Por Carlos Romeo
Es estimulante encontrar en la prensa chilena un editorial como el que aparece en Dilemas después de la reciente elección presidencial, en el cual se dice “El Frente Amplio, establece en su programa algunos de los principales objetivos democratizadores y de justicia social que en las actuales condiciones se transforman en demandas sentidas de la población.” Y al finalizar señala “Que existan condiciones para construir alternativa democrática y popular solo nos habla de una posibilidad. Posibilidad que no se debe desperdiciar. De todos depende.”
Lo que enfatiza Dilemas es nada menos que la necesaria unidad que debe existir entre todos los que tengan objetivos políticos comunes en sus respectivos programas a pesar de tener divergencias. Cuando eso sucede no se produce una suma de voluntades sino que una multiplicación.
Ya Chile vivió este fenómeno político, primero en 1938 cuando triunfo el Frente Popular, después en 1958 cuando Allende, el candidato del Frente de Acción Popular, estuvo a punto de ganar la elección presidencial de no aparecer “el cura de Catapilco” que, con una verborrea irresponsable y un financiamiento desconocido, le resto los 40.000 votos que le faltaron. Y nuevamente en 1970 se produjo la necesaria unidad con la Unidad Popular, agotada en la práctica la “revolución en libertad” prometida por la Democracia Cristiana con Eduardo Frei a la cabeza de ese movimiento.
En esas tres ocasiones el núcleo de la unidad partidista fue una alianza entre comunistas y socialistas, ambos partidos en aquella época con una ideología y una concepción teórica marxista, a pesar de sus discrepancias. Pero, ¿Qué quedó de ello después de la barbarie militar pinochetista que como parte del Plan Cóndor, se propuso y logró eliminar físicamente prácticamente a todos los dirigentes políticos y sindicales así como a los intelectuales de la izquierda en Chile? Quedó ante todo la necesidad de sobrevivir como tales de los políticos sobrevivientes y para ello participar adaptándose a la nueva sociedad neoliberal chilena dotada además, de una nueva Constitución Política con ese objetivo y con sus garantes en los cuarteles. Así, el país lleva ya 27 años. Son muchos años.
¿Sera que por cuarta vez la izquierda en Chile deberá construir la unidad política, pero esta vez mediante la acción concertada de nuevos partidos con nuevos dirigentes que no padezcan del complejo de ser ellos los únicos y no otros, los que tienen las adecuadas soluciones que requiere el país si no que en cambio busquen las coincidencias programáticas que más voluntades sumen en vez de las posibles discrepancias.
La Habana, 28 de noviembre del 2017