“VOCES EN MI CABEZA”

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Los ominosos subterráneos de la mente han sido tratados en no pocas ocasiones por la literatura. Sin embargo, son pocos los experimentos novelísticos que han acometido la difícil tarea de calcar los flujos y dinámicas bifurcaciones de las voces que nos habitan, desde la misma estructura narrativa. Este intento de trasvasar los abismos y delirios de la esquizofrenia ha emprendido Aníbal Ricci (Santiago, 1968), al escribir la arriesgada entrega narrativa titulada Voces en mi cabeza. Zambullirse y salir indemne no es una opción. Este libro no es para cualquiera, se necesita tomar una bocanada de aire fresco antes de descender por la escalera que lleva hasta el laberinto de andenes y populosos metros infectados por ecos y recuerdos que vuelven desde un horror pasado o un futuro transhumano.

Puede resultar complejo para un lector acostumbrado a la probada fórmula narrativa de la linealidad temporal, es decir inicio, desarrollo y desenlace, internarse en las primeras páginas de este libro que va intercalando las escenas de películas, las rotas memorias de la juventud en un país parasitado por la dictadura y el galopante neoliberalismo, los viajes en el metro y los pensamientos de los otros que a veces son casi indistinguibles de los del propio narrador.

Cualquier noción de frontera se volatiliza en estos párrafos, la porosidad de la conciencia es demasiada, las idas y vueltas entre los moteles, las letras de Los Prisioneros, los denigrantes murmullos que se oyen tímpano adentro, el reverso de la realidad manipulada en una dimensión híbrida entre Blade Runner y Matrix, pueden desconcertar o contagiar hasta el punto de que uno mismo comienza a dudar de lo sólido del piso o la procedencia de los propios pensamientos.

Es imposible escribir destetados de la propia memoria; ahora bien, no es tan simple escribir desde una memoria que no se limita a funcionar solo para atrás, ese tipo que en Alicia a través del espejo, la reina adjetiva como pobre con sobradas razones. Los recuerdos de Daniel parecen a veces una especie de coro espasmódico en que las voces se sobreponen las unas a las otras, expresando tanto la necesidad de revisitar una escena doméstica o la distorsión propalada por los temores que acosan a su mente.

Este confesionario no es un carrusel de imágenes arbitrarias, como podría afirmarse con cierto simplismo, en el confluyen heridas personales y colectivas, las películas proyectadas en la pantalla de la conciencia víctima de una época suficientemente demarcada, victimaria también en el plano de las relaciones personales. Las taras de la atribulada psique chilena cinceladas con decantada violencia sobre las páginas, los virus de la publicidad, el consumismo, la inopia, el narcisismo y el hedonismo desbocado, de los que el protagonista es actor y parte.

La inercia de la realidad contaminada por plurales e intercaladas narrativas es poco sostenible para un ser sensible. Como apuntara en una de sus obras el mitólogo Joseph Campbell, la esquizofrenia no difiere mucho de las experiencias visionarias experimentadas por los chamanes o místicos de diferentes épocas y culturas; esencialmente, se proyectan en la consciencia imágenes arquetípicas proyectas desde los substratos donde confluyen el subconsciente personal y el inconsciente colectivo, la distinción está en que los primeros se ahogan en el vasto océano de la conciencia, mientras los segundos bucean gracias al aprendizaje heredado y la disposición a vivenciar el viaje arquetípico.

Instancia amputada de los ritos modernos en la civilización de la técnica y la producción, que tanto ha reprimido el ejercicio de la interioridad, de experimentar el cuerpo como un laboratorio del espíritu y la conciencia. Las alucinaciones de Daniel son, por lo tanto, un reflejo de la enfermedad psíquica que azota al pueblo chileno. El sujeto como un lienzo desmañado sufriendo los procaces arrebatos de una cúpula de poderosos que ha condicionado la vida de tantos millones de personas.

En última instancia, más allá de los excesos, las transgresiones sexuales y cognitivas, la incertidumbre de ser humano o replicante de una mente prefabricada, un desencajado padre de familia y hombre de varias mujeres que vuelven hacia una misma, el viaje de Daniel no es meramente uno de perdición y resentimiento, sino también una larga purga en busca del amor, la belleza y la trascendencia.


Publicado en: Cine y Literatura