Jorge:
En estos días me ha dado por pensar en el porqué de esa actitud increíblemente cruel de personas que hasta ese momento habían sido colegas y compañeros de armas de ustedes, oficiales de la Fuerza Aérea de Chile que manifestaron una genuina inquietud intelectual con relación a lo que estaba sucediendo en el país y me pidieron que les impartiera un curso de economía política, al mismo tiempo que reiteraban su disciplina debida a la autoridad política constitucionalmente elegida. Es la pregunta sin respuesta que planteas en tu libro, joven oficial que me escoltó hasta el avión peruano en el cual abandoné Chile después del golpe de estado.
Creo entender esas actitudes de odio y esa crueldad como una necesidad psicológica para auto justificarse por las acciones cometidas en contra de compañeros de armas con quienes habían confraternizado hasta entonces, cuando violaron el principio de lealtad debida y aceptada hacia la máxima autoridad política, que era además el comandante en jefe de todas las fuerzas militares del país.
Era necesario demonizar a lo que se atacaba y destruía, como una manera de auto justificar la violación de principios en los cuales creían. Pero en contra de los demonios todo vale, inclusive su destrucción toda vez que encarnan el mal, entendido como la alteración de lo habitual y de lo consagrado por la costumbre. Allende y sus seguidores habían devenidos agentes del mal y por tanto ya no debían ser considerados como los seres normales que una vez fueron. Era nuevamente el síndrome de la purificación por el fuego que practico en su tiempo el Santo Oficio.
Pasaron los años y lo sucedido demostró que bajo la idea de luchar contra los demonios lo que se había entronizado en Chile era precisamente la vigencia de lo demoniaco que provoco la muerte, desaparición, tortura y encarcelamiento, de unos 35.000 chilenos, sin contar a los que debieron expatriarse, ya sea para poder sobrevivir o simplemente para rehacer su vida en donde pudieran.
Desde luego que no pretendo incluir en esta explicación a militares y no militares, que sabiéndolo o no, tenían una ideología fascista y que actuaron por convicciones y no como una defensa psicológica ante lo que su subconsciente registraba como una traición a principios que habían jurado defender.
El tiempo ha pasado y sigue pasando y la historia registrará quiénes si actuaron bajo la influencia demoniaca como los que lo hicieron por convicciones propias de ideologías nefastas, así como quienes pagaron por su lealtad a sus creencias y principios de convivencia humana.
Entiendo y espero que la FACH trate de borrar ese triste y vergonzoso capítulo de su historia.
Un abrazo de
Carlos Romeo
La Habana, noviembre de 2017