Por Carlos Romeo
Al interpretar la historia para reconstruir lo que aconteció es necesario vincular los acontecimientos de manera que los anteriores expliquen los que fueron originados por ellos, pero la riqueza de lo sucedido es prácticamente imposible de ser captada. Solamente es posible reconstruir en términos generales como sucedieron los hechos a los efectos de explicar correctamente el movimiento en el tiempo de toda una sociedad. Esto es particularmente cierto cuando se trata de explicar un proceso revolucionario en que prácticamente todo cambia y a gran velocidad. Así, la explicación racional de lo acontecido no puede registrar un cumulo de acciones, acontecimientos, improvisaciones y situaciones, por lo cual se pierden a menos de que puedan ser relatadas por sus protagonistas o por testigos.
No soy historiador, solo alguien que participó en el proceso revolucionario cubano lo que me permitió ser testigo de algunos acontecimientos y de cómo se tomaron determinadas decisiones por los dirigentes de la Revolución Cubana, simplemente por encontrarme en el lugar adecuado en ese momento, pero que me ha permitido recordar tanto lo circunstancial como la improvisación cuando ocurrió.
No siendo historiador, al relatar no estoy obligado al rigor formal que ello conlleva y me puedo tomar la libertad de expresar en términos literarios mis recuerdos de la realidad pasada que me tocó vivir y calificar los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución Cubana y los que vinieron después, como un periodo durante el cual vivimos los revolucionarios cubanos una experiencia histórica que me atrevo a calificar como una manifestación de lo que en literatura se denomina lo real maravilloso, y también lo que me atrevo a definir como lo “real catastrófico” para quienes no comulgaban con nuestras ideas y acciones y vieron desaparecer el orden social en el que habían vivido cómodamente hasta entonces. Lo dijo una vez Mao Tse Tung, que una revolución no es sentarse a tomar él te.
Dejo a otros los aspectos históricos trascendentes con sus implicaciones y consecuencias que no ignoro, pero prefiero expresar como en esta isla ocurrió lo que los estudiantes franceses reclamaron posteriormente en mayo de 1968, ser realistas pidiendo lo imposible y lograr llevar la imaginación al poder, a lo cual me permito agregar hacer lo que no sabíamos hacer porque había que hacerlo.
Para un chileno, Cuba había sido hasta entonces un remoto país situado en algún lugar del Caribe conocido por su música, en particular por los mambos de Pérez Prado y los exuberantes cuerpos de las rumberas Ninón Sevilla y María Antonieta Pons. Pero ya a finales de los años cincuenta del pasado siglo la revista Ercilla publicó un artículo con una fotografía de una especie de Robín Hood cubano que luchaba en las montañas de su país por lograr objetivos políticos, seguramente una secuela del reportaje de Herbert Matthews aparecido en el New York Times mediante el cual dio a conocer al mundo la existencia de la lucha guerrillera en las montañas cubanas. Para los chilenos, cultivadores del formalismo, esa era una forma muy exótica de hacer política.
El primero de enero de 1959 nos sorprendió aun en vacaciones de fin de año del curso que seguíamos en Santiago de Chile en el Instituto Latinoamericano de Programación Económica y Social, ILPES, anexo a la CEPAL, cuando la palabra planificación no era muy bien vista por su connotación socialistas. El primer impacto que experimentamos por lo sucedido en Cuba fue que habíamos perdido a nuestro profesor de política económica, el cubano Regino Boti, quien nos había dado una sola clase antes de las vacaciones, porque lo habían nombrado Ministro de Economía en el primer gobierno revolucionario en el cual no figuraba Fidel Castro, quien conservó únicamente el cargo de Comandante en Jefe del Ejército Rebelde.
Las cada vez más numerosas noticias sobre lo que estaba sucediendo en Cuba más el hecho de que uno de nuestros compañeros estudiantes fuera cubano y simpatizante del Movimiento 26 de Julio, la organización política creada por Fidel Castro en 1955, motivaron que empezáramos a interesarnos más y más por esos acontecimientos que nos impactaron cuando Fidel asumió el 16 de febrero de 1959 el cargo de Primer Ministro y desencadeno las primera leyes revolucionarias, que entonces se aprobaban por simple acuerdo del Consejo de Ministros.
Que un gobierno de un país latinoamericano redujera sustancialmente los precios de las medicinas y de los alquileres de las viviendas era sorprendente, pero que también rebajara por decreto las tarifas telefónicas y eléctricas de compañías estadounidenses era algo considerado políticamente inconcebible en aquellos tiempos. Y hasta se hablaba de que los nuevos dirigentes cubanos querían hacer una reforma agraria.
