“HEREJES” DE LEONARDO PADURA

Comentario de Carlos Romeo

Leonardo Padura es un gran escritor cubano, de la Isla y que vive en la Isla. Y es, además, un “jodedor” cubano que hace alarde de su capacidad autocritica como buen cubano de la Isla, dando sus impresiones a través de un relato irónico de lo que ha llegado a ser su patria. Para quienes no conocen a los cubanos, esa actitud es considerada simplemente como una crítica de la realidad de la Cuba de hoy y, por consiguiente, municiones en favor del bombardeo sistemático de la realidad cubana por los medios internacionales. Es que la manera de describir facetas del comportamiento de los cubanos que no concuerdan con la visión estereotipada que de ella da la prensa oficial, no es más que la usual en las conversaciones que día a día sostienen los cubanos en su patria, a las cuales se le agregan las criticas sin pelos en la lengua a los servicios públicos y una no disimulada inquietud sobre el futuro del país después de más de un cuarto de siglo de periodo especial y de su hasta ahora no total recuperación de sus consecuencias.

Ya en “El hombre que amaba a los perros” y en la primera novela sobre el detective Mario Conde que leí, aparecen comentarios y vivencias de sus personajes que reflejan aspectos no muy positivos, si bien reales por que Padura no los inventa, de la realidad cubano de hoy que bien conozco, si no por experiencia propia al menos por comentarios escuchados y artículos críticos leídos, porque de que los hay, los hay.

Ni se me pasa por la imaginación sugerir que Padura cambie su manera de escribir, que dicho sea de paso mucho aprecio, si no que introducir en la palestra de su literatura y de sus consecuencias, vale decir en el espacio intelectual personal y público que crea con ello, el personaje de la mayoría, repito mayoría, de los cubanos que nacen, viven, trabajan, se divierten y realizan su vida en una sociedad sin desamparo, en donde los aspectos fundamentales de la vida están garantizados, desde su formación en el vientre de una madre a la que se le garantiza un litro de leche diariamente y un parto en una clínica sin costo alguno, alimentación asegurada durante su vida y educación gratuita hasta donde logre llegar, trabajo en el campo para el cual se preparó y un retiro a cierta edad, una vivienda aunque sea modesta en muchos casos, actividades culturales y deportivas, tener una familia, ser respetado como individuo y con derecho a expresarse políticamente, y hasta tener asegurada gratuitamente su sepelio cuando fallezca. Reconozco que describir un partido de béisbol en un estadio con decenas de miles de espectadores, una función del Ballet Nacional de Cuba, o simplemente un concierto gratuito de Silvio Rodríguez en un barrio de la Habana, y mucho menos describir un “carro de muerto” seguido de varios “almendrones” transitando cerca del Cementerio Nacional, puede no ajustarse a la línea temática de una gran obra literaria, pero eso no significa que no pertenezcan a la realidad social que el autor trata de exponer explicita o implícitamente en una novela.

Digamos entonces que Padura, como un buen pintor, interpreta a su manera la realidad que pinta y que, sin querer explícitamente deformarla, no puede evitar reproducirla como la está “viendo” en los momentos de su creación literaria.

Digamos finalmente, que Padura ha sabido muy bien desconcertar a determinados entrevistadores ante todo explicando como buen cubano que es, que padece de tener en su ADN el mandato de tener que comunicarse con otros especímenes de su propio colectivo social, por lo cual está condenado a vivir en su barrio de La Habana y no en otro país y, además, con la elegancia de un buen jodedor cubano, no caer en las sutiles provocaciones de que suele ser objeto.

La Habana, abril del 2017