Por Andrés Vera Q.
Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad
(Karl A. Menninger)
La violencia escolar es un fenómeno que cada vez preocupa más a la ciudadanía y a los gobiernos. En el caso de América Latina se ha convertido en un problema central en la agenda pública, y como tal se aborda mediante diferentes y diversas estrategias de intervención. En numerosos casos, el problema se manifiesta como situaciones de convivencia y/o de estructuras sociales que ejercen violencia en las personas, sin embargo también pueden ser concebidos como hechos que evidencian elementos propios de la delincuencia juvenil.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) indica que la violencia en la escuela es reflejo de la sociedad, especialmente en el mundo no desarrollado. Entre las causas más importantes señala: la pobreza, el trabajo infantil, la trata de menores, el sida, la ubicación en lugares geográficos remotos, infraestructura deficiente, el origen étnico, la escasa categoría social de las mujeres, la falta de educación de los padres, los conflictos civiles y los desastres naturales.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte señala que diversos son los factores de riesgo que contribuyen a ésta creciente violencia, a saber, la incorporación de temprana de los jóvenes al empleo; la falta de movilidad social, cultural o económica; la impunidad; la deserción escolar; la baja remuneración a los trabajadores no calificados; la falta de supervisión de los padres; el maltrato familiar; y, las pandillas en el entorno.
En su “Informe sobre la violencia y la salud” (2003) recoge la resolución de la Asamblea Mundial de la Salud de 1996, que declaró que la violencia es un problema de salud pública fundamental y creciente dándole importancia a las medidas de prevención de este flagelo.
En Chile, durante el último tiempo ha aparecido con fuerza el Bullying, violencia escolar y/o violencia entre pares como nueva preocupación nacional. Ciertamente, los sucesos que se relatan hacen referencia particularmente sobre los modos y formas de relaciones de niños y adolescentes. No existiendo una explicación única para el fenómeno de la violencia y la agresividad, la mayoría de los autores están de acuerdo en que la violencia se aprende de alguna manera, de forma directa o indirecta, a lo largo de la infancia y la adolescencia.
Durante el primer gobierno presidido por Sebastián Piñera Echeñique, se promulgó la “Ley sobre violencia escolar”, en el año 2010. El objetivo de esta ley es establecer definiciones, responsabilidades, sanciones, y procedimientos que se deben realizar para enfrentar situaciones de violencia o acoso escolar, más conocidas como bullying.
No obstante, hemos de señalar la enorme complejidad que conlleva abordar el tema de la Violencia Infantil y Adolescente ya que supone la necesidad de proponer estrategias de intervención orientadas, no solamente a los niños y adolescentes, sino también a los diferentes agentes socializadores —padres, madres, profesores, comunidad en general—, y a todos los que participan en su proceso de socialización.
A la complejidad del tema de la violencia infantil y adolescente, hay que agregar que no existe una verdadera evidencia que permita sustentar la tendencia de los seres humanos a comportarse y pensar de manera agresiva y violenta. Por el contrario, la violencia siempre ha estado presente en nuestra sociedad pero los comportamientos y actitudes de este tipo que son contrarios a las verdaderas necesidades de las personas en desarrollo y, por ello, es posible y necesaria su prevención. El hecho de que los niños, niñas y adolescentes desarrollen modelos agresivos y violentos va a depender de la influencia que en ellos ejerzan los diferentes contextos en que transcurre su etapa de desarrollo.
Una pregunta a partir de una constatación, sí la violencia siempre ha existido en nuestra sociedad, ¿los niños, adolescentes y jóvenes siempre han resueltos sus diferencias y conflictos en forma violenta?, o ¿es una nueva manera de relacionarse, de compararse u diferenciarse entre iguales? Pues las posibles respuestas siempre han ido a una cierta normalización de dichas prácticas.
Es interesante revisar las ideas de Doyal y Gough (1994), éstos plantean que los seres humanos necesitan con carácter general y universal condiciones sin las cuales no es posible que el ser humano se desarrolle e integre de forma satisfactoria a la sociedad. Así, los autores llegan a la conclusión de que la salud física y autonomía son esas condiciones básicas e imprescindibles para que los individuos se desarrollen de forma satisfactoria en cualquier sociedad. Desde este punto de vista —y esa es una de las razones por las que revisamos esta teoría—, es difícil negar la universalidad de estas necesidades para todos los seres humanos y también para los niños, niñas y adolescentes.
Desde esta perspectiva podemos expresar que la agresividad y la violencia tanto la ejercida por los adultos como la que desarrollan los propios niños, es contraria a las necesidades de salud física y autonomía, seguramente y no cabe duda, pueden deberse a serias carencias en la satisfacción de sus necesidades básicas (pobreza, alimentación, educación, hacinamiento entre otras).
Las teorías del aprendizaje han estudiado mucho la adquisición de las conductas agresivas y violentas a lo largo de la historia. Los autores que circunscriben este paradigma consideran que agresividad y violencia no son conductas instintivas ni innatas en los seres humanos, sino que es el medio ambiente el que las refuerza mediante distintos mecanismos de aprendizaje.
Para autores, como Dollard et al (1939), este tipo de comportamiento se adquiere mediante el refuerzo o la falta de inhibición de las conductas agresivas que, de forma espontánea, dan los niños ante la frustración. Para Bandura (1962), se adquieren mediante aprendizaje social, esto es, por la imitación de las conductas agresivas desarrolladas por los adultos u otros niños.
Así, la presencia de los modelos agresivos en la sociedad es lo que para los autores revisados permite explicar no sólo los orígenes de la agresividad y la violencia infantil, sino también su incremento a lo largo de las distintas etapas de la vida, es decir, los niños imitan los modelos agresivos de sus padres, de compañeros, de líderes y, por supuesto, también de la televisión, el cine y los video juegos.
El hecho que un niño actúe y/o piense de forma agresiva y violenta es el resultado de sus propias características (por ejemplo, la edad y el sexo), y de la interacción de éstas con las características de cada uno de los escenarios en que el niño vive en forma directa (familia, escuela, amigos, barrio) como de forma indirecta (la sociedad y la cultura).
No cabe duda que contar con un vínculo de apego que sea seguro y que cubra de forma satisfactoria las necesidades afectivas desde la primera infancia a la adolescencia como base para un desarrollo armónico y sólido, permitiendo la promoción del desarrollo integral de la persona, así como las relaciones, y la comunicación positiva con los demás.
Por tanto, es de vital importancia que durante la Infancia y Adolescencia dos conceptos cobren real y vital importancia: el Autoconcepto y la Autoestima, los cuales se forman a partir de las interacciones que se establecen con los otros.
Con certeza, todos coincidimos en que los niños constituyen la comunidad del presente y del futuro. Por tanto, todos reconoceríamos que ellos son únicos, que sus derechos deben ser protegidos, deben ser asegurados y desarrollados por un Estado democrático, el gobierno de turno y por la sociedad en su conjunto. Para allá se debe caminar, con urgencia y rapidez.
Mayo del 2018