Comentario Aníbal Ricci
Este es un nuevo documental de Patricio Guzmán (ha realizado treinta a la fecha), cuyo punto de vista siempre es comparativo, informado, sobretodo poético. Tal como en “Nostalgia de la Luz” (2010), donde comparaba la distancia entre la luz y los seres humanos, entre la mirada hacia las estrellas y la de aquellos que buscan la historia enterrada por la infamia, en este nuevo trabajo, Guzmán busca la memoria del agua, la voz de cada indígena y de cada desaparecido por la dictadura de Pinochet. El guion es perfecto: imágenes de gran belleza contrastan con la verdad surgida desde el fondo del mar, donde la analogía inteligente surge de la mano de este excelente cineasta. Primero nos hace mirar al universo e ir en busca del agua que da la vida. “El agua es un órgano mediador entre las estrellas y nosotros”. Apunta hacia la Patagonia (como antes al Desierto de Atacama) y a sus habitantes de hace 10.000 años. “Para los indígenas y los astrónomos, el agua es inseparable de la vida”. Nos muestra cómo desaparecieron estos pueblos del agua, ante la furia colonizante de la modernidad. Aquellos pueblos que subsistieron, durante milenios, en armonía con el agua que rodea nuestro planeta y conforma nuestros cuerpos. La ejemplifica en la historia de Jimmy Button, que fue llevado por el teniente Fitz-Roy a Inglaterra, en un ánimo humanista pero que, sin embargo, despojó al indígena de sus creencias y de su lengua. Los mapas de Fitz-Roy, sin siquiera intuirlo, abrieron la puerta a los colonos, que terminaron masacrando a los originarios, en sólo 50 años los exterminaron y los convirtieron en los primeros exiliados de su propia tierra. Aquí es donde la dirección firme de Guzmán nos permite seguir la analogía de las torturas de la dictadura, donde se hizo desaparecer a los propios compatriotas, de la misma manera que antes fueron perseguidos los patagones. Raúl Zurita devela que los autóctonos buscaban (mediante sus dibujos) transformarse en estrellas después de la muerte. Nos hace sentir la inmensa nostalgia que buscan nuestros centros astronómicos, algo que ya sabían los antepasados de la Patagonia. Jimmy Button renunció a aquella sabiduría por un simple botón de nácar. En la isla Dawson fueron desapareciendo los últimos vestigios de estos habitantes del mar y, en esa misma isla, se asesinó y torturó a nuestros coterráneos, transformándola en un campo de concentración que ya antes había albergado siglos de impunidad contra los indígenas. Durante decenios, los militares y civiles implicados no dijeron dónde estaban los desaparecidos. La propia memoria del agua devolvió el cuerpo de una mujer. “No devolver los cuerpos es lo más bajo de un ser humano”, nos explica Zurita. Vemos buzos desenterrando rieles desde el fondo del mar y nuestra memoria colectiva nos hace sentir responsables y avergonzados. La herrumbre y la vida marina es la respuesta del mar, manifestada sobre esos rieles, incluso preserva un botón dentro de ese óxido. Los dos botones cuentan una misma historia de exterminios. “La memoria del agua también se relaciona con la muerte y el genocidio”, concluye Zurita para dejarnos sin habla luego de ver el método para atar un riel a los desaparecidos, con el objeto de ocultar la historia o callar la voz del agua.
FICHA TÉCNICA
Título original El botón de nácar
Año 2015
Duración 82 min.
País Chile
Director Patricio Guzmán
Guión Patricio Guzmán
Música Miranda & Tobar, Hugues Maréchal
Fotografía Katell Djian