Todo indica que el próximo presidente de México será Manuel López Obrador. Mejor dicho, lo será si no hay fraude y le roban la elección. No hay que olvidar que son cientos de candidatos o aspirantes que han sido asesinados durante el transcurso de la campaña electoral y, han sido también cientos las denuncias realizadas en los últimos días respecto al traslado de boletas y nóminas de electores a los centros de votación. No hay que olvidar que tras los competidores de López Obrador se encuentran toda la oligarquía empresarial y la maquinaria de corruptelas del PRI y el PAN.
No cabe duda de estamos ante unas elecciones que han sido calificadas de «históricas». Porque, además del triunfo altamente probable de López Obrador, significaran una reconfiguración del sistema de partidos, con una crisis importante de los viejos partidos PRI, PAN, PRD y con la presencia de un movimiento social que ha crecido progresivamente en organización y en movilización, y ello ha significado un serio cuestionamiento a las medidas adoptadas por el neoliberal Peña Nieto y su bajo respaldo político.
Ciertamente que, una vez que pase el entusiasmo de las elecciones y asuma López Obrador, habrá que ver cómo se van a enfrentar las enormes dificultades que los poderosos realizaran. Y no porque López Obrador esté proponiendo transformaciones radicales -ha realizado una serie de concesiones para ampliar su base social de apoyo- sino que para una élite dominante extremadamente corrupta toda medida, por pequeña que sea, que limite su actual estatus es vista como un peligro.
Más aún cuando las secuelas del capitalismo neoliberal mexicano y su abigarrada corrupción sistémica se traducen en la existencia de entre 80 y 90 millones de pobres, 50 millones de ellos en pobreza extrema; un salario real que es el más bajo de América Latina; con un 75% de empleos informales; desmantelamiento absoluto de los sistemas de salud para la población; una profunda destrucción de la industria mexicana con la desaparición de entre 400 a 500 mil pequeñas y medianas empresas y la creciente inmigración a los Estados Unidos. En fin, un cúmulo de desigualdades a las cuales hay que agregar la violencia social que se expresa en los 400 mil personas asesinadas o desaparecidas y los 500 mil feminicidios ocurridos en los últimos años; la guerra por el control del negocio del narcotráfico y todas sus secuelas; y las reiteradas masacres perpetradas por fuerzas de seguridad locales y federales, que reprimen al movimiento social, como ha ocurrido con profesores, estudiantes normalistas, campesinos o pueblos originarios.
Difícil tarea se le avecina a López Obrador. Todos reconocen en él su honestidad personal. Ofreció en su discurso de cierre de campaña justicia, paz, igualdad, decencia, dignidad, fraternidad y solidaridad. Pero habrá que ver. Ojalá se apoye en todas y cada una de las medidas que adopte en el movimiento social que ha todas luces está esperanzado y no ha puesto reparos en las concesiones y apoyos cuestionables que ha reunido. Las dificultades están a pocos pasos y las presiones empresariales y de Trump… también.
RFC