánica, un temblor que nos cambió para siempre e instaló un miedo profundo en los padres, que ocultaron a sus hijos, lo mejor que pudieron, la violencia que azotó esta tierra. Esos hijos no entenderían los allanamientos durante las noches, los camiones militares tras las rejas del colegio, el ruido de tanques sobre los adoquines.

Guzmán nos confiesa que ha vivido fuera de nuestras fronteras muchos más años que en Chile. Le preocupa que los jóvenes chilenos no descubran los secretos escondidos entre los adoquines, esas piedras sobre las que corrió sangre y que son un recordatorio de los nombres de las víctimas. Sólo interesa la rentabilidad y la estabilidad, mientras las nuevas generaciones van olvidando esos nombres, escuchando a los políticos de derecha decir que «quizás hubo excesos», aunque en el fondo están felices con el sistema económico heredado. Ellos siguen cómodos en sus casas de la playa o en los lagos del sur, pero siguen usufructuando del sistema económico, continúan los abusos contra la población luego de treinta años, como si no hubiese bastado con saquear las empresas públicas durante los años 70.

La memoria de Patricio Guzmán ha sido prodigiosa a pesar de vivir en el extranjero. Por eso rescata (en un noble gesto) el trabajo incansable del cineasta Pablo Salas. Guzmán se fue al exilio, pero la memoria interna del país ha sido registrada durante 37 años por Pablo Salas, no para el lucimiento fuera de las fronteras, sino para los millones de personas que se quedaron en país a soportar los eufemísticamente llamados «excesos», de gente cobarde que prefirió negar la realidad y jamás hacer un mea culpa. Este cineasta registró en su cámara la mayoría de las protestas desde el año 1982 y asegura que las imágenes siempre estuvieron al alcance de esos negacionistas. Lo filmado durante todos esos años (allanamientos de poblaciones; golpizas de Carabineros contra mujeres, niños y ancianos; lacrimógenas lanzadas al cuerpo y la violencia de los carros lanza aguas) siempre estuvo a la vista de todos y según el cineasta no reflejan más que el 5% de la brutalidad de la dictadura.

Guzmán entrevista a un escritor que da cuenta de la maquinaria de desinformación. Las autoridades instalaron en las mentes televisivas la idea de que el enemigo de la dictadura era uno poderoso, que nos llevaría a la destrucción total. Como buenos fascistas, construyeron la imagen de demonios míticos para dar coherencia a una violencia más propia de las bestias. A esos enemigos había que extirparlos, deshumanizarlos… surge lo siniestro… torturarlos, desaparecerlos.

Patricio Guzmán da cuenta de los civiles golpistas, a los que siguieron esos “cómplices pasivos” que se escudaron en la dictadura, ejerciendo el miedo extremo desde sus cómodas oficinas. Hasta fines de los años 90 no reconocían la existencia de detenidos desaparecidos, hablaban de «errores», en ningún caso de los horrores cometidos.

En democracia, las escenas de abusos policiales siguen repitiéndose y la gente continúa yendo a la parada militar. Parece que todo sigue igual… nunca cambiaron la música. Pablo Salas es enfático: «Hoy no hay muertos ni nuevos desaparecidos… pero quedan las injusticias». Las marchas contra los abusos de la clase oligárquica se han intensificado y Carabineros sigue reprimiendo de forma brutal.

Patricio Guzmán realizó este documental antes del estallido social del 18 de octubre de 2019. Los abusos cometidos por los grupos empresariales continúan y ante la legítima protesta pacífica, consagrada por la constitución, se han agregado barricadas, quemas de iglesias y saqueos de supermercados. Esos sucesos no parecen tan legítimos, pero todavía sigue en pie la Constitución de 1980, y esa violencia desatada no parece tener freno ante políticos impávidos que continúan legislando para sus amigos y que supuestamente redactarán una nueva y mejor constitución.

Cordillera de los Sueños
Título original La Cordillère des songes aka
Año 2019
Duración 84 min.
País Francia
Dirección Patricio Guzmán
Guion Patricio Guzmán
Fotografía Samuel Lahu
Reparto Documental
Productora Coproducción Francia-Chile; Arte, Atacama Productions
Género Documental