ESTE TEXTO ES TRANSITORIO

Por Cristian Cottet

Dedicado al Benado y al Charly,
amigos que acompañaron.

Este texto es transitorio, disculpe los tonos afectivos o molestos… no son para ustedes. Digo esto solo para contextualizar esta nota. Hubiese querido no tener que escribir estas líneas, pero debo hacerlo. Escarbar una verdad oculta se transforma en un fantasma que no deja vivir si no somos capaces para enfrentarle. Esto trata del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, partido en el cual milité y puse mucha energía en cada una de las tareas que se me propusieron o se me impusieron.

Mi relación con el MIR es antigua, cierto. En comienzos de los 70 era un pendejo del FER, un estudiante de Enseñanza Media que participaba y organizaba, junto a otros compañeros, las hordas estudiantiles de esa época en el sur de Santiago provinciano. Específicamente era un militante, un disciplinado militante que respetaba casi con veneración a nuestros dirigentes. El año 1973 me sorprendió en un campamento organizando a los pobladores de la comuna de Puente Alto. En ese contexto logré, junto a otros compañeros estudiantes y algunos pocos pobladores, rescatar de un grupúsculo socialista un par de AK y algo de parquet. Con eso dimos algo de confianza en la zona, aunque no las usamos. Hay un texto mío volando por internet, donde describo ese rescate cruzando el rio Maipo con los fierros sobre los hombros.

Después de ese cruce del río Maipo volví a la casa de mis padres y retomé la militancia clandestinamente con un puñado de amigos y exFER, formando una base y trasladándome, junto a mi compañera a un campamento donde los pobladores nos temían más que ayudarnos. En ese contexto nace Eduardo, mi primer hijo. Me matriculé y abandoné Ingeniería Mecánica, con tres años de estudio y salí a la legalidad junto a Patricia y Antonio, el matrimonio que me acompañó en los avatares de un MIR que no daba el ancho más allá de mostrar presencia. En ese contexto estudié en la UC Pedagogía con mención en Teología. Con esos estudios hice clases en varios colegios populares. Poco antes de los 80 me contacté con otra pareja de compañeros, Patricia (no es la anterior Patricia) y Leopoldo, los cuales me regalaron una chaqueta de marca Pierre Cardin, me costó varias sesiones de “parrilla” cuando la CNI me detuvo por primera vez.

-Este güéon es pituco -comentaban los CNI-, así que hay que darle no má.

Luego tomé contacto con Raúl y vine a encontrar después de varios años a esa bella pareja de periodistas trabajando en la revista Punto Final. Con la estructura creada con Raúl organizamos las primeras milicias en la segunda mitad de año 1979 (si, el gestor de las milicias no es el Ronco) y el Primero de Mayo de 1980 caigo detenido por una patrulla militar que se me cruzó sin que yo alcanzara a contar hasta tres.

Primero me trasladaron a un cuartel ubicado en Vicuña Mackenna con 10 de Julio y de ahí al Cuartel Borgoño pero no recuerdo cuantos días me tuvieron dándome como tambor en fiesta. En estas condiciones pasé por la Cárcel Pública y de ahí a la “Calle Cinco” de la Penitenciaría. En la Peni la estructura del edificio se dividía por “calles” y por “galerías”. Los Presos Políticos estaban en la Calle Cinco, territorio ganado por los PP de los ’70.

Volví a la Penitenciaria de Santiago. Tres años de traslados, de castigos, de huelgas de hambre. Solo la Agrupación de Presos Políticos se declaró en huelga de hambre, pero como estaba aislado en una celda sin luz, no me enteré cuando levantaron la huelga mis compañeros, en esa situación fui el preso político que hizo la huelga más extensa… por decisión mía. Todos los días el Alcaide, don Pedro Fernández, me visitaba para convencerme que levantara la huelga de hambre, que ya había terminado, que si no levantaba la huelga de hambre no podía sacarme de esa oscuridad. No recuerdo bien, pero creo haber estado por lo menos cuarenta días en esas condiciones. Solo depuse mi decisión cuando el Alcaide, saliéndose del “protocolo”, permitió que Enriqueta, mi pareja y madre de Simón y Francisca, me visitara para convencerme. Pesaba menos que un globo, no me sostenía en pié… pero salí de esa maldita celda con el puño en alto.

De San Felipe emigré a Quillota y Valparaíso. Quillota era la pobreza misma, una de las entretenciones de los reclusos era cazar un ratón (había muchos), untarlo en parafina y encenderlo. El animal corría y los reclusos apostaban qué tan alto subía chillando el pobre animal.

En el Año Nuevo del 1983 salí en libertad desde la Cárcel Pública de Santiago. Enriqueta, madre de Simón y Francisca, me fue a buscar a San Pablo. Volvimos a casa después de años de presidios.

