RETRATO DE UNA CONVERSACIÓN BANAL

Por Cristian Cottet

En este tipo de cosas existen dos posibilidades, ni una más ni una menos, por eso no sobra ninguna y continuo escribiendo, está usted en la campiña francesa y observa una campesina que camina lento, parsimoniosa, elegante camina hacia usted, entonces arregla su sombrero de paja, remoja la frente con un pañuelo y la observa caminar, usted, que está sentado sin hacer otra cosa que mirar, piensa en su abuelo, en su casa, en su ciudad natal que está a miles de kilómetros, ¿qué hago en este descampado? se pregunta, pero sigue mirando la campesina, de pronto esa bella se acerca y usted descubre que es su abuela, que ese vestido, esa sonrisa, esas manos, ese olor, todo es de su abuela, ella se acerca más, lo mira, sonríe, acerca su cara a la suya y lo besa suavemente en la boca, ¿estás cansado? le pregunta ella, no, responde desconcertado, ¿cómo va a estar cansado si es un hombre joven y no ha hecho gran cosa esa mañana? pero hay un detalle que le cae de golpe, ¿qué hace su abuela besándole en la boca? quizás ella no lo sabe pero usted ya escribió un extenso texto que habla de aquello, la mira, luego se mira las manos arrugadas, se toca el rostro, piensa en su nieto, ese muchacho travieso que vive arriba de los árboles, un día de estos hablará con él, piensa y sigue mirando donde comienza el camino, su abuela entró a la casa, lo llama, usted siente miedo, un aire frío le recorre, ella vuelve a llamarlo, ¡ve a buscar a tu nieto francisco, viejo! usted siente miedo, lástima, habría sido mejor estar alegre.

usted está de pié frente a una ventana, no es una ventana cualquiera, es también una puerta que desde hace mucho tiempo está cerrada, usted se acerca, abre la ventana que en verdad es una puerta, pregunta si hay alguien, avanza dos pasos, es todo blanco, sus manos transpiran, observa que en una de las paredes hay una fotografía donde aparece un viejo conversando con una campesina, es una foto en blanco y negro, usted cree que es la campiña francesa, acerca su cara para ver mejor esos rostros, ¿por qué estoy aquí? se pregunta sobresaltado, tratando de salir, pero olvidó donde estaba la puerta, toca la muralla, la recorre, busca donde esconderse, escucha su nombre, alguien lo llama pero no recuerda donde está la puerta, está, nada más está, la voz y la fotografía se pierden, de pronto descubre una pequeña mesita, algo parecido a un escritorio que tiene su correspondiente silla, se sienta, piensa qué hace usted ahí, mira sobre la mesita y descubre una esquela y un lápiz, ¡escribirá lo que piensa! ¡eso! pero no le llega la inspiración, mejor partir por el impulso de escribir.

se observa mientras bebe vino, pero no en copa, toma en un vaso pequeño sacado de una vitrina aun más antigua que cualquiera de sus recuerdos, mira sus manos jóvenes entre las grietas de luz que atraviesan ese vaso, piensa en un bar olvidado de la calle Carrera Pinto donde alguna vez fue aun más joven, pero el recuerdo es nuboso y carente de sentido, queda poco por nacer, piensa, y bebo un trago que se hace largo.

¿bebo vino? no, eso no lo escribió usted ya que usted no bebe y si lo hiciera no tiene en esa pieza una botella o un vaso de vino, ¿dijo pieza? ¿por qué dijo pieza? no entiende, es mejor detener esta historia, ¿de qué bar estoy hablando? escucha voces que lo llaman por distintos nombres, no, no son distintos, usted no es al que llaman, mira la esquela, ha escrito dos páginas, ¿cuándo? dos niños entran y lo llaman, ¡abuelo, abuelo! ¿vamos a ir a la estación de trenes? usted no sabe qué responder.
sin estar atento a lo que piensa toma su vaso de vino y su lapicera, se le cierran los ojos y desde algún etéreo espacio escribe algunas líneas en forma de un poema, que viene a ser las últimas líneas que recordará.

Como buenos ancianos que somos
moriremos según natura lo dispone
mucho antes de reconocer
la jeringa instalada sobre la mesa
y veo de lejos ese vidrio
esa gota de líquido dolor
y como abuelos que debemos ser
desnudamos la ropa y vestimenta

un par de niños nuestros niños
preguntaran luego por el anciano
aquel que tropezaba entre las ramas
pero es mejor instalarlo en un asiento
mirando aquella cordillera
con unos zapatos que arrastra
desde niño desde la noche de ahogo
el viento el viento y el viento en la mirada

tal vez sea un sueño
que se prepara entre las ramas
tal vez sea un fantasma una espina
o un deseo de múltiples eternidades
tal vez sea un sueño
dejemos esto por el momento
el aire que respira lo que somos
la mentira de alimentar niños
la mentira de no estar vivos
para festejar las flores un cajón
y algunas frases mal escritas.