Por Carlos Romeo
Para lograr su objetivo supremo, la MUD, coalición de partidos políticos venezolanos decididamente opuestos al gobierno de ese país encabezado por Nicolás Maduro -que continúa la política revolucionaria iniciada por Hugo Chávez en 1999- ha decidido no participar en la elecciones presidenciales convocada para abril próximo. Esta decisión tiene evidentemente implicaciones, que a nuestro juicio pueden ser definidas aplicando la lógica al análisis de la presente coyuntura política en Venezuela.
Digamos primeramente, que la MUD acaba de perder de hecho tres elecciones al hilo, primeramente la de la Asamblea Nacional Constituyente a la cual se opuso y no participó, seguidamente la de Gobernadores en la cual si lo hizo y únicamente logro ganar en cuatro de los 23 Estados y en la elección de autoridades municipales en las cuales los chavistas ganaron las tres cuartas partes de los escaños en disputa.
Dígase lo que se diga al respecto, son demasiadas derrotas electorales seguidas que pueden calificarse sin exagerar de aplastantes, a pesar de la mala situación económica por la que sigue atravesando ese país debida principalmente a la sostenida caída de los precios del petróleo a partir del año 2014, aunque ya en el 2017 empezaron a recuperarse estando en la actualidad al 60% de los niveles anteriores al inicio de su descenso. Derrotas de la MUD durante los peores años de la situación económica por las que ha tenido que atravesar el proceso revolucionario venezolano. Una primera conclusión es que el chavismo es mucho más fuerte de lo que consideraban sus enemigos.
Si el objetivo fundamental de la MUD es derrotar políticamente al chavismo pero renuncia a hacerlo mediante el sistema electoral vigente, cuestionado “ad nauseam” pero sin poder demostrar el por qué, ¿qué medios le quedan para lograrlo? La lógica elemental indica que únicamente puede acudir a un procedimiento no electoral, como lo hizo el pasado año mediante el “método político de las “guarimbas”, la desestabilización del Gobierno mediante la implantación del caos por la violencia en la sociedad venezolana y que, dicho sea de paso, fracasó. No obstante, al parecer quedan otros posibles métodos políticos no electorales.
Desde fuera de Venezuela, principalmente desde “el norte revuelto y brutal”, como lo denominó José Martí, se le hacen proposiciones a las fuerzas armadas bolivarianas para que den un golpe de estado y derroquen el actual Gobierno chavista, método tradicional en la panoplia política latinoamericana, aunque ya pasado de moda y sustituido por lo que se denomina un golpe parlamentario-judicial, como el utilizado en contra del Presidente Zelaya en Honduras el 2009, luego en el 2012 contra del Presidente Lugo en Paraguay y en el 2016 en contra de la Presidenta del Brasil Dilma Rousseff. Pero en Venezuela la Revolución Chavista se inició precisamente desde el seno de las fuerzas armadas venezolanas a raíz de la conformación, impulsada por Hugo Chávez de una nueva generación de militares patrióticos devenidos revolucionarios y además, el sistema judicial no está en manos de la MUD y si bien el Parlamento si lo está, la Asamblea Nacional, no tiene ningún poder real para ello. Por consiguiente, todo parece indicar que en el caso actual de Venezuela ni el clásico golpe de estado militar ni el golpe parlamentario-judicial, son alternativas viables para acabar con el gobierno chavista de Nicolás Maduro.
No obstante, desde el Norte y también desde países más cercanos, pero “a soto voce”, se habla claramente de intervención ya no solamente diplomática o mediante sanciones económicas y políticas, sino que lisa y llanamente de intervención militar desde el exterior de Venezuela. Esta alternativa posible según indica la lógica, y hasta probable, presupone definir quiénes serán los “libertadores” que al estilo de lo acontecido en Iraq y en Afganistán invadirían Venezuela con el objetivo de acabar con el chavismo, tal cual sucedió para los propósitos del caso cuando en 1965 los EE. UU. enmascarados como OEA invadieron Republica Dominicana, y ya sin mascara alguna en 1983 a Granada, y a Panamá en 1989. ¿Serán los soldados de la gran democracia del Norte que ya tienen 7 bases militares en Colombia, país fronterizo con Venezuela? ¿O vendrán acompañados (minoritariamente) por soldados de países latinoamericanos (se habla del punto en que coinciden Colombia y Brasil con la frontera venezolana) o que eventualmente Guyana aprovecharía la coyuntura para definir el pleito sobre la región al Oeste del rio Esequibo?
¿Y cuál es la perspectiva posible ante tales acciones militares? ¿La recepción alborozada de los invasores por la población del país invadido, sino de toda al menos de una gran mayoría, como la CIA aseguró a su Gobierno en 1961 que serían recibidos los integrantes de la brigada 2506 que invadió Cuba por Playa Girón? O más bien la unidad de al menos más de la mitad de la población, según datos de pasadas elecciones, con las fuerzas armadas bolivarianas, empezando por las milicias populares armadas ya organizadas. Porque hace dos siglos los venezolanos liberaron a cinco países colonizados por España y esa tradición histórica la mantienen viva en su cultura.
¡Ojo con los latinoamericanos! A principio de 1959 un mulato cubano me dijo “Habrá revolución si el americano quiere” y al año siguiente se estaba entrenando militarmente para resistir una eventual invasión norteamericana a su país.
Morirían muchos invasores. ¿Es ese un “precio” políticamente pagable por las fuerzas derechistas que gobiernan en cada uno de los eventuales países participantes? Pese a los aparentes éxitos en República Dominicana, en Granada y en Panamá, es muy recomendable no jugar con el fuego de la guerra, como lo hizo el entonces presidente Kennedy cuando en abril de 1961 y en octubre de 1962 le propusieron invadir militarmente a Cuba y se negó a ello. Lo que funcionó en Iraq pero no funciona en Afganistán y mucho menos en Siria, a pesar de la complicidad de la OTAN, difícilmente funcionaria en la América Latina. Venezuela no tiene armas de destrucción masiva ni pretende fabricar armas atómicas. Solo tiene mucho petróleo y muchos otros recursos naturales, entre ellos los 30 millones que conforman su pueblo.
La Habana, 22 de febrero del 2018