RECORDANDO AL CHE

Por Carlos Romeo, desde Cuba

Era el mes de septiembre de 1959. Subí desde el 4º piso del edificio del Instituto Nacional de la Reforma Agraria, el INRA, en donde tenía mi oficina como asesor de Oscar Pino Santos, el jefe de producción agropecuaria, hasta el octavo en donde según me habían dicho, el Che había instalado su oficina como Jefe del Departamento de Industrialización del INRA, sustituyendo al “Moro” Abich, propietario de tiendas en la Sierra Maestra que había colaborado con la guerrilla de Fidel Castro, y que había desempeñado esa función hasta entonces.

Había sido presentado al Che por Pino Santos el día en que entró a su oficina para saludarlo con ocasión de su nombramiento. Había oído hablar de este comandante de origen argentino que combinaba la fama de ser un gran jefe guerrillero con la de su cultura e inteligencia. Lo que entró esa mañana en esa oficina fue la encarnación de un héroe mítico de la antigua Grecia, vestido con un uniforme verde olivo de soldado y con su boina negra con una estrella dorada de comandante del Ejército Rebelde, el pelo largo y una pistola al cinto. Días después, decidí ofrecerle mis servicios.

Cuando llegué a su oficina la puerta estaba abierta y adosado al muro izquierdo había un escritorio frente al cual estaban sentado el Che y a su lado Francisco García Vals, un hombre grande también vestido de verde olivo pero sin la apariencia de ser un guerrillero, y no lo era si no que su asesor político, como me enteré posteriormente. En el fondo de la habitación un sofá en el cual estaba acostado con todo desparpajo un guerrillero negro que después supe que se llamaba Harry Villegas y que era uno de los jefes de la escolta del Che y en el medio del cuarto otro guerrillero, de facciones indias mezcladas con africanas, lo que en Cuba se denomina un “mulato oriental”, quien sentado en una silla sostenía una subametralladora en sus manos. Me enteré también posteriormente que era teniente y que se llamaba Hermes Peña.  Harry Villegas, conocido también como Pombo, el de la guerrilla boliviana, es hoy General de Brigada retirado. Y Hermes Peña murió en Argentina como miembro de la guerrilla dirigida por el argentino Jorge Masetti, el “Comandante Segundo”.

No podía siquiera imaginarlo en ese momento, pero en ese ambiente al cual iba a incorporarme, sería inevitable que mi espíritu aventurero me llevara algunos años después, en 1968, a integrarme a la guerrilla venezolana de la época.

Me presente con el pretexto de traerle un expediente relacionado con un proyecto para reabrir una vieja fábrica refinadora de azúcar en la ciudad de Cárdenas, sobre la base de un crédito del INRA a un hombre de negocios cubano apoyado en su empeño por los antiguos trabajadores de la refinería que estaban cesantes desde 1953 cuando la sociedad estadounidense propietaria de la instalación la había cerrado por obsolescencia tecnológica, proyecto sobre el cual había emitido mi criterio negativo.

Iniciamos una conversación que duró al menos un par de horas durante la cual fui expresando tanto mis ideas como mi desconcierto ante la realidad política que se estaba viviendo en Cuba en ese momento. Recuerdo que le dije que hablaría con toda franqueza y que él me respondió diciendo “Esa es la única manera de poder entendernos”. La conversación terminó pidiéndole poder trabajar con él y con su escueta respuesta “Elige un buró y ponte a trabajar”.

Así se inició mi trabajo en el Departamento de Industrialización del INRA que devendría en febrero de 1961 el Ministerio de Industrias. Cual una guerrilla, el reducido grupo inicial que lo conformó fue creciendo en respuesta a la avalancha de empresas intervenidas por el Gobierno y de las cuales debíamos hacernos cargo y a la par diseñar el futuro industrial de Cuba tal como lo concebíamos en esos días cuando lo que predominaba en nuestro quehacer era una enorme voluntad conjuntamente con una gran ignorancia.

Tiempo atrás le había propuesto a Pino Santos la contratación de algunos economistas chilenos para poder enfrentar mejor la enorme tarea de realizar una reforma agraria con la profundidad de la que se había aprobado el 17 de mayo de 1959, propuesta que había sido aprobada por el Capitán Núñez Jiménez, Vicepresidente del INRA, unos 10 minutos después que le hubiera presentado a Pino Santos los nombres y los eventuales sueldos que me había pedido que considerara para ellos. Todavía no se había desarrollado el burocratismo. Llegaron en octubre cuando yo ya trabajaba con el Che y le fueron inmediatamente asignados, acomodándose en la oficina contigua a la del Che en la cual ya yo me había instalado. Eso sucedió hace ya 58 años.

