¿DEFENDIENDO EL MÉTODO D’HONDT?

Por Max Oñate Brandstetter*

“Quien define la distribución de las circunscripciones, define el resultado electoral”
Dieter Nohlen

En estas elecciones, como en las anteriores y todas aquellas que formaron parte de la historia binominal en Chile, siempre quedaron fuera del congreso algunos candidatos, cuya votación individual les hubiera permitido ganar un escaño si estos fueran distribuidos por orden del voto popular.

Patricio Navia nos dice: “Antes de 1973 había más arrastrados y excluidos, pero que su peso relativo en votos en sus distritos era menor que después de 1989. Desde 1989, la Alianza se ha beneficiado más que la Concertación. La polémica se puede deber a que más personas votan por excluidos en los distritos afectados hoy que antes de 1973”(1).

En la composición dual de los distritos, se ejercía además el voto por lista (al igual que hoy) pero el problema principal radicaba en la transformación de votos en escaños, dado que de por sí los distritos duales eran iguales en todos lados, sin tener una relación directa con la demografía electoral, pero al preferir un comportamiento bipartidista, la ley señalaba que la primera mayoría debía doblar a la segunda para conseguir los dos escaños, de no ser así, la primera y la segunda mayorías quedaban con un escaño cada una respectivamente.

Con ello, se debía tener un 66,6% como mínimo en la suma total de los dos candidatos de la lista, para obtener un 100% de representación parlamentaria, mientras que un 33,5% serían suficientes votos entre ambos candidatos de la lista perdedora, para obtener el 50% de representación, que lo obtenía el candidato de mayor peso electoral dentro de la misma lista.

El método D’ Hondt es una ecuación matemática de cifra repartidora, que se expresa de la siguiente manera: Votos válidamente emitidos /Número de escaños +1= escaños totales, expresión del número de votos recibidos por cada lista se divide sucesivamente por cada uno de los divisores, desde 1 hasta el número total de escaños a repartir. La asignación de escaños se hace ordenando los cocientes de mayor a menor y asignando a cada uno un escaño hasta que estos se agoten. A diferencia de otros sistemas, el número total de votos no interviene en el cómputo.

Este método favorece a las dos grandes mayorías, no obstante en los distritos o circunscripciones pequeñas, se favorecen las terceras mayorías, porque no es posible asignar un número decimal de escaños (de ahí la irrupción del Frente Amplio como tercera fuerza).

En la prensa se ha instalado una suerte de crítica al sistema, del carácter poco democrático que se refleja según la opinión de algunos expertos, pero sin explicar del voto por lista y el voto del candidato que van de la mano en la misma papeleta.

En primer lugar, debemos decir que estas elecciones tienen la misma forma de presentación de las candidaturas de siempre desde la “nueva democracia”, lista cerrada y no bloqueada, y de voto único. Esto quiere decir que tenemos un solo voto, independientemente del número de escaños que estén en competencia y que podemos votar por cualquier candidato propuesto de una misma lista (por ejemplo si votaran por Camila Vallejo, y Labra le superara en votos, deben contabilizar los votos totales de la lista comunista, para ver cuántos escaños corresponden por la cantidad de votos acumulados por los candidatos por lista).

De este modo, si un candidato obtuviera el 90% de las preferencias electorales, es esencial comprender que automáticamente se convierte en traducir el 90% de los votos de la lista, en 90% de los cargos en disputa.

De lo contrario, podríamos postular a favor del voto múltiple, donde el elector cuenta con tantos votos como los hay de escaños en disputa, formato acumulativo y libre, no sujeto al voto por lista.

Si realizáramos este ejercicio electoral en un país de partido hegemónico (como lo fue México por mucho tiempo) y en cada distrito el candidato oficialista obtuviera el 95% de las preferencias, pero aplicando un sistema que valore hasta 7 mayorías o más, obtendría por lista o partido un 95% de votos totales a nivel nacional, y tan solo una séptima parte de los escaños de diputados. Eso también es subrepresentación y está sujeta siempre al tamaño y la distribución de los distritos y circunscripciones, señalando aún más que el mapa electoral y sus eventuales redistritaciones se hacen siempre a puertas cerradas, que nunca son plebiscitados (en chile no se plebiscita nada después de las 4 veces que se realizaron en dictadura) y desde ahí se desprende la repartición del poder electoral.

Lo que prevalece en el método D´ Hondt es el voto por lista, porque para el grupo electoral (coalición o partido) lo importante es que si obtenemos el 60% de los votos, deberíamos tener el 60% de los escaños.

Entendemos que mientras mayor sea el tamaño del distrito (u otra unidad geográfica de desarrollo electoral y representativo) es menor la distorsión electoral, pero por otro lado, el tamaño y distribución de los mismos, no solo define la proporción poblacional por escaño, sino que define que fracción de la población otorga su apoyo electoral (algo volátil en el formato del voto sin sanción o voluntario) y a qué candidatos (sobre todo en distritos sobrerrepresentados, puesto que no hay distorsión electoral sin sobrerrepresentación).

Servel hasta el momento no ha detallado los resultados electorales más allá del 99,94% de los votos, pero con resultado en mano se puede clarificar que nivel de correlación existe entre los distritos legalmente sobrerrepresentados y la ventaja electoral de ciertos partidos o coaliciones sobrerrepresentadas.

Dicho resultado del arquitecto político del mapa electoral que está en el anonimato, que definió el tamaño y distribución de los distritos, que desde ahí emana el poder, así como el voto por lista está en segundo orden, y tercer orden el voto único, de lista cerrada no bloqueada; muy por el contrario de lo instalado en la prensa nacional.

Cabe señalar que el SERVEL instala los votos totales, cifrados en un total de 6.699.627, 616 votos por encima de las elecciones pasadas, pero si le restamos los 23.065 votos emitidos desde el extranjero, los votantes nacionales han descendido en mayor proporción en cada elección que sucede en la historia republicana del sufragio nacional.

Este sistema proporcional es el mismo que fue utilizado en 1973, pero existe una diferencia en la forma de votar por presidentes y que hoy entrega una muestra de lo frágil que es interpretar la “voluntad de la gente” o “lo que quiere la ciudadanía” como interpretación de los resultados electorales.

A raíz del golpe de Estado de 1973, con todo el proceso de 17 años de organización estatal y planificación política posterior, se eliminó la posibilidad de que un presidente resulte electo por mayoría simple, con el objeto de no permitir un resultado electoral como el que sucedió con Allende, con un poco más de un tercio.

En aquella fecha, tanto por lo nominal como también por la composición política, podríamos afirmar que “la gente quería el proyecto de Allende y a Allende mismo”, a pesar de la mayoría relativa con la que consiguió el triunfo.

Si nuestro sistema electoral fuera el mismo de aquel entonces, para la elección de Presidente de la República, Piñera sería hoy el presidente, aunque el sistema de segunda vuelta permite revertir este resultado, resulta fácil (e irresponsable) argumentar a favor de “lo que quiere la gente”, pues son resultados de mecanismos electorales que tuercen la voluntad general.

*El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.
(1) Navia, Patricio; Santibáñez, Nicolas: “Candidatos arrastrados y excluidos en las elecciones legislativas en Chile, 1965-2009”, PP 1-26 Udp, Universidad Diego Portales. Pág. 2.