EL MARTILLO Y SUS ALREDEDORES

Por Cristian Cottet

Un área importante de estudio en las ciencias sociales es la producción de tecnología material en las sociedades conocidas. Vestimentas, armas, herramientas, instrumentos de alimentación, etc. son parte constitutiva del desarrollo y adaptación a diversos ambientes ecológicos del ser humano, el cual debió cruzar muchas montañas, enfrentar dolores y desconciertos que pueden haberle parecido infinitos, antes de marcar pequeños logros en el dominio de su entorno. El cuerpo del cual era exclusivo posesionario se vio forzado a límites que no siempre resistió. El dolor y la premura por sobrevivir le llevaron a tomar parte de esa misma naturaleza en que habitaba, para usarle contra ella misma y así dominarle. Él sólo contra natura no podía.

Este interminable proceso llevó incluso a que su cuerpo se viera transformado, cambiara su forma en complicidad con el uso de aquellos instrumentos. Dominar la naturaleza trae aparejado un cambio que se incorpora y asume con el tiempo, al nuevo estado de “ser humano”. Ya no es el mismo, la disputa por espacios es la más de las veces una cuestión de vida o muerte. Poco a poco el hombre se dispone de instrumentos arrebatados a natura y a la vez va transformando su cuerpo al uso de estos instrumentos.

El hombre, el uso y el instrumento, son en si un exquisito y básico ejemplo de las teorías estructural-funcionalistas, del profesor Radcliffe-Brown, donde la estructura/instrumento se ve sostenida, justificada y mantenida por la función/uso. “…lo único, dice Federico Engels, que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo”. (Engels; 1969. “El papel del trabajo…” 387)

Siguiendo esta lógica, la herramienta posee una doble dimensión en la relación que el hombre establece con ella: de una parte es la herramienta la que le facilita el dominio sobre la Naturaleza, manifestándose ese instrumento como una extensión del propio cuerpo; y de otra, es el uso de la herramienta la que transforma la corporalidad humana. El trabajo transforma físicamente al ser humano, le hace erguirse, estirar sus dedos, pensar, etc. “Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre” (Engels; 1969. “El papel del trabajo…” 378).

Don Alejandro es un trabajador de la construcción que desarrolla su oficio de manera independiente desde la adolescencia. Actualmente tiene 68 años, ha diversificado su oficio a tareas de gasfitería, arreglos de techumbres, algo de jardinería, albañilería, en fin, todo aquello que puede ser ejecutado con el mínimo de tecnología y movilidad. Podemos decir que don Alejando representa uno de los estereotipos del mote chileno de “maestro chasquillas”, hombre de pueblo que realiza todo tipo de trabajos del hogar, sin que ninguno le excluya o defina. El “maestro chasquillas” es un signo que en la sociedad chilena permite limitar determinadas conductas y labores humanas y que expresan en dos alternativas de entendimiento a esta compleja institución. Por un lado se emplea en el caso de quien todo lo hace “a medias”, no finaliza labor alguna que ha comenzado, desperdicia materiales, no reconoce el funcionamiento de lo descompuesto, en definitiva el Chasquillas viene a ser un sinónimo de irresponsabilidad y mentira. Por otro lado este mismo mote se emplea para identificar al habilidoso, al que enfrenta todo tipo de dificultad con “actitud de experto”, el que posee una aceptable variedad de herramientas, el que conoce un poco de todo. Tanto el que todo lo hace “a medias”, como el de “actitud de experto”, vienen a ser dos expresiones disímiles que no pueden confundirse con partes de lo mismo. Muy por el contrario, estas dos expresiones de chasquillas, con sus variantes e intensidad, son también dos tipos de chilenos reconocidos desde el fenomenal mundo infantil.

Don Alejandro es un caso de evolución y de re-construcción de si mismo. Él ha sido una parte de su vida el chasquillas que todo lo hace a medias, y ha sido también el de “actitud de experto”. “Yo hablo con las cañerías y con los palos po’hermano, usted me dirá que esas son tonterías de viejo pero yo le digo que no, que cuando me enfrento al trozo de madera o a la cañería que gotea yo le pregunto primero a él o ella qué le pasa, y ella si es cañería, y él si es palo, me cuentan. Entonces po’compadre usted no puede decir que si uno hace de todo lo hace todo a medias. Uno compadre no hace nada, sólo se deja llevar por lo que las herramientas y las cosas le dicen… claro que a veces se equivocan y uno debe poner la cara frente al cliente, pero eso pasa a veces no más. Las herramientas compadre son muy diablas”. Don Alejandro es un hombre dedicado a conocerse, ocupación que le llevara del alcoholismo a la abstinencia por la sola y exclusiva decisión propia, decisión que tomó un día de invierno y que (exactamente) al otro día dejó de ingerir alcohol, cuestión que también hizo con el cigarrillo y que ambos cambios no significaron cambios filosóficos ni religiosos. “Uno vive muchas vidas hermano. Yo ya viví la del copete y ahora vivo la del que no toma. Yo no digo que no vuelva a la otra, son formas de mirar el mundo hermano, eso es, formas de mirar el mundo y si uno se engrupe con que esa es la única está perdido. Lo único que he hecho toda la vida y que yo creo que no voy a cambiar, es trabajar en lo que se ponga por delante. Eso me gusta. Llevo casi diez años sin tomar y le prometo compadre que no tengo ganas de volver a esa vida”.

