MIR:DESAFÍOS DE LA LEGALIZACIÓN

Por Cristian Cottet

Finalmente el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) entró en directo proceso de legalización y con esto opta a la posibilidad de levantar candidatos para las elecciones municipales de este año 2016, consolidar alianzas y afinar un programa que represente las necesidades de un pueblo desmovilizado y desconcertado. Es sabido que la decisión es difícil y por lo mismo para este partido no hay otro camino que no sea representar, interpretar y consolidar una orgánica y táctica acorde a esta nueva realidad. Ya se discutió, ya se evaluó y la puerta del Servicio Electoral de Chile (SERVEL) fue abierta y los dirigentes cruzaron el umbral para presentar la Declaración de Principios del partido.

Como decía mi abuela, “Abriga el pellejo si quieres llegar a viejo”.

En cierta forma y en la lógica de lo hecho, no quedan más caminos que enfrentar la legalidad, que protege desde los propios asientos y territorios del municipio, del parlamento y del gobierno de turno. Eso puede ser uno de los desafíos que ofrece la legalidad del MIR, en tanto se instala como recipiente de insultos y para denostar no solo que es posible este camino si no que puede también no serlo. Nada está asegurado en política y eso los militantes del MIR deben saberlo, pueden terminar como ofrenda a los dioses o transformarse en una vanguardia política que hace carne eso de “todas las formas de lucha”, incluso aquellas que se ofertan en el mercado electoral.

Pero en medio de estos desafíos aparecen dos factores que, al parecer, no se sospechaban como las primeras pruebas de solidez de esta nueva táctica y que se manifiestan desde dos situaciones. De una parte, la sospecha de que la dirigencia del MIR esté comprometida con una política de alianza que le acerque a los descarados fraudes al Estado y el uso recurrente del acopio de recursos económicos venidos de la siniestra mano de yerno del dictador. Y por otra, el cuestionamiento que desde la ex militancia puede o no aportar a este giro táctico.

Aunque parezcan dos factores que no se explican desde un mismo marco, lo cierto es esta dialéctica permite generar un territorio de debate donde se condensan las principales tensiones que se le presentaran en lo inmediato a este MIR legalizado.

Los enredos económicos y los sabrosos contubernios políticos que se tejen entre el ex senador Carlos Ominami, su operador político-económico Milton Lee y un ex yerno de Augusto Pinochet, a través de su empresa SOQUIMICH, involucran también al ex diputado Marco Enríquez Ominami, al Partido Progresista, a sus militantes y a quienes pueden considerarse como “aliados”. Este es uno de los desafíos que debe salvar el MIR y los honestos militantes del PRO.

El que una propuesta de cambio se vea involucrada en estafas o corrupción no está en condiciones de ofertar un limpio y enérgico proceso de cambio social. Si algo recorre los gobiernos y políticas en estos tiempos es justamente la corrupción. Un pueblo encantado de su vanguardia es un pueblo que puede cambiar el rumbo histórico que la ha correspondido vivir, pero la más mínima sombra sobre esa vanguardia o sus dirigentes, hecha todo al piso y no queda inscrito en los anales de la revolución si no de la suciedad.

Que Enríquez-Ominami sea en estos tiempos una posibilidad de alianza, en tanto el PRO es un partido ya legalizado y con presencia casi nacional, es el peor de los escenarios que se le presenta al MIR porque esos aliados son los peores, sobre todo porque les sigue de cerca la mano de los tribunales de justicia.

Otra de las mayores dificultades que puede enfrentar el MIR al legalizarse es el rechazo de los ex militantes de este partido, formados en tiempos de ilegalidad, de clandestinidad y de rechazo absoluto a los marcos de participación que ofrecía el Estado. Aunque esta disyuntiva no amilanó a V.I. Lenin al momento de defender el ingreso a la Duma y desde allí, así como desde las movilizaciones del pueblo ruso, proponer e impulsar las transformaciones que la sociedad requería. “Somos duros, pero no tiesos”, me señaló un compañero de militancia en los 70, para graficar lo que entendía como “la línea correcta”.

La gran mayoría de esta militancia del MIR se construye desde la juventud, incluso desde la adolescencia, no es un contingente acerado políticamente, no posee en sus inicios un carrete político que supere el dificultoso objetivo de transformar la sociedad en que vivimos. Es más bien un entusiasmo que marcó las vidas de todos y cada uno, tanto emotiva como racionalmente. Enfrentar ese complejo de Edipo, ese sentido de tribu que nunca se dispersa, sea por sobrevivencia o por soledad, este muro humano, resultará otra de las más duras pruebas de esta intervención táctica que implica una legalización dentro de los marcos de la actual legislación.

Pero esto tampoco significa que el nuevo partido legalizado esté en el compromiso u obligación de compensar este riesgo o difícil decisión con livianos discursos de movilización ni tampoco armarse de cierto purismo, que más que ayudar inmoviliza.

Dicho en chileno, los primeros desafíos que el MIR al legalizarse asume son éticos, son del orden de lo correcto e incorrecto, de lo que se debe plantear con la solidez de principio que le ha caracterizado. Nadie en su sano juicio (también es un dicho de mi abuela) puede cuestionar la decisión que tomó el MIR, pero si se puede desconfiar de los pactos electorales con quienes se entregaron a la tentación de una frágil instalación que bordea lo corrupto y la cooperación con quienes por treinta monedas de plata enlodaron las esperanzas del mirismo, lo más honesto del PRO y las múltiples orgánicas que se han instalado en el complejo mapa de la izquierda.

Judas es un niño de pecho al lado de aquellos eventuales aliados que por un asiento en este desprestigiado parlamento son capaces de hacer uso y abuso de todo recurso. Ser una espiga no es signo de debilidad, es señal de flexibilidad que se hace en la madurez de las orgánicas y dirigencias políticas.