LA TORTURA COMO ESTRATEGIA DE DISCIPLINA POLÍTICA

Por Cristian Cottet

El castigo se ha instalado como un arte de sensaciones, una economía de los derechos suspendidos. Es el suplicio como forma de ordenamiento social. En Chile el suplicio se practica como un eco que recorre la historia y los cuerpos. El suplicio va más allá de quien lo sufre con el tiempo y la constancia que se instala desde la llegada de los ibéricos. Es necesario que el torturado sea expuesto al conocimiento del pueblo, de otra forma se transforma simplemente en un asesinato. Esta exposición simbólica y/o material del castigado es la advertencia.

Los arrestos, persecuciones y torturas cometidos al amparo del Golpe de Estado de 1973 son negados, insistentemente negados por una derecha política. En un principio fueron negados por las autoridades y parte de la sociedad. La detención de opositores al régimen militar es un fenómeno ante el cual las autoridades del estado no otorgan ninguna información oficial con respecto a los detenidos. En ese contexto la desaparición de ciudadanos se configura como una situación límite, de carácter incierto e inconcluso para la cual no se visualiza reemplazo y que crónicamente genera daño social y tensiones agudas en los afectados directos, prolongándose de manera indefinida, como una tortura permanente. Primero en los afectados y posteriormente en los sobrevivientes.

La búsqueda infructuosa y la prolongada lucha por la obtención de información acerca de los familiares provocan un desgaste físico y psicológico de incalculable magnitud en los seres queridos del desaparecido, suscitando sentimientos de frustración y desesperanza, asunto que repercute en el núcleo familiar, a esto se suman las repercusiones económicas y sociales que agravan aún más la situación. La tortura, como herramienta disciplinaria, se instala como el límite de la enajenación social, dejando una costra de miedo y desconfianza. Sobre el convencimiento de que estas prácticas de cualquier tipo de tortura no solo es la transgresión de todo tipo de derecho, se puede también reconocer que estas prácticas gozan de buena salud.

Podemos visualizar así, una cronología del daño psicológico en los familiares de detenidos-desaparecidos, la cual se presenta con respuestas particulares en cada uno de los casos, por ello en la capacidad y tipo de respuesta debe ser considerado el factor individual con respecto a este tipo de pérdida afectiva.

De manera general se pueden distinguir tres fases o momentos en el drama que viven los familiares de detenidos-desaparecidos: la búsqueda, la posibilidad de la muerte o de la vida y el reconocimiento por parte del Estado de estas prácticas.

En un primer momento la energía de los familiares directos de detenido está puesta en la búsqueda del familiar, depositándose en esa actividad todas las expectativas y esperanzas de encontrarlo con vida y evitar situaciones de tortura. Esta situación es vivida como ausencia transitoria, no como pérdida. Ante la ausencia del familiar, que en la mayoría de los casos es el jefe de familia y proveedor del hogar, el grupo familiar debe vivir cambios internos en la asunción de roles, ya que al menos el familiar más directo se hace cargo de los trámites relacionados con la búsqueda y de generar sustento para el grupo, siendo generalmente las mujeres, madres, esposas o hermanas, generándose un detrimento en la función de contención afectiva hacia los niños del grupo familiar. En este marco predominan la angustia y la ansiedad, no constituyendo patología, debido al mantenimiento de la esperanza y de la condición de “detenido” del familiar.

El tiempo es vivido en función del familiar ausente y de los eventos que comienzan a sucederse en torno a la búsqueda de información con respecto a éste, así los sentimientos oscilan entre la esperanza y la frustración

Frente a la situación de encontrarse con negativas por parte de la autoridad con respecto a sus familiares y el fracaso tanto en la búsqueda como en la obtención de información concreta acerca del paradero de ellos, el paso del tiempo y la desesperanza generada por esta situación comienza a asumirse al familiar ausente ya no como detenido, sino que como detenido-desaparecido, situación cargada de imprecisión, incertidumbre y contradicción, ya que han sido detenidos por las fuerzas de seguridad, pero no reconocidos. Más adelante el régimen imperante que posee el control de los medios de comunicación hace un trabajo de falseamiento de la realidad, diciendo que los detenidos fueron puestos en libertad y que presumiblemente hayan salido del país en forma clandestina. A esto se suman las dudas y la desconfianza con respecto a la información difundida por los medios de comunicación, que centran sus energías en alienar a los opositores del régimen militar a fin de evitar cualquier iniciativa en su contra o que denuncie las atrocidades sucedidas.

Ante esto los familiares directos comienzan a vivir o imaginar la posibilidad de que el detenido-desaparecido no se encuentre con vida, a esto se suman las fantasías con respecto a lo que habrá vivido durante su detención: torturas, vejaciones, maltrato físico y psicológico, conjuntamente con el recuerdo del familiar y la íntima esperanza de que el familiar permanezca con vida, asunto que implica la posibilidad del reencuentro, pero en condiciones de sufrimiento. Apareciendo los sentimientos de pérdida y culpa.

A la búsqueda se agregan en este período acciones de denuncia organizadas, en la cual se desenvuelve una lucha colectiva, conquistándose el espacio social con acciones de protesta que instalan en este plano al desaparecido, ante esto las autoridades reconocen la situación, pero no se responsabilizan por lo sucedido ni entregan información concreta. La capacidad de denuncia alcanza sus máximas expresiones en huelgas de hambre y encadenamientos en edificios públicos

El poder que organiza a la sociedad, la respiración de los cuerpos, está ligada al ordenamiento policial y judicial. El desaparecido se instala en una lista de nombres que no hablan. Miles de mudos nombres que nos recuerdan de hecho, lo dicho. Por otro lado, la bruja, la perseguida, la que merece la pira en la plaza, la bruja quemada, incendiada y sentenciada por la iglesia católica. Esa bruja que sana al inquisidor que sanan desde lo profundo.

Este silente dolor de nombres que nos recuerda la muerte parece un desafío que nos hace recordar y sufrir.
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Noviembre 2018