Por esto mismo, don Alejandro mantiene una relación intensa con sus herramientas, las cuida, las prepara para los futuros trabajos, les conversa, muchas veces les instala nombres que sólo él (y las herramientas) reconoce. Un serrucho para él sólo se justifica en el diálogo que establece con “el palo”. Un alicate existe en cuanto existe el alambre y la tuerca. El martillo, su herramienta preferida, es su propia mano acariciando la cabeza de un clavo. “El martillo es una herramienta de golpe, eso es lo primero, formada de dos partes: una de metal y otra de madera, la cabeza y el mango. En su origen yo creo que el martillo debe haber sido sólo un palo que servía para muchos servicios, también puede haber sido un trozo de hueso o una piedra, eso no importo, lo que importa es que es una herramienta que sirve para golpear otra cosa y que se toma con la mano. Después el hombre le agregó la parte de metal y fue perfeccionándolo para cada trabajo, porque el martillo compadre lo encuentra usted en casi todos los oficios, en la medicina, en la ingeniería, en la carpintería en la joyería, en todas usted siempre va a encontrar el martillo. Ese si que es un fiel compañero que le ha favorecido al hombre para mejorar su vida. El hombre fue arreglándolo para cada servicio: a uno le puso horquilla, que es un gancho que junto con la boca forman la cabeza del martillo carpintero. La horquilla sirve para sacar clavos que a uno se le enchuecan, sirve para picar leña (como un hacha), sirve para separar dos palos que están pegados. La boca sirve para golpear, la boca fue primero que la horquilla y eso es lógico porque al que inventó esta maravilla primero se le ocurrió clavar un clavo y después, cuando la cagó y le quedó el clavo chueco, tuvo que agregar la horquilla.

“Además del martillo carpintero, o de gancho, que como dije tiene boca y horquilla, existen muchos otros tipos. Está el martillo de peña o mecánico, que tiene una cabeza formada por una boca plana y otra redonda, ésta va donde el carpintero lleva la horquilla, estos martillos casi siempre son todo de metal y lo usan los mecánicos, los desabolladores y los gásfiter. Está también el “combo”, o martillo de peso que sirve sólo para golpear y que lo importante de él es el peso que tiene, son grandes y su cabeza es plana por los dos lados, se regulan por el peso de la cabeza (en libras, uno los pide por libras no por kilos, no se por qué es así, pero es así), hay algunos que son casi del porte de una persona, se usan en las fundiciones, en la albañilería, en los circos (yo un tiempo estuve trabajando en un circo y me tocaba usar un combo que pesaba casi lo mismo que yo), bueno, lo importantes de estos es el peso y no sirven para nada más que para golpear con mucho peso. Están los martillos tapiceros, que tiene una cabeza fina, chica y que también son de madera y metal, la cabeza es fina porque en la tapicería los clavos son pequeños. Está el martillo de joyero o “tass”, bueno esos los usan los relojeros y usted entenderá que son pequeñitos. Están los más modernos que son los martillos de golpe, que funcionan con aire comprimido, algunos taladros tienen incluido un martillo de este tipo, los más grandes los usan en las calles para perforar. En fin, como usted ve la lista puede ser grande, existe también el martillo carnicero, que es de madera y tiene en la cabeza una textura que al golpear la carne ésta se ablanda. Podríamos estar todo el día y no terminaríamos de hacer la lista de tipos de martillos. En definitiva, todo lo que golpea es un martillo.

