POLÍTICAS SOCIALES Y EDUCACIÓN

Por Cristian Cottet

Definir la pobreza es un asunto de difícil entrada, más aún cuando el concepto se instala como paradigma político, en un Chile donde pareciera que el único objetivo como unidad es superar este “flagelo”. Pero la pobreza también se puede entender como una estrategia de sobrevivencia, para lo cual la resolución de las necesidades más básicas será el momento en que se comience a construir la cultura que nos contendrá y desde la cual esta sociedad se relacionará con el resto de su mundo, dando origen a un triple ordenamiento: institucional, conductual y organizacional, aspirando con esto satisfacer diversos tipos de necesidades que logrará, incluso desde su propio determinismo, condiciones de convivencia cultural.

Cada uno de estos tres ordenamientos contiene su propia dinámica pero no pueden existir sin las otras. Dicho en otras palabras, la institución es la expresión directa de las formas orgánicas que asumen las relaciones que se establecen; la conducta es la expresión del determinismo que estas instituciones generan, haciéndose aquella “constructora” de nuevas relaciones y organización; y la cultura es la instancia donde instituciones y conductas se despliegan organizadamente en función de resolver y/o enfrentar determinada necesidad básica. De esta forma, cada necesidad humana llegará a tener su correlato cultural que se manifiesta de acuerdo al desarrollo material y simbólico.

La satisfacción de estas necesidades está marcada por la urgencia social y cultural, que llevará a un cambio, sea éste institucional o conductual.

Dado que, sea en su funcionamiento regular o en el proceso de cambio, ésta se sostendrán sobre cuatro imperativos instrumentales: la educación, la economía, el sistema de reglamentación y sanción, y la construcción abstracta del ejercicio del poder (política). Estos instrumentos, activados e interrelacionados, se manifestarán también de acuerdo al desarrollo de cada cultura, generando a su vez nuevas necesidades, que denominaremos “necesidades derivadas” y que tendrán su satisfacción sea en el particular espacio que les genera o en la articulación de dos o más imperativos instrumentales, los cuales no pueden desplegarse sino desde la instalación de un contexto simbólico que le permite articularse. Para Malinowski las necesidades no son infinitas ni se resuelven de forma diferente en condiciones disímiles, sino que se comportan bajo los mismos patrones en cualquier condición. Puede parecer un debate fuera de lugar dado que es justamente este tipo de pensamientos, construidos al alero de un positivismo moderno y burgués, los que fraguaron un estilo de humanismo que, aún bajo la sospecha de etnocentrismo, hizo de los problemas fundamentales de sobrevivencia una cuestión que atañe a toda la comunidad. Junto a las ideas de Malinowski se presentaron otras hasta llegar a una sobrecargada oferta doctrinaria a mediados del siglo XX. Las necesidades que Malinowski propone como universalidad son justamente aquellas que dan contexto a cuestiones como la pobreza. Ese es motivo suficiente para volver a estudiarlo.
Para él las necesidades básicas son el metabolismo, como necesidad de regeneración biológica (alimentación y excreción); la reproducción como necesidad de continuidad física como grupo; el bienestar corporal como necesidad de equilibrio con el ecoespacio; la seguridad como necesidad de prevención física frente a elementos externos; el movimiento como necesidad de ocupación del ecoespacio; el crecimiento como necesidades de aseguramiento en el existir y crecer; y la salud como necesidad integral de vida.

Y para cada una de estas siete “necesidades básicas” se han generado los correspondientes concomitantes culturales, que Malinowski propone el abasto para satisfacer la necesidad de regeneración biológica (metabolismo); el parentesco para satisfacer la necesidad de continuidad física del grupo; el abrigo para satisfacer la necesidad de equilibrio con el ecoespacio; la protección para satisfacer la necesidad de prevención; las actividades para satisfacer la necesidad de ocupación del ecoespacio; la ejercitación para satisfacer la necesidad de crecer y sobrevivir; y la higiene para satisfacer la necesidad de salud. (Malinowski 1984. 112–115)

Cada una de estas necesidades sólo pueden explicarse cuando se referencian con su correlato cultural, o sea cuando se establece la institución que le satisface. Por sí solas no alcanzan, incluso la categoría de necesidad.

