HISTORIAS DE UN METRO 5

No hay deuda que no se pague…

Esta semana ha llegado hasta la puerta de mi casa dos veces una patrulla de policía, la primera para notificarme que debo partir con ellos para cumplir una condena de quince días de reclusión nocturna por vender libros en la calle, en chileno, vendedor ambulante. Argumentos más, argumentos menos, lo cierto es que me comprometí con el funcionario a cancelarlo ese mismo día, así que partí a conseguirme los recursos para cumplir con tan injusto compromiso, después de todo, ¿qué le puede responder a un policía cuando viene con intención de encarcelarme?

Mi lógica para conseguir los recursos fueron: primero, un cajero automático a la mano, no, es muy exagerado; segundo, vender más libros, tampoco, porque no tenía tiempo y me pasarían otra multa, entonces una bomba de bencina, no, mejor opté por encalillarme con Dorita, madre de mi hija Magda, ella me salva, pensé, pero estaba en la playa, finalmente recurrí a un par de amigos/colegas que también venden en la misma estación del Tren Metropolitano, con el dinero en la mano partí a cancelar la multa. Esta es la primera vez que llegaron carabineros a mi casa en esta semana.

La segunda, unos quince días de la anterior, cuando entregué el Recibo de Pago al funcionario de la policía mientras otro me miraba desde el interior del radiopatrulla. No sé si todo esto es un aviso de la Divina Providencia o un aviso de Dorita para que le pague los 28 meses de pensión que le debo o también puede ser un último esfuerzo del Estado por echar al suelo mi postulación a Presidente de la República (no, eso es muy pretencioso), lo más seguro es que sea una advertencia de mis amigos terroristas que están molestos por faltar a dos reuniones donde se discutiría como apoderarnos del mundo mundial.

Lo cierto es que ahora tengo un policía amigo, una deuda menos y un texto que no sé por qué lo escribí si debería estar trabajando para pagar lo de Dorita y el préstamo de mis amigos/colegas. Por lo pronto, metí el paño (el querido paño de trabajo) a la lavadora, no sea que esto no fuere nada más que una brujería, porque yo no creo en brujas pero de que las hay, las hay.

PD: Ha pasado un mes de los sucesos descritos más arriba, ahora llueve, como el Apocalipsis, llueve y debo rescatar a mi hija Magda de la casa de una amiguita. Como llueve y tengo tiempo, paso a saludar a mis amigos de la Estación Trinidad y ahí descubro que estoy con una rueda pinchada, reviso y no tengo la rueda de repuesto. Cierro la camioneta, no me preocupa donde la dejo, me subo el cuello de la chaqueta y parto a pie a buscar mi niña.

Transcurre una semana y nuevamente llega un radiopatrulla a la puerta de mi casa, abro la puerta y me encuentro con el mismo funcionario que me dio chance en el evento anterior. Joven, risueño y nuevamente con un papel en la mano. “¿Qué le pasó ahora? Encontramos una camioneta y preguntamos por el dueño a la Central y me apareció su nombre.” Le explico lo de la lluvia, lo de la rueda, lo de Magda y me dice, “Bueno, si es así vamos a buscarla antes que se la lleve la grúa, ¿tiene la rueda de repuesto?” Sorprendido, subo la rueda y me instalo en el asiento trasero del radiopatrulla. Enfilamos a rescatar mi camioneta conversando.

“Mi padre tiene una de estas camionetas, son muy buenas”. Me dice el carabinero mientras me ayuda a poner la gata, sacar la rueda pinchada e instalar el repuesto. Terminamos, me extiende la mano y tomamos nuestros particulares caminos.

Ni Magda, ni Dorita me creyeron esta historia.

Cristian Cottet