LOS DILEMAS DE ÚLTIMA HORA

Por Cristian Cottet

Los dolores de cabeza comenzaron temprano. La reunión era a las ocho y no llegaban más de tres representantes de orgánicas del Frente Amplio. Comencemos nosotros, dijo uno de los tres participantes. Pero no podemos comenzar esta mesa con tan pocos, asintió otro. Así es la política, sentenció el último en llegar. Comencemos entonces.

Los resultados de la última elección popular no sólo entregaron quienes van o no van a la segunda vuelta, más bien es el punto de inflexión en aquello de determinar quiénes y cómo gobernaran y quienes no lo hacen.

La derecha se ordenó tras la postulación de Sebastián Piñera, no fue un parto tan complicado ni cargado de tensiones. La derecha política sabe perfectamente donde debe apretar y donde prometer. No hay mucho que especular ni escribir respecto a las gestiones de la derecha. Se sabía que, tirones más tirones menos, llegarían a un acuerdo de “equipo” en menos de lo que canta un gallo (así lo habría graficado mi sabia abuela).

De igual forma los operadores electorales de la Nueva Mayoría venían desde antes de la primera vuelta calculando los movimientos que debían gestionar una vez terminada la jornada. En medio de esto, la honestidad de la Democracia Cristiana fue un ejemplo de convicción, primero de marginan de la Nueva Mayoría y luego presentan una dirección acéfala. Pero a ellos no le gustan los rotos ni los aparecidos de última hora, pero fue necesario insistir. Fracasaron y como respuesta se sumergieron en la lógica de los niños amurrados. Queda tiempo y son posibles nuevos cambios, pero lo que hasta ahora hemos visto es profundizar la invisibilidad.

Resulta extraño, por ejemplo, que el Frente Amplio se conformara desde el comienzo del proceso con llegar en tercer lugar y a poco andar conformarse con llegar dignamente en ese lugar. Engolosinados con el trabajo de campaña no prestaron mayor atención sobre algunos detalles. Este resultado, que viene a reafirmar lo farandulero de estos procesos electorales, nos pone frente al hecho inesperado de que el Frente Amplio hubiese llegado al segundo lugar. Eso que nadie espera no es producto de las encuestas ni nada que se les parece. La verdad está en el hecho de que el voto de Beatriz Sánchez y los parlamentarios que le acompañaban es un voto de protesta, un voto que se las juega por “el cambio”. Un voto desinformado pero que participa de una nebulosa disfrazada de “cambio”. En esto el Frente Amplio le acertó y su propuesta se dirigió al ciudadano dudoso pero activo votante. Así, muy por el contrario esa palabrería de “cambio” en boca del Frente Amplio se transformó en una herramienta, se transformó en ansiedad de consumo, en el temor de la invisibilidad.

Este voto no es un voto de izquierda, tampoco se trata de un ciudadano que aún exige saber de los Detenidos Desaparecidos. Este voto que instaló a la señora Beatriz Sánchez en el tercer lugar, en su mayoría no es un voto militante y simplemente puede, por el momento, transformarse en un voto funcional a las negociaciones de última hora. El voto arrollador del Frente Amplio es una suma de expectativas de buena vida que se permitió irrumpir sin aviso, logrando que el instrumento de esta gestión se alimente de frustraciones que desde hace mucho tiempo se constituyó como tal.

Esta idea de cambio como figura salvadora se construyó en las luchas callejeras, se actualizó en las jornadas del NO+AFP, en los paros de funcionarios de la salud, en las reivindicación del derecho a vivienda, en el eco de los pingüinos. Este voto frenteamplista es un voto que se asienta en las reformas de actual gobierno. Este no es un voto del Frente Amplio, sobre todo con la ayuda que le prestó la nueva Ley de Elecciones. Si no, miremos la gestión y resultados de Alberto Mayol, que finalmente terminó como el arroz del plato. Siendo un potente gestor y uno de los pocos que hablaba desde la izquierda, le sobrepasó la carencia de referencias ideológicas y la ansiedad por trasladarse a Valparaíso. Tal vez sea Mayol el más dañado de los candidatos del Frente Amplio. El resumen de su gestión se tradujo en un resultado que buscó alianzas que no funcionaron porque estaba en el lugar equivocado.

Dejemos en claro una cosa, Beatriz Sánchez no es ni se acerca a Michelle Bachelet. Mientras la primera balbucea frases sueltas, promesas de trasnoche, mientras trata de mostrar una experiencia política que no la tiene, la Presidenta observa, sonríe, levanta la mano y saluda. Beatriz Sánchez fue la candidata del Frente Amplio, pero no fue su líder. La pregunta entonces no es por qué fueron electos los que lograron un asiento en el parlamento, sino por qué una importante zona de electores prefirió el Frente Amplio con Beatriz Sánchez como candidata. Eso ya está resuelto. Hoy la realidad política nos obliga a mirar hacia la izquierda.

Por lo pronto el Frente Amplio festeja una fiesta ajena. La izquierda, aquella zona que nos refiere al anticapitalismo, observa, se engolosina con pequeñas orgánicas locales disputando un nombre, un homenaje, un lugar en la foto. Esta izquierda está aún en deuda con los pobres, con los desplazados, los sin casa. Finalmente, nuestra izquierda es la verdadera derrotada en esta disputa electoral. Algunos podrán apelar a muchos argumentos, pero al filo de la noche no queda más que una izquierda expectante y desconcertada.

Comúnmente trabajamos con elementos de juicio que están dados por terceros y que creemos producto de nuestro propio razonamiento. Somos parte, de lo que se denomina como “opinión pública”, que no es otra cosa que la uniformidad de razonamientos en torno a una “idea fuerza” que lo envuelve todo y nos deja sólo el espacio para emitir alguna opinión que resulte inteligente, cuando en verdad ni la inteligencia tiene que ver con las opiniones ni estas son de verdad nuestras.

¿Qué sabemos? Aquellos que los más diversos medios de comunicación nos entregan como verdad y vamos dejando en manos de nuevos sacerdotes de la verdad lo que sabemos. Se habla de “errores comunicacionales” para tipificar un “error de manejo de masas”. Se obnubila lo cierto para poner de manifiesto aquello que una “campaña” pretende. Hoy la campaña está direccionada a convencer que la izquierda es un ramillete de invisibles propuestas imposibles de aplicar y mientras no se supere este enclave comunicacional y político, no tendremos otro camino que observar desde el televisor.