Lo que ocurría en Cuba pasó a tener cada vez más relevancia en nuestras conversaciones sobre temas no curriculares entre profesionales que estaban estudiando precisamente técnicas para cambiar la realidad económica y social de sus países, cosa que se supone que hacen los políticos pero que raramente habían hecho hasta entonces en nuestro continente. Se comprenderá por qué surgió la idea entre nosotros de enviarle un telegrama a nuestro profesor Regino Boti, ahora ministro, ofreciéndole un equipo de apoyo para realizar sus tareas, que mereció una muy pronta y escueta respuesta que decía simplemente “Vengan”.
El grupo que reunió y envió la CEPAL a Cuba estaba compuesto por dos chilenos, un hondureño, un argentino, un norteamericano y un polaco, y dirigido por el mexicano Juan Noyola, reputado economista de izquierda y de amplia cultura.
Nos integramos al quehacer revolucionario cubano en marzo de 1959 y fuimos distribuidos en diferentes ministerios. A poco andar yo fui asignado al Instituto Nacional de Reforma Agraria, INRA, que acababa de ser creado por Fidel a raíz de la ley de reforma agraria aprobada el 17 de mayo de 1959, nueva institución cien por ciento Fidelista por su reciente creación y por la preocupación al respecto del propio Fidel. Estar en el INRA era estar en el núcleo alrededor del cual se fueron aglutinando los organismos del que devendría el futuro Estado Revolucionario en la medida en que las consecuencias de la reforma agraria fueron polarizando políticamente al país en revolucionarios y contrarrevolucionarios, los que seguían a Fidel sin vacilar y los que empezaron a vacilar y se fueron uniendo a los francamente contrarrevolucionarios. Suena maniqueo, pero así era, los buenos y los malos, en un país caracterizado por una manera de ser de sus habitantes francamente marcados por su emotividad y sentido de pertenencia a un grupo social.
Había que hacer una reforma agraria, pero ¿cómo? Obviamente había que expropiar a los latifundistas, pero quitarle la propiedad de la tierra y de las instalaciones que hay en ella al que había sido su legítimo dueño hasta entonces inhibe y después plantea el problema de qué hacer con ellas, y “last but not least”, y ultimo, pero no en importancia, a quien entregarle todo eso para que lo administre y lo haga bien. En una revolución únicamente se puede contar con quienes comulgan con las ideas revolucionarias y si hay suerte, poseen también los conocimientos técnicos correspondientes para el trabajo que se les ordena hacer. Y otra vez fue evidente lo que fue una característica de esa revolución, que el único que sabía que hacer era Fidel y, por tanto, mandó a intervenir en junio de 1959, si no recuerdo mal, y de una vez, un millón de hectáreas en la provincia de Camagüey para que los funcionarios del INRA, ante todo “fidelistas”, fueran “entrando en calor” para expropiar y administrar lo expropiado. Y se desato una vorágine que transformaba a Cuba desde un extremo al otro de la isla a una velocidad nunca vista antes y a raíz de decisiones sin precedente en este continente, como por ejemplo la decisión de Fidel de entregar tierras a los pobres inmigrantes haitianos que residían en los campos del país como si fueran ciudadanos cubanos. Estaba presente cuando dio esa orden.
Intelectualmente abrumado por la magnitud de lo que había que hacer en el INRA propuse la contratación de cuatro economistas chilenos, amigos y de izquierda, y para ser sincero, comunistas, que fueron contratados verbalmente 10 minutos después de haber hecho mi propuesta. Todavía no se había desarrollado el burocratismo.
Cuando mis camaradas chilenos llegaron a Cuba en el mes de octubre de 1959 ya yo había ofrecido mis servicios al ya legendario Che Guevara, que había sido nombrado por Fidel jefe del hasta entonces modesto Departamento de Industrialización del INRA, lo que fue interpretado por quienes no conocían bien ni a Fidel ni al Che, como el ocaso político en Cuba de ese guerrillero de origen argentino.
Con mis colegas chilenos conformamos el equipo asesor del Che nada menos que para industrializar a Cuba según creíamos entonces, sin sospechar que nos habíamos introducido en el equipo que a poco andar constituiría en su desarrollo el aparato necesario para la dirección de toda la economía cubana que menos de dos años después sería ya incipientemente socialista. Muy probablemente si las transformaciones revolucionarias no se hubieran hecho a esa velocidad, no existiría o sería muy diferente hoy la Revolución Cubana que ahora, con más de medio siglo de vigencia, ha podido discutir durante siete años las características generales del nuevo modelo económico y social que se desea implantar en el país.
Describir los proyectos que elaboramos o mejor dicho, que tratamos de llevar a cabo en sus comienzos por el Departamento de Industrialización revelaría lo que fue, una mezcla de una gran voluntad de hacer a la altura de nuestra ignorancia de cómo hacerlo, en donde se mezclaban proyectos dignos de una quincalla con los que posteriormente se comprendió que eran delirantes, tales como la fabricación de automóviles o la creación de una poderosa industria siderúrgica en una isla con solo 6 millones de habitantes y con 20% de analfabetos. Por suerte para los cubanos, la realidad se impuso sobre la ignorancia.