Constituido por dos partes, el martillo carpintero (que es el que nos preocupa en este estudio) se puede también definir como un puño humano, haciendo la zona de la cabeza (aquella que contiene la boca y la horquilla) la mano empuñada y el antebrazo trazando el mango de la herramienta. La cabeza está, a su vez, formada por tres zonas: una central de forma rectangular (alma) y ahuecada en su centro, que toma la forma de un tubo y que es por donde se introduce uno de los extremos del mango para unir las dos partes (cabeza y mango); una segunda zona cilíndrica adosada a la rectangular de forma perpendicular al eje de la perforación de éste y que recibe el nombre de “boca”, esta zona es la que usará casi exclusivamente para golpear; y una tercera zona adosada en línea con el cilindro (boca) y que consta de una lámina intervenida por una apertura central que sirve para introducir el clavo y extraerle, a esta zona se le denomina horquilla. La cabeza, al considerarle con sus tres zonas ya incorporadas, semeja una letra “T”: su verticalidad, zona rectangular y ahuecada y su horizontalidad, la línea que forma la zona cilíndrica (boca) con la lámina (horquilla). Generalmente la cabeza posee un peso de tres libras.

El mango del martillo carpintero (la otra parte que le forma) contiene dos zonas principales: el mango propiamente tal, que comienza en la sub-zona de “empuñadura”, a veces reforzada de cuero, telas o aditivos plásticos, que le permitan suavidad y fuerza, esta zona cumple por función unir la cabeza del martillo carpintero con la mano del hombre que le usa; la otra zona del mango es el extremo opuesto a la empuñadura y que toma la forma de la perforación del “alma” de la cabeza, penetrando a ésta con energía y precisión para lograr una unión permanente y seguridad de trabajo, esta sub-zona (que penetra el alma de la cabeza) generalmente es más delgada o fina que el resto del mango.

Un tercer elemento del martillo carpintero es la “cuña”, pero para llegar a ella debemos primero describir el proceso de unión de la cabeza con el mango. Para don Alejandro “unir el mango con la cabeza es una cuestión que tiene su ciencia, compadre. Primero usted debe asegurarse que el mango sea de madera dura, que tenga “nudos” y que esté pulida, después debe achicar uno de los extremos de forma que queda un poco más ancha que la perforación de la cabeza, que es donde se meterá. Después instala la cabeza con la perforación hacia arriba, le pone la parte del mango que trabajó y le manda un martillazo fuerte, este golpe no necesariamente va a meter todo el mango en la perforación, se trata sólo de que se unan con firmeza y pueda continuar el trabajo. Después toma usted el mango, que va a tener la cabeza a medio a medio colocar golpea en algún lugar dura el mango en la zona de la empuñadura, estos golpes son perpendiculares a la tierra, lo golpea varias veces hasta que la parte trabajada se introduzca en la cabeza, que va a estar en el otro extremo del mango, eso si, debe quedar un poco pasado de la perforación. Estos golpes con el mango permiten que, por gravedad, la cabeza sea la que “baja” y se acomoda al mango, eso es muy importante compadre, es la cabeza la que se instala en el mango y no el mango el que entra en la cabeza. Terminado esta parte del proceso, usted mete la cabeza del martillo, que ya está con mango, en el agua para que la madera se dilate y se ablande su poco. Mientras tiene el martillo en el agua, usted se entretiene fabricando una “cuña”, que es en verdad la tercera parte del martillo carpintero. La puede hacer de madera, eso si, que no sea de la misma del mango, de metal o si no tiene nada a mano, corta un par de clavos de cinco pulgadas y las aplana su poquito. Terminada la cuña, vuelve a tomar el martillo con la cabeza para arriba y le introduce lo que tenga de cuña, con esto la madera, que está mojada y expandida, se comprime y fuerza el metal de la cabeza haciendo de las tres partes, mango, cabeza y cuña, una sola pieza”.

Don Alejandro posee otras variaciones sobre este proceso, que él llama “de emergencia”, pero preferimos obviar. De todas formas, esta “ceremonia” de construcción del martillo no se ve afectada en su contenido con las alternativas.

El martillo, y en especial el martillo carpintero, ha sido cargado de simbolismos que van dando forma a otras instituciones que se despliegan en el ámbito laboral y de subsistencia. ¿Qué evoca, a qué retrae un martillo carpintero? A tres estamentos de sobrevivencia social: trabajo, poder y proyección, cada uno de ellos sostenido por el resto en una conjugación de energías simbólicas que se tensan y relajan según sea la necesidad.