La cultura no es, entonces, una figura decorativa que se resuelve en los salones, muy por el contrario, para el funcionalismo la cultura es el espacio desde donde toda la vida en comunidad se manifiesta y, además, donde se encuentran los satisfactores de las necesidades.

Así como la educación no es un artefacto de consumo rápido, para la antropología, cualquiera sea la “escuela” o “corriente interpretativa”, es uno de los ejes desde donde podemos reconocer y reproducir esa cultura. La educación, como imperativo instrumental, ocupará en cualquiera sea la cultura y el ordenamiento social que ésta se de, junto a la familia, el soporte estructural de reproducción de todos los instrumentos culturales. No se trata aquí de emitir juicios de valor en tanto a la pertinencia o no de tal o cual soporte estructura, sino de reconocer que, como un todo, la cultura que determinada comunidad asume será armónica y equilibrada en cuanto a satisfacer necesidades. En tanto algún instrumento no resulte cómodo o adecuado, es la misma estructura la que generará los instrumentos para deshacerse de él. El equilibrio que una cultura alcanza no pierde el eje con facilidad.

Volvamos a la definición de “pobreza” para destacar en este pequeño texto los conceptos de insatisfacción y necesidades, los que al reunirlos funcionalmente puede resumirse en que la pobreza es una insatisfacción de necesidades y hoy es el paradigma que moviliza las políticas sociales del Estado chileno. Aunque esto no es novedoso, puedo reconocer en el uso de esta palabra mucho más que un concepto. La pobreza se ha transformado para el Estado chileno en un instrumento movilizador de energías económicas y sociales de orden material como simbólica, destinadas a preservar el equilibrio mínimo de reproducción y despliegue cultural.

En otras palabras, soy de la idea que para el tipo de sociedad en la cual vivimos los chilenos, es requisito de sobrevida el generar instrumentos, como la pobreza, que vayan en destino de asegurar los equilibrios de reproducción. Es imposible el despliegue armónico de este tipo de sociedad, cuyo crecimiento está centrado en el mercado, sin la requerida pobreza como soporte de control y reproducción. Siquiera podemos sospechar que el sistema es capaz de eliminar este nudo, es pecar no sólo de ingenuidad, sino que de falta de asertividad y seriedad científica. La pobreza, entendida como un desequilibrio sociocultural donde el ser humano no es capaz de resolver las “necesidades de sobrevida equilibrada”, esa pobreza, es requerida y hasta buscada por las instituciones que administran el despliegue material de la economía. De otra forma, de no existir una cantidad de miembros de la sociedad que no puedan satisfacer sus requerimientos de sobrevivencia, simplemente el modelo se derrumba.

¿Cómo es posible, en el marco del modelo, regular los sueldos y salarios sin un contingente de trabajadores cesantes que presionen por el recambio de mano de obra y así “mantener a raya” los bajos salarios? ¿Cómo es posible satisfacer las necesidades básicas de todos los miembros de la comunidad dado que eso termina con la necesidad y la especulación que con ella se hace? ¿Cómo se resguarda mano de obra barata, si no es asegurando un porcentaje de jóvenes menesterosos en su formación? ¿Es posible, dentro de este modelo cultural, permitir que el 100% de los egresados de Enseñanza Media automáticamente ingresen a la universidad y se transformen en profesionales?

Específicamente la educación ha perdido incidencia como instrumento de ascenso social, reforzándose la función de reproducción simbólica y de control social del sistema social. La estratificación de la sociedad comienza mucho antes de la profesionalización de los jóvenes egresados de enseñanza media, comienza en la calidad de vida de sus padres, en la calidad del jardín de infantes, del colegio, etc. Hoy los niveles de ingreso y permanencia en la educación formal son cada día más elevados.

Durante la década del 90 el promedio de escolaridad de la población aumentó en todos los quintiles de ingreso, pero los mayores incrementos se registraron en la población del cuarto y quinto quintil (un año en cada uno), en cambio en la población perteneciente al primer quintil, el sector de más bajos ingresos del país, este indicador se incrementó sólo en un 0,1 años de estudio.