A poco andar, Che, médico y guerrillero, tuvo que hacerse cargo del banco central de Cuba para tratar de controlar, ante todo, la muy escasa disponibilidad de divisas necesarias para importar por una economía en la cual las importaciones constituían el 40% de su PIB, pero sin dejar de dirigir el Departamento de Industrialización, el cual empezó a ser “abrumado” por más y más empresas industriales intervenidas por el Gobierno Revolucionario, lo cual creo el enorme problema de su administración y el control de sus actividades. El ingenio y el pragmatismo de unos contadores revolucionarios permitió asimilar el golpe y los llevo a idear un método de asignación y control de los recursos financieros mediante lo que se denominó presupuesto para un programa de acción y que constituyó, al menos a mi juicio, la base empírica de las concepciones que el Che desarrollaría posteriormente sobre la necesaria manifestación particular del fenómeno de la formación del valor de los productos de la economía estatal en el socialismo.
¿Qué cómo se llegó al socialismo en Cuba? A mi juicio, como producto de las circunstancias y entre las cuales se destaca por encima de todos los ingentes esfuerzos por ahogar primero y destruir después esta revolución por parte del Gobierno estadounidense porque estaba fuera de su control. Recuerdo un día de diciembre de 1959 cuando el Che entro en la oficina de sus asesores chilenos y nos dijo “Tengo plena confianza en ustedes. Vamos hacia el socialismo a todo galope”. Claro está que los norteamericanos, todavía bajo las influencias del macartismo, no se imaginaron que para sobrevivir de sus ataques los dirigentes cubanos tuvieran la “osadía” de solicitar y establecer las vinculaciones políticas, económicas y militares con la Unión Soviética. Mikoyan, el segundo hombre en ese país nos visitó en febrero de 1960.
No quiero extenderme sobre aciertos y desaciertos en la agricultura y en otros sectores, así como sobre la necesidad de improvisar dirigentes y administradores de empresas a partir de hombres ante todo revolucionarios y con los conocimientos que tenían, fueran los que fueran, más los que apresuradamente les tratábamos de dar en escuelas preparadas a toda prisa para ello. Quienes llevaban batiéndose desde 1953 no habían podido estudiar cómo se dirige un país, y mucho menos en revolución cuando se destruye el orden existente para recomponer uno nuevo a los efectos de implantar un nuevo humanismo. Los dirigentes políticos revolucionarios tuvieron que aprender el oficio de gobernar en la práctica, así como quienes tuvieron que hacerse cargo de administrar las empresas estatales.
¿Quién sabia de socialismo entonces en Cuba? En verdad, nadie, aunque algunos de militancia comunista creían saber por haber leído algunos libros al respecto o haber visitado algún país socialista. Entre los asesores chilenos, cuando más, habíamos podido leer algo del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS. Por tanto, se pidió el asesoramiento de quienes ya practicaban el socialismo en Europa y así soviéticos, checoslovacos, búlgaros, polacos y húngaros llegaron a Cuba para enseñarnos a construir “el socialismo” que, como descubrimos mucho tiempo después, era solamente el socialismo inventado originalmente por los soviéticos, considerado entonces el único “real”.
Es verdad que durante los primeros años de la Revolución en Cuba se implantó un socialismo, pero con variaciones cubanas, importantes variaciones autóctonas que llevaron como resultado a la economía a una situación crítica al finalizar la década de los años sesenta, lo que motivo que en los años setenta se estableciera en el país un socialismo más ortodoxo que ha durado hasta el presente y que funcionó sobre la base de las muy favorables relaciones económicas que Cuba logro establecer con el denominado campo socialista, tema que amerita un tratamiento aparte.
Pero un día, como un pintor que sobre una escalera está pintando un muro que súbitamente desaparece, Cuba debió enfrentar que el campo socialista había dejado de existir y que Cuba se había quedado sola y que debía resolver su problema económico con sus propios recursos y en un mundo capitalista. Y como siempre durante todo el proceso revolucionario, la experiencia motivo la reflexión crítica que ha llevado a constatar que el considerado como “el socialismo” no fue más que una experiencia particular que se trató de generalizar por quienes inventaron ese socialismo que hizo implosión, pero que así y todo generó cuatro experiencias socialistas particulares que todavía existen, pero como variantes propias de socialismo, una de ellas la cubana, lo que también merece un tratamiento aparte.
Dicen los ingleses que la prueba del pudin es comérselo y en este caso han pasado ya 58 años y todavía existimos. Y espero haber logrado explicar por qué para mi esta revolución ha sido la vivencia de lo que en literatura se denomina lo real maravilloso, además de la trascendencia histórica que ha tenido.
La Habana, octubre del 2017