TORTICOLIS DE UBICACIÓN Y LUCHA DE CLASES

Por Cristian Cottet

Ramona Parra fue una joven militante del Partido Comunista, estudiante de contabilidad, asesinada en las revueltas del año 1946 en la “Masacre de la Plaza Bulnes”, Santiago. Era una muchacha de 20 años al morir. Desde hace décadas su nombre está instalado en los muros de Chile y en el nombre de la brigada más potente de muralistas, la BRP, la Brigada Ramona Parra. Así comienza una larga y creativa experiencia política en los movimientos estudiantiles y antisistémicos en el siglo veinte. La juventud, como sector social activo, se manifiesta permanentemente en la historia de Chile.

La juventud es un aire que dura poco, un resplandor que, aunque muchos creen tener para siempre, se esfuma, se presentan dolores de huesos, pérdida de memoria, temblores a la hora de la sopa. En este contexto los revolucionarios también se aferran a decirnos cuando y cuántos son los caídos y los traidores, los que nunca hicieron nada y los que miran a otro lado. Es el tiempo de los abuelos, de los primeros hijos y un poco de rebeldía. Los estudiantes, en este ámbito, son campeones a la hora de empujar a los ancianos, a los que otrora lucharon y no recuerdan el nombre del último nieto.

Con el correr de las nuevas condiciones aparecieron los hippies, el amor libre, las consignas de paz y el constante pujar de una revolución que se veía al alcance de la mano. Otra generación se instaló, pero el garrotazo dictatorial abrió y generó cierto rechazo a las protestas, a las salidas a la calle, a la muerte, esa muerte que a poco andar se olvidó o simplemente la instalamos como un monumento en los ‘90, un siniestro despliegue de cinismo. No avanzamos mucho, si a eso de congelar las movilizaciones podemos llamar movilización social. El categórico NO de los 90 refrescó la memoria política y salimos nuevamente a las calles e incluso se instauró la lógica de los “acuerdos”.

La clase trabajadora comenzó a decaer en las movilizaciones. Es el momento en que la burguesía se consolidó en lo económico, en lo político y en lo social. La huelga se leyó como un “daño” a la economía. Las centrales sindicales se enfrascaron en un diálogo de sordos hasta el extremo de bajar las reivindicaciones para mantener ese formato de paz y “desarrollo”. Pero sin decir “agua va” se nos vino encima el más potente movimiento que reivindicó la marcha, la barricada, el humo, los paros de locomoción y, una vez más, las de estudiantes.

Era la Revolución de los Pingüinos y los ecos que este potente movimiento transformaron hasta el lenguaje. No fue una huelga, no fue una rencilla, no se trenzaron fascistas con revolucionarios, ni siquiera pidieron permiso para arrojarle un jarro con agua a la Ministra de Educación y ese icónico jarro marcó un hito en la política chilena. Los pingüinos removieron ministros, le faltaron el respeto a diputados y senadores. En su dirección había militantes del MIR, del PA, del PS… incluso uno de sus dirigentes nacionales era de la UDI. También se subieron muchos oportunistas a la ola del triunfo y aplaudieron ese jarro y esa unidad y esa movilización, pero ninguno de ellos fue capaz de instalarlo como el comienzo de una generación revolucionaria.

En la generación de los ‘70 los revolucionarios se transformaron en académicos, publicaron libros, se dieron la voltereta del siglo, editaron revistas y herméticas proclamas. Al parecer el cuento termina allí… pero no. Los Pingüinos también pasaron a la historia, se convencieron de que debían adecuarse a los nuevos tiempos no andar por la vida como tarados lanzando jarros de agua, cuando una molotov es mil veces más efectiva. Había un espacio político desde donde operar. En ese contexto es cuando aparece el nunca bien calificado Frente Amplio. En los rescoldos de la política barata se instaló como vanguardia de las movilizaciones juveniles, aquella que es capaz de estar con Dios y con el Diablo.

A estas alturas del cuento la propuesta se resume en la pregunta: ¿qué diferencia existe entre la izquierda y la derecha? Dicho de otro modo, ¿de qué forma se defiende e instala la izquierda venida de los trabajadores y explotados en Chile? Los segundos se saltaron el ejercicio político que vivieron los estudiantes y pingüinos, además de la relación con el trabajo, con la mano de obra barata. Unos nacen desde las voces de un Recabarren intransigente y apegado a las necesidades de vida. Dicho esto, no podemos fácilmente referirnos a un movimiento apegado a la explotación, a la clase y el desamparo.

Algunos académicos, gurús de universidades chilenas y españolas, se encargaron de “limpiar” de marxismo a la izquierda chilena. El Estado chileno cooperó y en un ir y venir apareció un mesías para embolarle la perdiz a los cansados estudiantes. Somos pequeña burguesía y eso pesa, se instala e interviene políticamente. En cambio, el Partido Comunista, reconozcámoslo, puede soportar mil años hasta que se transforme las relaciones de clase. Eso sí que es tiempo. En cambio, el Frente Amplio es representante de una clase media pituca, una clase media luchando entre caer o pararse. Es un representante de la comuna de Ñuñoa. En Ñuñoa, créanlo, se puede encontrar vagabundos o personas en condición de calle, que tienen cursado la Enseñanza Media.

Pero es desde esta lectura lo que puedo reconocer que es un asunto generacional y así como cada uno de estos movimientos han asumido su marca generacional, es el Frente Amplio el que se niega a reconocer su movilidad táctica o estrategia. No es difícil reconocer que el Frente Amplio no supera más que ser una convergencia juvenil que se niega a esta realidad.

Lastimoso, triste, decadente… solo estos tres conceptos, hechos carne y política, pueden acercarnos a una tipificación de las gestiones de dimes y diretes al interior del Frente Amplio. Ya no será la misma izquierda. Ya no será la misma lucha. Atrás quedaron los hippies, los pingüinos, las lanas… y el Frente Amplio, remedo de las movilizaciones estudiantiles, desconociendo las marcas que quedaron.

Permítanme, para terminar, la siguiente cita de Federico Engels y Carlos Marx que resume muchas verdades:
“La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales.”