Por otro lado, si consideramos como doce años el mínimo de estudios en Chile para poder aspirar a un ascenso social por la vía de la profesionalización, este cuadro nos arroja que sólo el quinto quintil (el de mayores ingresos) termina sus estudios básicos y secundarios, mientras el promedio de primer quintil no alcanza a terminar la básica. Aún así, estos sectores integrados al mundo laboral son requisito de equilibrio social. ¿Qué podría suceder si la sociedad toda obtiene la enseñanza completa y aspira el 100% de los alumnos egresados de Enseñanza Media a estudios universitarios? Bueno, la respuesta a esto está, justamente, en las movilizaciones de estudiantes durante el año 2006. Se sabe y se reconoce de la imposibilidad de “asegurar estudios superiores para todos”, pero eso no frena el ímpetu estudiantil. Entonces, ¿de qué sector es esta reivindicación?

Hoy no es la Educación un buen parámetro de progreso en calidad de vida ya que este “imperativo instrumental” ha sido sobrepasado. Hoy puede entenderse el “prestigio de propiedad” lo que permite estándares de vida paradigmáticos. En general estudiar hoy no asegura más que la reproducción simbólica del sistema. Por esto es dable asegurar que las necesidades, enunciadas por Malinowski, de metabolismo, reproducción, bienestar corporal, seguridad, movimiento, crecimiento y salud, son el piso mínimo desde donde el modelo preserva su equilibrio interno y externo. La pobreza, como realidad social, se vuelve sobre si misma para abandonar su dimensión colectiva e instalarse simbólicamente en “sectores” específicos donde el Estado actúa o “interviene”.

Atender a los requerimientos que estas nuevas condiciones obligan, es tarea que el Estado se ve cotidianamente tensado a enfrentar. Si el cambio de “paradigma” se expresa en los cambios de ocupación del espacio geográfico y con ello en nuevas formas de vida, esto mismo también hace que el cuestionamiento se lleve a espacios sociales y culturales no registrados hasta ahora.

Ese Estado cumple las funciones de resguardo y protección de “toda la población”, haciendo de esto un sistema donde las seguridades, por lo menos en lo que definición se refiere, están establecidas en la Constitución. Es ocupación del Estado asuntos como la salud, la educación o el transporte, pero a partir de la implementación (1974-1989) y consolidación (1990–2000) del modelo de acumulación de la burguesía financiera este “paradigma social” se transforma en tanto el sujeto que es beneficiario de las políticas sociales ha cambiado, o por lo menos ha sido segmentado, así se materializa el desplazamiento desde el Estado Protector al Estado Subsidiario. Se entra a un nuevo paradigma que emerge bajo las nuevas condiciones sociales y políticas.

Cambian los conceptos, el sujeto, el destino de los recursos destinados. Se habla de “pobres”, se promueve la caridad, se invalida al menesteroso, se institucionaliza la “donación” y el gasto social se “politiza” al extremo de volver por este camino al clientelismo de otrora. Este nuevo paradigma muestra algunas de las diferencias que se expresan en las formas de enfrentar los problemas sociales de la comunidad chilena. Mientras el paradigma universalista busca relevar el rol del Estado y de instituciones que nacen en perspectiva de comunidad, el paradigma focalista da cuenta de la compartimentación, la fragmentación social que se busca potenciar.
Mientras la mirada universalista busca la “necesidad” y sus raíces estructurales para enfrentarlas, la focalización, particulariza a los pobres, lo que dualiza la sociedad entre pobres y no pobres, que hoy se les reemplaza con el eufemismo “clase media”.

Mientras con el paradigma universalista la pobreza es una cuestión a resolver estructuralmente y desde políticas públicas que afectan al conjunto de la sociedad, con la focalización es instalada en el plano de la “aplicación” del modelo. El primero va al fondo mientras el segundo a la forma que toma el problema. Es ahí cuando el “programa” se instala en los procesos educativos, muchos de los cuales simplemente se tradujeron en historia. Los “programas” MECE Básica, el P-900, el PME, el MECE Media, la Jornada Escolar Completa Diurna y muchos otros, demuestran lo dicho.

Como conjunto, estos programas sociales referidos a educación han debido readecuarse, pasando algunos a formar parte de las políticas públicas universalistas, mientras otros desaparecieron (como es el caso del P-900) a pesar de obtener resultados positivos, aunque no transformadores de causales.

Malinowski, Bronislaw (1984). Una teoría científica de la cultura. Ediciones SARPE; España.