NOCTURNO

Por Aníbal Ricci

Presiona el timbre mientras recupera el aliento. Un señor de barba le abre la puerta y le echa una mirada recriminadora. Fernanda lo saluda antes de recostarse en el diván.

–Vi una película japonesa de un anciano que recibe la visita de su nieto.
–Usted llegó siete minutos tarde.
–Le cuenta que presenció cuando el hongo atómico irrumpió en el horizonte.
–Usted no se toma en serio esta terapia.
–No parecía un hongo, tenía forma de continente.
–El subconsciente le recuerda lo desastroso que es para usted el pasado.
–Le estoy hablando de las imágenes.
–Una verdadera explosión arrancó de raíz los momentos felices.
–Era una historia triste.
–Ese hongo podría ser una representación de Brasil.
–Pasé buenos momentos por esas tierras.
–El subconsciente dice otra cosa.
–Mi marido me llevaba a clubes increíbles.
–Insiste en revivir el pasado.
–Me gustaba como me acariciaba.
–Pareciera que la traicionaran los sentidos.
–Soy flaca, apenas tengo senos, pero él me hacía sentir mujer.
–El mundo de las apariencias le hizo perder confianza en sí misma.
–Nunca quise tener hijos.
–Estamos aquí para que aprenda a proyectarse.
–No soy una película –rio Fernanda.
–Se burla de usted misma, piense esta terapia como un lugar sagrado donde viene a recomponer su vida.
–El abuelo no comprendía la impaciencia del nieto.
–El anciano es su pasado y el nieto el futuro.
–Con Bruno disfrutábamos de las mismas cosas, fueron cuatro años maravillosos.
–Un amor tan destructivo como una bomba nuclear.

Camino a casa Fernanda estalla en llanto. El clima de Santiago es demasiado frío y el barrio de El Golf, con sus calles impecables rodeadas de edificios, perpetúa el sentimiento de soledad. Trabaja en una empresa de publicidad y acostumbra vestir a la moda. La reciente campaña para una compañía tabacalera resultó todo un éxito. Vender placer pareciera ser una perfecta forma de subsistir. A veces utiliza el tren subterráneo y se pierde entre la multitud. Un rapero le pidió dos palabras. «Hongo atómico», le demandó una tercera y propuso «Película». El chico encendió el amplificador y comenzó a improvisar:

» Hongo alucinógeno, selva amazónica… usted es mi hembra supersónica…
» Soy lo que recetó el doctor… y mi favela es full amor…
» Princesa alta y espigada… supongo que este man le agrada…
» Siento mi sexo atómico… explotar en su película porno…

Fernanda se ruborizó ante los espectadores del vagón, aunque parecía gustarle el intercambio entre el poblador y la princesa.

» Mejor una película muda… para que no se sienta…

El muchacho solicitó aporte voluntario y dejó a Fernanda a cargo de las miradas ajenas. Se había pasado de estación, el ingenio del desconocido la había rescatado de oscuras lucubraciones.

Otro día llegó puntual a la consulta. No requirió ningún distractor para hacer frente al psiquiatra.

–Revisando mis notas, creo que el hongo con forma de continente en realidad era su hígado. Representa el presente, recién ha empezado a tomar consciencia –qué más nocivo que la radiación– del daño que le provocaron los excesos.
–Ya ni siquiera bebo alcohol.
–Las drogas fueron una forma de autodestrucción. El subconsciente requirió de castigo para encontrar un lugar de confort. Probablemente un sentimiento atávico, algo que proviene de su infancia.
–Mi madre era gerente de una empresa con muchas sucursales. Viajaba mucho y sólo hablaba de negocios.
–¿Usted confiaba en ella?
–Nunca fue a las reuniones del colegio.
–Lo dice con resentimiento.
–Nunca me creyó, tampoco le interesaban mis notas.
–¿Hace cuánto que no conversa con ella?
–Cuando regresé a Chile nunca más volví a la casa de ellos.
–¿Bruno la abandonó y después no volvió donde sus padres?
–Mi padre me compraba ropa interior.
–¿Por qué no quería tener hijos?
–Me violó por años y me compraba vestidos.
–Usted no es culpable.
–No podía ver a mi madre a los ojos.
–¿Sentía que la engañaba?
–Nunca me hubiera creído.
–¿Tuvo algún novio en el colegio?
–Tampoco en la universidad.
–¿Por qué cree que Bruno rompió sus corazas?
–Me encantaba, aunque cuando me tocaba lo rechazaba. Podría haberse acostado con cualquiera, pero tuvo paciencia y me enseñó a disfrutar de mi cuerpo.
–¿Se fueron a vivir juntos?
–En Brasil las drogas no son tema, Bruno jamás pensó que me convertiría en una adicta.
–¿Le contó alguna vez de su padre?
–No se lo he contado a nadie, tampoco tengo amigas.
–Su padre violentó su inocencia y la hizo sentir culpable.
–Mi madre sigue viviendo con ese viejo de mierda.

En la fiesta de fin de año se quedó observando a sus compañeros. Hace tiempo que no bebía, pero sin el alcohol habría sido imposible entablar conversación. Fernanda poseía una belleza glaciar. Sus ojos azules irradiaban una tristeza profunda. Nadie en la oficina se habría atrevido a decirle que se veía hermosa.

–Prefiero ir al cine. Las imágenes me hacen entender lo que no siento.
–El pasado dejó cicatrices, llenó vacíos con emociones fuertes.
–Reconozco a las personas destructivas, la fragilidad es un imán.
–Usted quiere certezas, le gustaría que la comprendieran.
–Prefiero conocer a la gente a partir de sus debilidades.
–¿Le gusta la oscuridad?
–Observo imágenes desde la butaca de una sala vacía.

Fernanda acude todos los viernes al restorán de Isidora Goyenechea. Desde la ventana observa a la gente que pasea por la avenida. Asistió a la avant première de «Animales nocturnos» y durante la ficción intentó evadir la mirada de la actriz. Quizás el director conozca sus pensamientos más ocultos. Espera a miles de kilómetros que surja algo parecido a una emoción. Pide el mismo plato, sabiendo que Bruno no acudirá a la cita.