Cristian Cottet
Como sujeto político, he descubierto que soy un ignorante por los cinco puntos cardinales. Me reconozco como parte de la ciudadanía incompleta y distorsionada que, al final del día, no entiende nada. Parece ser que soy, también, parte de aquellos que desde cualquier tipo de comunidad humana encubre su pasado con la tierra más seca y putrefacta de esta comunidad, que se alimenta de un aleph donde se abandona el más básico destino de ser comunidad. Este es un camino invisible, silencioso y venenoso. Primero se relativiza lo hecho, luego se sanciona al que defiende ese pasado y finalmente se instaura un sistema de miedo, de desconfianza y silencio. Se traspasan responsabilidades no para alcanzar una buena vida sino que se usa lo dolido y lo llorado para volver una y otra vez al dolor infringido, al llanto de madres y esposos que no encuentran los hijos. Es una comunidad decadente la que no es capaz de abrir los ojos para reevaluar lo vivido y no cometer los mismos fallos hasta el infinito.
Aún falta mucho para encontrar los Detenidos Desaparecidos y ya estamos metiendo la mano en bolsillo ajeno. Aún no se recupera ninguna de las empresas públicas que el compañero Allende estatizó y protegió y ya estamos cenando con el Judas que recorre los pasillos del Congreso Nacional.
Este desconcertante infinito que nos gobierna es justamente el que nos está pasando la boleta. ¿Olvidamos? No. Lo que hacemos es encubrir, prestar ropa al que le sobra, eso hacemos. De pronto nos cae en las manos un poco de poder y nos engolosinamos, mentimos como país, engañamos como sociedad. Oculta en el confesionario de algún cura amigo, la clase más adinerada limpia sus lágrimas de cocodrilo con un poco de caridad, dos o tres misas por mes y un par de “trabajadores de casas particulares” en la casa, para que no se quebré las uñas la “dueña de casa”.
Como quien ya nadie espera, se continúa en la vereda esperando el próximo desfalco, la última traición a la memoria. La desesperación por llegar al asiento de un parlamento desacreditado permite todo. Almuerzos de dos millones, estirar la mano al más siniestro de los empresarios y (por agregado) pariente no lejano de un tiranuelo, aviones jet que “se los facilita” otro generoso empresario latinoamericano. Así vamos, como mantra encarnada, de escándalo en escándalo.
El ejercicio político que practicamos es también una expresión del mal gusto, la mentira y la corrupción. Nada escapa a los nuevos ricos y sus cortes, que después olvidan. Estamos en medio de una política de cartoné, una expresión de la similitud pero no de la certeza. Todo parece ser, los parlamentarios parecen ser honestos, los empresario parecen trabajar por un bienestar de sus trabajadores, la policía se pasa por el culo eso de “duerme tranquila, niña inocente/ sin preocuparte del bandolero” porque a la hora de los quiubo nadie se acuerda ni del nombre.
Los cheques, facturas y boletas se han transformado en artículos transferibles que nadie quiere asumir, entonces se los endosan a sus secretarias (léase, Novoa) o a su “proveedor de propaganda” (léase, Ominami y familia). Queman las manos esos otrora inocentes papelitos. Así vamos sumando y sumando… ¿y cómo llegamos a este punto?
No sabría asegurar cual es el camino que nos llevó a este festival de chucherías lingüísticas, pero lo innegable es que se nos está instalando en la piel, en la memoria política, en las buenas costumbres y, por qué no decirlo, en la posibilidad de construir un país diferente.
Pero también hay compañeros que de tanto conspirar, de tanta clandestinidad y chapas bien construidas, han llegado al extremo de creer que la política revolucionaria es un asunto que no se puede practicar si no es llevando adelante un tipo de política más decente o consecuente. Son compañeros que se toman un trago solo, que entraron al país de manera clandestina, que no saben de ferias, cantantes ni locomoción colectiva. Son compañeros serios, sobrios y dedicados. A ellos mi respeto desde siempre. Nunca los verán haciendo fila en las oficinas de la peor clase de Chile. Ni negociando con vendepatrias a la hora de indicarlos con el dedo.