Pero no todo lo que brilla es oro. Me integré a los afanes del Taller Sol, dirigido por mi amigo Antonio Kadima y en una intervención poética en la feria de la zona oeste de Santiago aparece un microbús de Carabineros. El Toño trataba de dar explicaciones a los carabineros, apareció el cura Mariano Puga, la policía trataba de “retenernos”, nosotros dábamos explicaciones. Finalmente nos metieron al bus a poetas y músicos. Llegamos a la Tercera Comisaría de Santiago. Pasamos la noche confiados, pero de amanecida nos retiran a mí y a Toño Kadima y nos dicen que estamos con un decreto de relegación. Los familiares esperaban en las puertas de la comisaria. A Kadima lo enviaron a Alto del Carmen… a mí a Queilén, Chiloé.

A modo de un gesto solidario el oficial de turno nos dio una perorata sobre la libertad y esas cosas y terminó confesando que para él esto era una injusticia. En nombre de Carabineros se disculpó y entregó a Toño a un vehículo de Investigaciones y a mí a un auto sin patente de la CNI. “Será po”, me susurró Kadima. Nos subieron a autos distintos y destinos diferentes. Nuevamente la rutina de vendas en los ojos, de esposas por la espalda y de un tirón al piso del automóvil.

Sin decir “agua va” estaba desnudo, atado de manos y piernas en un camarote metálico y unos cables que introdujeron en el ano y en la boca, luego pusieron a Pink Floyd a todo volumen. No recuerdo si fueron cinco o seis días de “tratamiento”, lo cierto es que una noche me sacan de la celda, me visten, me amenazan que no debo decir nada de lo que pasó y nuevamente al piso trasero de un vehículo rumbo a Investigaciones. Entramos a la Guardia de Investigaciones, un CNI estira un papel al funcionario, pero este se niega a recibirme. El diálogo es más o menos así:

Sáquele la venda y lo recibo –dice el detective de guardia.
– ¡Reciba este papel de recibo! –dice el CNI.
-No lo voy a recibir así.
– ¡Por la puta… reciba este bulto y no huevee más!
-Llama al Inspector –dice una voz- Dile que es la CNI.
– ¡Por la chucha, si esto es solo un trámite!
-Espere, sáquele la venda y podemos recibirlo.
Escucho una voz distinta.
-Esta bien… páseme esa mierda de papel… Ya, ahora salgan de esta oficina o los hechos a patá en la raja.
Al parecer los CNI se retiran.
-Sáquese esa mierda –dice la voz diferente-. Usted está al cuidado de Investigaciones… Mire como le dejaron estos desgraciados.

Mi pecho era una costra de sangre producto de un nuevo “invento” de la CNI. Se trata de un rodillo, como los que se usan para pintar, pero sin la tela que absorbe la pintura. Me lo pasaban desde los pies hasta el cuello conectado a dos cables.

-Le repito, usted está al cuidado de Investigaciones con un decreto de relegación. Ahora lo llevaremos a una celda, trate de aguantar la sed, no beba agua, puede sufrir un paro cardiaco. Llévalo a la VIP –le dijo a otro funcionario.
Ahí supe que la VIP era una celda para empresarios o millonarios que habían cometido algún delito económico. Cheques sin fondos…. Lo cierto es que estaba en Investigaciones. No bebí agua, no me bañé, me quedé sentado en la cama que había en esa celda.

El viaje de Santiago a Puerto Montt fue en avión. El piloto me cedió el asiento del copiloto, conversamos, nos reímos de los funcionarios que acompañaban, al parecer no habían subido nunca a un avión. Vomitaron, se marearon y el piloto hacía piruetas para joderlos.
-Eso que ve abajo es Talca –me dijo el piloto-. ¿Quiere ver la ciudad?
Y dejaba en silencio el motor… los detectives volvían a vomitar.

Hay días tristes, otros que no debieran existir, algo así como instalar una semana de seis días. Pero también hay de esos días luminosos que encandilan, que se cruzan a mitad de calle, que permitan descansar. Después de todo, un día es un día, el resto es poesía.

El transcurso de este día es algo extraño. No es luminoso ni oscuro, aunque tiene de ambos. Meses de salir, con un bolso de papel y dos libros muy ajados, de la principal cárcel de Santiago, se abrieron las rejas y se me presentó la calle como un prado de silvestres pensamientos azules. Pasaron los meses, tal vez tres, tal vez cuatro, era el año 1984 en Santiago de Chile, cuando me invitan a un acto de solidaridad con los pobladores de una villa pobre, ennegrecida por el hambre y la represión policial. Le llamamos “intervención poética” a lo que era una lectura de poesía en la feria de abastos que se instalaba en esa villa de la comuna de Pudahuel.

En definitivo fuimos los más golpeados, los que pusimos la cara, pusimos los muertos que fue lo que más dolió. Esto pudo descansar en varias posibilidades y es así la cuerda del ahorcado que aprieta hasta desaparecer. El MIR y sus construcciones sociales organizaciones sociales y militantes… Pasamos de la Unidad Popular al Neoliberalismo dejando en el camino una estela de lágrimas y barro que no supimos valorar.