MURIÓ MAGOYA, EL GUERRILLERO

Era el año 1969. Durante nuestra “larga marcha” desde la provincia de Yaracuy hasta Falcón -para integrarnos a la columna que comandaba Elegido Sibada, Magoya- me hablaron varias veces de éste ya mítico guerrillero algunos de los miembros más antiguos de nuestro grupo, en particular el Cabito, quien nos dirigía.

Magoya era un típico campesino de las montañas del Oeste de Venezuela en donde estos viven dispersos y separados por horas de camino a través de las “picas”, sendero abierto a machete, que cada uno de ellos establece en la selva para comunicar su choza con el resto del mundo que les concierne.

Cuando lo conocí, me encontré con un hombre trigueño, fusión de etnias, de fuerte personalidad, con buen humor que expresaba una alegría de vivir, balanceándose atravesado en su “chinchorro”, que me llamo la atención por su ancho al compararlo con lo estrecho del que yo utilizaba y que me cabía, apretado, en un bolsillo del pantalón. Para quien haya tenido que dormir cada noche en una hamaca de nylon esta reacción es comprensible. Se corresponde con las prioridades vitales que uno tiene durante la vida en guerrilla y que nada tienen que ver con las propias de la vida “civilizada” en la ciudad que era de donde yo procedía. En efecto, poco a poco el recién llegado va adquiriendo la “cultura guerrillera” inevitable y necesaria para poder vivir en esas circunstancias. Aprender a esquivar los bejucos al caminar, cargar por turno la olla en que se cocina para el grupo, ir a buscar agua a la fuente más próxima, cocinar arroz, espaguetis, y freír arepas de harina pan en las brasas, son “must” inevitables, amén de acostumbrarse a aguantar hambre, sed y cansancio físico. Recuerdo en este momento al “Cara de vieja” quitándose la mochila para descansar durante una marcha y declarando en jerga venezolana que “¡estoy mamao!”

¿Qué estaba yo haciendo ahí? Un tiempo atrás trabajaba en una cómoda oficina con aire acondicionado en la sede del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, que había acomodado Yeye Santamaria con sus imaginativos arquitectos, transformando el entonces denominado edificio de los Tribunales de Justicia en la Plaza de la Revolución de La Habana, en sedes del Gobierno y del Partido. Ya habíamos tenido que aceptar la noticia inesperada y dolorosa de la muerte del Che en Bolivia, pero persistía en nuestras mentes la idea de que había que hacer revolución en la América Latina por la vía armada siguiendo el ejemplo de los cubanos. Desde luego que yo no estaba enterado de que dos contingentes de guerrilleros cubanos ya estaban, uno en las montañas del Bachiller relativamente cercanas a Caracas y otro en las del Oeste de Venezuela, y otros ya habían cruzado el Océano Atlántico y se encontraban en África.

Quizás la mejor expresión de como esa etapa de las guerrillas en América latina desempeño un rol significativo en el devenir de nuestro continente haya sido un comentario que el Presidente Hugo Chávez le hizo a Magoya al contarle que cuando lo estaba persiguiendo como oficial del ejército venezolano, él pensaba seriamente en unirse a la guerrilla para llevar a cabo los cambios que se requerían en su país, lo que finalmente llevo a cabo mediante su propio ingenio político creativo. Por ello, la significación de Magoya como jefe guerrillero venezolano trasciende el simple hecho de haber sido un personaje excepcional y lo convierte en uno de los precursores del cambio de época que vive la América latina, a la que se refiere el Presidente de Ecuador Rafael Correa, líder de su Revolución Ciudadana.

Carlos Romeo
La Habana, 21 de febrero del 2015