POR UN AÑO DE JUSTICIA Y DIGNIDAD

Se nos viene el 2020. El estallido social devenido en verdadera rebelión social y popular dado que ha tenido la enorme capacidad de sostenerse en el tiempo. Y todo apunta a que la lucha social continuará en el año que se inicia. El multitudinario encuentro en Plaza Dignidad para esperar el nuevo año y las manifestaciones en distintas regiones del país nos adelantan el escenario de movilización que se nos viene.

Mientras desde el Ejecutivo aseguran que lo peor ya pasó. En el campo popular prevalece la idea de que no hay que bajar los brazos.

Los tiempos que se avecinan serán decisivos en el curso de los acontecimientos. Los meses próximos pondrán en tensión al conjunto de actores en la lucha social y política. Las elites dominantes, aquellos que han gobernado los últimos treinta años, actúan con celeridad para imponer el llamado “Acuerdo de Paz y Nueva Constitución”, fraguado bajo amenazas y entre cuatro paredes en aquella madrugada. Desde entonces, intentan y se esfuerzos por hacer confluir en su itinerario, en su agenda y con sus contenidos y debates al movimiento social rebelde que no se cansa de hacer sentir que por allí no se resuelve la crisis social y política que asegure transformaciones estructurales en el orden social y económico actual.

La elite opositora, pero elite al fin y al cabo ha percibido que el campo popular, en su movilización ha logrado que el gobierno pierda su agenda y su iniciativa, pero siempre esta oposición ha sabido prestar apoyo y oxigeno a la elite gobernante.

Por su parte otro sector de la oposición, pese a su intención de utilizar los mecanismos institucionales, de acusaciones, interpelaciones y otras acciones no ha mantenido con fuerza una agenda que impulse con decisión la movilización y defina objetivos claros que signifiquen un salto cualitativo en el carácter y contenido de la rebelión. Estos sectores opositores vacilan, dudan, no confían en los sectores movilizados, en ocasiones se rinden a los debates de la derecha y sucumben en sus propuestas legislativas. De allí que muchas veces las reacciones contra algunos de sus personeros estén marcadas por la indignación, precisamente porque en su momento dijeron que venían a hacer cambios.

Por eso cada vez se hace evidente ante el campo popular que, desde el Congreso Nacional, desprestigiado como lo está, se empuje un proceso que más parece una operación para que la elite dominante no pierda su rol y su poder. Eso explica que desde el Ejecutivo se impulse una política de contención, seguridad pública y represión que garantice y asegure el acuerdo alcanzado entre bambalinas.

Un tema aparte merece la llamada Mesa de Unidad Social. Efectivamente cuando su denominado bloque sindical convocó a paros nacionales, y pese que lo hizo con instructivos poco precisos, la participación masiva y popular logró hacer temblar los cimientos del orden político social. El remezón lo sintieron los empresarios, sus centros de estudios, sus representantes políticos, es decir la clase dominante en su conjunto. Pero hubo y hay vacilaciones. El campo popular tiene claro que no ha logrado cuestiones sustantivas aún. El campo popular intuye que en el llamado proceso constituyente se esconden trampas, que éstas están disfrazadas en el lenguaje, y los acuerdos en los laberintos del poder. De las elites dominantes, el campo popular no espera nada. De la elite opositora solo espera pasos en la medida de lo posible. De otros sectores opositores, de partidos que no respaldaron el acuerdo trasnochado el campo popular exige firmeza, tal como le exige a la Mesa de Unidad Social. La rebelión social que se ha extendido por más de dos meses es un proceso social único en el cual los viejos criterios de acuerdos y hacer política no tienen cabida.

El 2020 pondrá en tensión a todos los actores, nada está escrito. Hay mucho por escribirse aún.