Por Cristian Cottet
Para efectos de la ceremonia el libro estaba allí, ansioso, entonces buscaste un trozo de papel para forrarlo, papel de aquellos que aparecen como insertos en los periódicos y que agregan cierto colorido vulgar a las portadas, buscaste las tijeras y forraste el libro para no dañar su presentación. Los libros hoy son objetos de amplios estudios, de escaso encuentro y de precaria factura, por lo que forraste el libro para protegerlo mientras el cigarrillo se consumía poco a poco entre tus dedos moviendo el libro y tus ojos que seguían cada movimiento de ellos.
Esto es así cada vez que lees un libro, no hay otro camino, sea nuevo o usado, propio o de un amigo generoso, de esos que ya no quedan, que te lo facilita. Para leer un libro primero se forra, luego se busca un marcapáginas, una fotografía, un recorte de periódico, un trozo de papel, no importa lo que sea, lo importante es que cumpla la función de marcar los avances cada vez que comienzas a leer un libro.
Después de mucho insistir, te reencontraste con Un hombre que duerme, de Georges Perec, traducción de Eugenia Russek-Gérardin, “buena traducción”, pensaste la noche esa en que lo recuperaste de un préstamo obligado, si, buena traducción y así volvió a tus manos tan falto de señales de lectura, como te gusta contemplar aquellos mágicos objetos. “Ni una marca”, pensaste. Pero, ¿qué son aquellas señales de dobleces en el extremo superior de la página? Unas señales levísimas, casi inexistentes, señales de haber sido marcada una línea con un lápiz de grafito?
Entonces, sólo entonces y ante la sospecha, afinas la vista, buscas esa lupa que te regalara tu abuela con la intención de hacer de ti un biólogo o un policía, pero nada de lupa, así que volviste sobre esa página, la 63, escudriñando el texto marcado, dónde comienza, dónde termina esa marca: “Con respecto al mundo, el indiferente no es ni ignorante ni hostil”. Acercas tu cara hasta la página 63, escrita por Perec, en hostil… en hostil también termina la casi invisible señal de trazo. Vuelves a tu posición inicial. “Esto puede significar que es un mensaje para mi”, piensas. Si, no lo ignores, es un mensaje para ti.
Pero no, no puede serlo porque tu no eres indiferente al mundo, muy por el contrario, eres de esos que comienza la lectura del periódico en la sección internacional, te lees las novelas buscando entrelíneas lo que de cada geografía se refieren los autores. No, tú no eres un indiferente, pero ¿eres hostil o ignorante? Si fuese Perec el gestor del trazo en la página 63, se trataría de una feroz bofetada a su concepción de lectura ya que el personaje que duerme, o casi duerme, le define en el propósito de “…leer sin dar importancia alguna a tus lecturas” y es ese mismo lector quien no pudo contenerse a rayar la página 63. Buscas, apresurado, en todo el libro otra señal de trazo, pero nada. Esto se complica.
Lo que comenzó con la recuperación de un libro prestado, ahora se transforma en una evidente amenaza del autor (Georges Perec) a tu forma de leer, y es más, también se transforma en una contradicción ya que en el mismo párrafo y en la misma página (la 63) el personaje es definido en el ámbito de la no-hostilidad, pero a reglón seguido ese mismo Perec te propone no prestar el más mínimo interés en lo que lees (eso, para ti, es una hostilidad), o sea, en el personaje indiferente, en el trazado… no, en el trazado no, el trazado es otra señal, es una llamada de atención de quien leyó el libro y descubrió semejante contradicción.
Decides llamar por teléfono al que devolvió el libro, buscas la libreta de teléfono para llamar a Raúl, el estúpido que, seguro, rayó el libro. ¡Alto! ¿Qué haces? Si lo llamas te delatas en la falta, la falta de haber dejado pasar esa contradicción sin señalarla en la hora de las improvisaciones de los viernes. No, no puedes llamar, por lo tanto, abandonas la tarea de encontrar la libreta. Pero ¡qué importa! Si la clave está en el comienzo del trazo ya que se refiere al “indiferente” y tu no eres indiferente, eso ya fue dicho algunas líneas más arriba, muy por el contrario, eres un tipo ocupado de los acontecimientos que conmueven al planeta, entonces, si no eres indiferente, eso explica por qué te has puesto hostil, primero con quién dobló las hojas, segundo con quien trazó una línea en la página 63, tercero con Perec por caer en contradicción, cuarto con Raúl, al tratarlo de estúpido por intervenir el libro.
Así las cosas, está claro que eres el estado opuesto al personaje de Perec, no eres indiferente (¡bien!), eres hostil al atropello a las personas (¡bien! ya que rayar una página de un libro ajeno es también hostilidad) y le das importancia a lo que lees, incluso al vacilante de Perec. Todo bien, todo nuevamente en su lugar, porque, reconozcámoslo, la hostilidad muchas veces se justifica… todo bien.
¿Por qué, entonces, el libro estaba marcado en esa página y no en otra?