No resulta casual que el signo que durante el siglo XX identificó a los sectores obreros y trabajadores en general contuviera un martillo. En este caso el martillo es el que don Alejandro identifica como “martillo de peso” y su uso está dado más en la metalúrgica y al combinarle con una hoz (la otra herramienta del signo referido) viene a indicar la unión de los trabajadores del campo y la ciudad. Pero el martillo representado en este signo contiene otros significados que evocan energía y violencia, pero aquí sólo nos referiremos a esta simbolización del trabajo con un signo preciso y mundial: el martillo. De otra parte este mismo martillo carpintero se le relaciona con el área de la construcción, con el levantar edificios y casas, con el sector que requiere gran contingente de trabajadores. La sociedad no es algo estático, fijo en el tiempo y el espacio, muy por el contrario está dada por el permanente flujo de energías que se desplazan de un centro a otro, energías que comprometen los cuerpos y las vidas concretas. En esto, el martillo carpintero está instalado en uno de los extremos de estas pulsaciones energéticas, dado que su forma y uso está directamente relacionada con el trabajo de construir, de protegerse, de “levantar techos”, de cobijar. Este trabajo es ejecutado por hombres (hablo aquí en el sentido masculino), hombres que “empuñan” el martillo, hombres que trabajan (generalmente a torso descubierto), hombres que “alimentan una familia”, hombres que se les representa “martillando”, golpeando, hombres que proyectarán esa energía desplegada y que viene a ser representada por el martillo carpintero.

Para la sociedad chilena, que no ha podido resolver el cobijo para sus miembros, que, a pesar del discurso triunfalista de desarrollo, aún mantiene una importante cantidad de familias sin casa y que este sector, además, se ve regularmente confrontado a la irregular distribución de trabajo, para esta sociedad, que vive en el sutil (pero efectivo) temor a la cesantía, el trabajo y la vivienda van apareados como “primera necesidad” y tanto en una como en la otra el martillo juega un rol determinante. “El martillo compadre, dice don Alejandro, es uno de los remedios a la cesantía. Usted puede ganarse la vida y llevar puchero pa’los cabros chicos. Yo con un martillo puedo levantar una casa, con un alicate no. Y mire usted compadre como son las cosas, resulta que, no sé por que razón, este último tiempo de todas las herramientas el martillo se me pierde siempre. Estoy trabajando y, no se por qué, de un rato a otro no lo encuentro. Es tanto que lo bautice como “el comunista”, no ve esos gallos están contra el trabajo, y parece que a mi martillo se le pegó eso de rebelarse. Yo siempre tengo un martillo, ahora tengo seis, si se pierde uno lo reemplazo por otro. Fíjese que el otro día se me perdieron tres, claro, después los encontré pero no puedo estar esperando que los comunistas quieran trabajar para seguir mi pega, así que tengo seis, siempre tengo refuerzos. Esto lo conversé no hace mucho con un patrón y él, que dice ser un hombre muy sabido, me dijo que en verdad era yo el que los escondía porque ya estaba cansado y no quería trabajar más. Mire usted, a mi eso me hace razón, pero el asunto es que yo todavía no puedo dejar de trabajar”.

Esa misma energía que se despliega y contrae en la sociedad, va siempre aparejada de nuevas reivindicaciones se forma con esto un Pliego de Peticiones que se levantará como valor de cambio en la confrontación social. Así, ese martillo que simboliza satisfacción de requerimientos de subsistencia, también contrae otras energías que al reaccionar recurrirán también a este mismo símbolo. El temor a la pobreza, a la cesantía y el abandono social, ha llevado a los sectores económicos medios a buscar siempre el distanciamiento con los desplazados. La distancia se marca con motes como roto, peliento, flojo, indio; se marca también con la clasificación humana en dos sectores: “Los martillos y los yunques”. Los martillos siempre estarán golpeando, el yunque recibiendo. Así, el hombre-martillo será triunfador, destacado, expresión de todos los valores positivos que la sociedad, en ese momento, esté desplegando. El hombre-yunque, en cambio, será el incapaz de triunfar (fracasado), el “eterno empleado”, la “carne de cañón”. Nuevamente el martillo como signo de energía, pero ahora en manos del arribismo.

Reconozcamos entonces, que la sociedad chilena ha concentrado en el martillo (sea “carpintero” o “de peso”) cierto potencial y energía que luego despliega por disímiles espacios pero que en definitiva estará siempre simbolizando eso: energía humana de subsistencia. El golpe, como gesto humano, como acción destinada a direccionar energía; el golpe de martillo como expresión de “golpe de mano”; el violento golpe que libera y oprime (según se vea); ese golpe que dispensa y contrae lo reconocemos con sólo mirar un martillo carpintero. No en vano en momentos de despliegue energético, Chile se enfrentó a la disyuntiva de resolver estas viejas contracciones imponiendo, por todos los caminos, ofertas de nuevas energías constreñidas que buscaban su propio martillo para desplegarse.

El cantor Víctor Jara nos grafica esto con los siguientes versos:
Si tuviera un martillo /golpearía en la mañana /golpearía en la noche /por todo el país, /alerta al peligro /debemos unirnos /para defender la paz.

