PINGÜINOS, GUANACOS Y ZORRILLOS

Por Cristian Cottet

Esta historia comienza con un pequeño grupo de estudiantes, quizás con el intento fallido de una toma de algún liceo o en una marcha, la marcha de los pingüinos, figura ya mítica en la política nacional. Pero también esta historia posee una prehistoria que habla de un “mochilazo” y de un “raspe”, dos eventos que el Estado, en todas sus formas, trató de ignorar. Es una historia que, sólo en la capital, refiere a más de cien mil estudiantes de enseñanza media protestando en las calles y cuyo pliego de peticiones estaba acotado a reivindicaciones educacionales:
–Derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE).
–Derogación del decreto 524 que regula los Centros de Alumnos.
–Fin de la municipalización de la enseñanza.
–Estudio y reformulación de la Jornada Escolar Completa (JEC).
–Gratuidad de la Prueba de Selección Universitaria (PSU).
–Pase escolar gratuito y unificado.
–Tarifa escolar gratuita en el transporte escolar para la Educación Media.

Con estas propuestas bajo el brazo, obligaron a ministros y presidenta a sentarse a la mesa. Primero fueron pingüinos y luego CONFECH… no lo olvidemos.

Y como quisieron pasarse de listos los ministros, parlamentarios y (nuevamente) la Presidenta, los cabros armaron “colectivos” (concepto nuevo en este Chile del dos mil), aparecieron en las pantallas del televisor de todas las casas, amenazaron, lanzaron un jarro de agua a la cara de la Ministra de Educación, evento conocido como “el jarrazo” y luego se tomaron la Alameda… Sin autorización, lógico, se tomaron el liceo, se tomaron una iglesia, se tomaron el ingreso al Ministerio de Educación, dicho en corto, se tomaron la confianza y cada toma era un triunfo, una alegría. Mientras, en alguna oficina de la Intendencia, la CONFECH negociaba con la autoridad una ruta para “la marcha” planificada a un mes.

A pesar de la extensa historia de la CONFECH, a este entusiasmo estudiantil secundario se sumó tímida y tardíamente. Tal vez con un poco de pachorra, también algo de soberbia y un par de caras bonitas.

Pasados los años debemos ya reconocer que desde un principio los únicos que creían en estas reivindicaciones eran los pingüinos. No les creyó el Partido Comunista, ni los estudiantes universitarios, ni el Estado… pero ellos sí que se la creyeron.

No hubo muertos en estas revueltas, algunos viajaron mojados de vuelta a casa, otros apaleados, otros esperando en una celda que sus padres los retiren. Los pingüinos querían educación, querían que renunciara el ministro de educación, querían ser escuchados, querían becas, querían un futuro mejor, querían puro pasarlo bien… Esas fueron las motivaciones de tomarse la calle, mientras en la vereda de este movimiento estaba aún la CONFECH, estábamos los adultos, los trabajadores aguantando, también estaba el guanaco y el zorrillo… míticos animales urbanos.

En su momento se estimó que más de 100.000 estudiantes, de más de cien colegios del país, se encontraban en movilizaciones el viernes 26 de mayo del 2006. Todo esto organizando el paro nacional de estudiantes convocado para el martes 30, el cual habría contado con una adhesión de más de 600.000 escolares a nivel nacional, convirtiéndose en la mayor protesta de estudiantes en la historia de Chile.

La inmovilidad política y social pensada y gestada en La Moneda, era vencida, superada. La derrota más profunda que teníamos sobre nuestras cabezas era vencida por un puñado de estudiantes de Enseñanza Media que no conocieron la dictadura, que no conocieron al Presidente Allende, que no tienen idea de lo que era la Reforma Agraria, menos aún iban a saber lo que era la Escuela Nacional Unificada.

Era una generación de insurrectos que la historia les pasaba por el lado. Para ellos el presente era hoy, no mañana ni pasado mañana. Tampoco vindicaban el amor libre ni la revolución de las flores.

Bastaba que uno preguntara, “¿Pongámosle rock and roll, cabros?” y ahí mismo se armaba la barricada, aparecía un neumático (nunca he sabido de donde salían, en la mochila no cabía) y quedaba la cagá. Esos primeros años del siglo veinte superaron con creces las revueltas de París y muchas otras, los cabros chicos se insurrectaron, se hicieron políticos, se jugaron el año escolar, se despeinaron y sin siquiera sospecharlo se transformaron en una nueva fuerza de acción política. Ellos no pedían pan, pero enseñaron como se conquista el derecho a la alimentación.

Es desde estas movilizaciones que puede entenderse la posterior masividad en las movilizaciones sociales. Es desde las tomas de colegios y liceos que se proyecta y agranda la lucha reivindicativa en múltiples ciudades o localidades del país. Con esto no estoy asegurando que este movimiento sea hoy una vanguardia revolucionaria, solo que al leer nuevamente estas acciones tan maduras y acertadas del movimiento estudiantil se puede refrescar el ánimo de lucha.
En definitiva, lo que resta es reconocer una identidad social que de sentido al concepto “movimientos sociales”. Los pingüinos marcaron un cierre de la caída, gestionada por operadores y oscuros agentes de la policía, para dar paso a otras expresiones e identidades sociales y políticas, hicieron uso de un carerajismo que no ha sido superado. Desde la vestimenta (que da nombre a eso de ser pingüino), hasta convocar desde las necesidades sentidas como propias, hacen posible reconocer a un “otro” donde se puede confiar, conspirar y vencer.

La lucha que hoy da el colectivo NO+AFP puede ser también una señal. Con una década de por medio, irrumpieron (por fin) los trabajadores a poner orden a las cosas.