EL OSO Y EL REY

Cristian Cottet

Para Magda, Francisca y Alicia,
ellas saben.

Un reino es el hogar de muchas esperanzas, pero del que refiero en este texto se han contado historias de las cuales muy pocas se ha demostrado su veracidad. La más extraña y sorpresiva es la que a continuación narro.

Todo comienza cuando un rey cae en la cuenta de que es hora de prepararse para partir a la Tierra de los Muertos y dejar un sucesor que sepa no sólo gobernar sino también proyectar su obra por los siglos de los siglos. Pero se le ocurre la idea de poner una prueba a las damas que aspiren casarse con su hijo, del cual se rumoreaba que era un héroe de muchas batallas, pero también que estaba negado a casarse con una sola doncella, por lo cual, se le veía muy poco en pasillos y fiestas de palacio. En verdad, se comentaba que sólo el rey y la reina le conocían, cuestión que complicaba las posibilidades de hacerlo monarca. Hasta que un buen día sentenció:

–He tomado una decisión, quien se case con mi hijo, cuando vuelva de la guerra, debe ser una dama aguerrida, bella e inteligente –sentenció el rey desde la ventana más pequeña del castillo–. Para ello la prueba impuesta a esa dama será que logre arrancar una ramita del árbol invisible y traerla como regalo a los pájaros que sobrevuelan el castillo. La primera que llegue con este regalo se casará con mi hijo y será la futura reina.

Para esta historia, valga recordar que el árbol invisible era el ícono más importante de este reino y que al cortarse alguna de sus ramas se hacían ver las muchas hojas que se utilizaban para alimentaban a los unicornios, animales que el rey empleaba en sus paseos y conquistas. Sólo los unicornios podían alimentarse de ellas y por eso fue que pareció tan extraño al pueblo el que no se les ofreciera aquella ramita invisible a los unicornios, si no a los pájaros azules.

–Debe ser una muestra más de la sabiduría del rey –se comentaba en la plaza.

Conocido el desafío, todas las damiselas subieron al primer árbol que se les puso por delante, para tratar de engañar al rey y su complicada prueba. Pero todas, sin excepción, cayeron al suelo cuando arrancaban la rama que pensaban hacer pasar por invisible. Ante semejante desgracia colectiva, el rey se vio obligado a inventar las escaleras, los ascensores, los hospitales, los médicos, el derecho a licencia médica, las casas de reposo, los vendajes y los remedios.

Pero no es todo.

Para hacer más difícil la competencia y condición de matrimonio, el rey impuso que una vez obtenida la ramita del árbol invisible y comida ésta por los pájaros, debía esa misma dama buscar una palabra que señalara lo que hasta ahora representaba una catástrofe. Entonces les dio como ejemplo la palabra «mentira», pero no servía, era muy grotesca. Luego lo intentó con «desafío», menos, con «autoengaño», “despecho”, “crisis” …

–Esto no sirve –dijo el rey–, mejor que se trate de una palabra que se componga de dos palabras… ¡No! Mejor una palabra que la compongan tres palabras.

–¿Como «limpiaparabrisas”, mi señor? –Señaló uno de sus consejeros.

–¡Eso! Como limpiaparabrisas –dijo el rey y se retiró a sus aposentos, pensando en el significado de la palabra “limpiaparabrisas”. Todos los testimonios que se habían podido recopilar indicaban que ninguna dama pudo encontrar el árbol invisible y nadie de su reino pudo encontrar una palabra que se formara de tres palabras… como limpiaparabrisas. Él era un genio con eso de las palabras.

Pasaron los días, los meses y cinco inviernos. Los unicornios se cansaron, las focas durmieron por años sin siquiera abrir un ojo y el simpático oso que comía caramelos observaba desde su casa el devenir del palacio. Un día este oso que comía caramelos se sentó frente al palacio y largó una interminable carcajada. El oso que comía caramelos reía y reía sin parar. Ante este grosero espectáculo, una noche cualquiera el rey, ya viejo, decepcionado y triste, fue a interrogar a ese descarado oso.

–¿Se puede saber qué te causa tanta risa si el reino está inmerso en la más profunda incertidumbre? Eres un insensible. –Increpó el rey al oso que comía caramelos.

–Mi querido y sabio rey –dijo el oso que comía caramelos–, el problema no está en las señoritas que no encuentran el árbol invisible, tampoco está en los grandes inventos de salud pública que usted ha inaugurado. Tampoco está en encontrar una palabra compuesta de tres palabras.

–¿Y limpiaparabrisas? –Señaló con autoridad y enojo el rey.

–Tal vez sea éste el problema –lo interrumpió el oso–. Pero no, no es tampoco ese el problema que le angustia. Sólo complica más las cosas, pero usted como yo sabemos que esas palabras compuestas de tres palabras son sólo propiedad de los ángeles y ellos no las prestan cuando se miente.

–¿Y dónde, entonces, está el problema? ¿Estás diciendo que este rey es mentiroso? –Preguntó el monarca.

Y el oso, después echarse tres caramelos a su boca, respondió:

–Usted majestad busca que un joven pueda reemplazarlo, pero el problema está en que usted no tiene hijos hombres.