Para finalizar no queremos dejar de hacer notar el hecho de que el trabajador (maestro) que usa el martillo carpintero lo usa, durante el ejercicio de su oficio, colgado del cinto, al costado de la cintura que le acomoda a su mano, sea este diestro o siniestro, lugar que también ocupa el arma (de fuego o blanca) del policía o militar. Así, el trabajador con su herramienta instalada “a mano” emula la imagen de aquel que está posesionado de poder.
¿Por qué habríamos de ocuparnos de la relación del martillo carpintero con el sistema de propiedad que existe en la sociedad que le contiene? La tecnología que el hombre ha logrado desarrollar ha estado “desde siempre” y lo está ahora relacionada directamente al poder. El nexo, la articulación, la función que permite esta relación es la propiedad. Entonces, podemos decir que la línea de vinculación es tecnología, propiedad y poder. “Las más recientes investigaciones, dice Morgan, acerca de la condición primitiva de la raza humana, tienden a demostrar que el hombre inició su carrera al pie de la escala y trabajó su ascenso, del salvajismo a la civilización, mediante las lentas acumulaciones de la ciencia experimental” (Morgan. s/fecha. “La sociedad primitiva”. 33). Cabe destacar que Morgan ve en el “invento” y el “descubrimiento” actividades fundamentales de desarrollo humano y no es casual que en el párrafo anterior se refiera a “lentas acumulaciones de la ciencia experimental”. Ciencia, para él, es conocimiento, progreso y dominio. La ceremonia de unir cabeza con mango antes descrita es dada en la eventualidad de que el mango original se deteriore y deba el trabajador “reparar” la herramienta.

Son justamente estos descubrimientos e inventos los que darán dominio al que se apropiara de ellos. Aunque sabemos que cada nuevo “descubrimiento e invento” está contextualizado y deviene inexorablemente de otro, no cabe duda también que éste es, en algún momento, apropiado por un hombre, grupo, familia o clase, haciéndose así tributario de poder.

En la sociedad chilena el martillo carpintero es construido (principalmente la cabeza o parte metálica) de forma industrial, específicamente mediante el proceso de fundición, para luego ser intervenida mecánicamente con el fin de afinar las terminaciones. Su comercialización, ya terminado y con “mango” instalado, se concretiza en establecimientos especializados que se les denomina “ferretería” (en los últimos años su comercialización también se da en supermercados), con lo que nos enfrentamos al reconocimiento de tres formas de propiedad: la privada-individual; la colectiva; y la privada-empresarial.

En lo fundamental, entonces, el martillo carpintero es de propiedad privada, sea esta individual o empresarial. Aquella propiedad privada individual esta referenciada a un otro que no es propietario de “ese” martillo, pudiendo, a la vez, éste ser propietario de “otro” martillo. Este caso se da en aquel trabajador que ejerce su oficio de manera independiente, no integrado a un grupo de trabajadores contratados por una empresa. Se identifica este tipo de propiedad con el descrito “maestro chasquilla”, el cual, al momento de negociar su fuerza de trabajo lo hace agregando la propiedad de los medios de producción (aunque sean estos de carácter artesanal). Por otro lado la propiedad privada empresarial incorpora a la doble negociación (negocia con el trabajador, negocia con el cliente) la propiedad sobre los medios de producción instalada en la empresa. Aquí el trabajador sólo negocia su fuerza de trabajo.

Lo que nominamos como propiedad colectiva posee dos connotaciones: la propiedad que se da sobre el martillo en organizaciones de orden comunitario o cooperativo y la propiedad que se establece en el seno de la familia chilena, donde aquellos que venden su fuerza de trabajo (sean los padres o no) serán los que “adquieran” el martillo en la ferretería o supermercado, pero, una vez incorporado a los bienes familiares estos pierden la individualidad en cuanto propiedad, adquiriendo el sello de propiedad colectiva.

Entenderemos como “empresa” una organización humana cuyo principal fundamento es el generar y acumular capital por medio del uso y posterior cancelación, de energía externa a los propietarios de la empresa. Pero esto es otra historia, donde el martillo ocupará un rol fundamental, como extensión de la mano, en las bases del trabajo humano.

 

Engels, Federico; El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre; en: Carlos Marx y Federico Engels: Obras escogidas; Un volumen; Editorial Progreso; Moscú, URSS; 1969; pág.387.
Morgan, L.H.; La sociedad primitiva; Editorial Colofón; México; s/fecha; pág. 33. En las citas de Morgan nos referiremos a esta edición.