De todos ellos Jaime Barrios era, evidentemente, el de más experiencia y con mayor sentido político. Se fue posteriormente al Banco Nacional de Cuba, el banco central del país, cuando nombraron al Che como su Presidente y en donde colaboró como su asesor en la preparación de la reforma monetaria que se llevó a cabo en 1961, si no recuerdo mal, y cuando Che dejo el banco para hacerse cargo del Ministerio de Industrias, paso a ser el asesor del Presidente Dorticos y de Fidel Castro. Lo mataron en Chile el 11 de septiembre de 1973. Raúl Maldonado, mi compañero de estudios en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile, fue viceministro de Comercio Exterior de Cuba y ahora espero que todavía viva disfrutando de su retiro como experto de Naciones Unidas. Sergio Aranda y Eduardo Meneses, que también conformaron el grupo, deben de estar en Chile, espero que viviendo sus últimos años, así como Albán Lataste que se nos unió y que según me dijeron estaría en Valdivia, junto con Alberto Martínez, ya fallecido. Lataste y Martínez fueron viceministros de la Junta Central de Planificación.

Nuestra oficina se comunicaba directamente con la del Che y tenía una gran ventaja sobre la suya: un baño con inodoro. Por ello, cuando el Che debía cumplir con ciertas necesidades naturales, entraba en nuestra oficina y como mi buro estaba contiguo a la puerta, se quitaba su pistola Walter 7.65 que llevaba por debajo de su camisa verde olivo, la dejaba en mi buro y me pedía que se la “cuidara” hasta su regreso del baño.

De todo ese grupo de chilenos soy el único que echó raíces en Cuba, se casó en Cuba, procreó en Cuba y todavía vive en Cuba. Ello se debe a lo que los cubanos llaman “aplatanarse”, es decir ser asimilado al adaptar tu vida a su cultura durante el proceso revolucionario en el cual he pasado la mayor parte de mi vida por querer participar en la aventura de querer hacer historia y no simplemente vivirla.

Como Che era un hombre de una gran inteligencia reconocía su ignorancia de lo que no sabía. Por ello, para ser un dirigente político a la altura de las circunstancias, estudió para ello matemáticas, estadística, contabilidad, economía política y aprendió a pilotear un avión. Además, detrás de esa tan divulgada experiencia del trabajo voluntario los domingos por la mañana que el inicio, estaba su necesidad de conocer íntimamente los procesos productivos de las industrias que él dirigía y las reales condiciones del trabajo de los obreros de los cuales era su “comandante”, como en la guerrilla.

Debo confesar que por no tener el suficiente espíritu revolucionario, en vez de ir al trabajo voluntario los domingos me iba a practicar mi “vicio” de la pesca submarina. Pero como existe la justicia, divina o no, pago hoy mi debilidad con brotes de cáncer en la piel por no tener las características genéticas necesarias para soportar en demasía el sol tropical.

No se puede negar que Fidel Castro fue quien convenció a los cubanos de que debían crear conscientemente su propio futuro y que el Che hizo suya esa oportunidad entregándose a ella por entero. El que Che haya sido el que teorizó sobre ese objetivo y que haya actuado en total coincidencia con las ideas que expuso, ocasiona que no se comprenda hasta qué punto procedió a sistematizar los principios en que descansaba el objetivo político, económico y cultural de la revolución cubana concebida por Fidel Castro. Una prueba de ello es que a pesar de que por las razones que el estimó pertinente, Fidel no participó públicamente en los debate teóricos e ideológicos promovidos por el Che en los primero años de la Revolución, hizo abiertamente suyas sus ideas después de su partida de Cuba en 1965. Ernesto Guevara de la Serna fue un joven argentino con un enorme potencial que se transformó en Cuba en ese extraordinario y único hibrido cultural conocido como el Che Guevara.

Quienes tuvimos la oportunidad de trabajar e intimar circunstancialmente con él, quedamos marcados para siempre por el encuentro, sin ninguna responsabilidad de su parte por el resultado, por lo menos en mi caso. Y es por ello que para quienes lo conocimos, eso de que el Che está presente no es solo una simple frase.

La Habana, 8 de octubre del 2017