EL MUNDO ES ANCHO Y DIVERSO

Tuve una vez la oportunidad de asomarme a esa zona del mundo que se denomina el mundo árabe. Un amigo marroquí me invito a su casa en Tánger, Marruecos, que dista apenas 14 kilómetros del Estrecho de Gibraltar del sur de España, ya territorio europeo con todas las “acotaciones” que ese nombre conlleva.

Mohamed estaba reparando su casa en esa ciudad para lo cual había contratado un equipo de constructores que estaban redecorando las habitaciones con motivos que ya había visto al visitar el Palacio de la Alhambra en Granada, lo que me permitió comprender que habían sido trabajadores de origen marroquí quienes habían edificado esa maravilla arquitectónica en el siglo XIII.

Salí a explorar la ciudad y descubrí por la presencia de una arquitectura y hasta de un urbanismo foráneo venido de Francia “la impronta” de los años durante los cuales Marruecos fue un “protectorado” francés a partir de 1912, eufemismo empleado para no decir colonia, contra el cual combatieron las guerrillas marroquíes de Abd el Krim.

Al llegar al “zoco” o mercado tradicional en las ciudades de ese mundo llamado árabe, me introduje literalmente en otra cultura tanto por la arquitectura como por el aspecto de las tiendas abarrotadas de mercancías expuestas a la vista de quienes pasaban por delante, una al lado de la otra.

Si en algo los marroquíes son maestros es en la talabartería. Había en exhibición cuanto artículo se confecciona con pieles y cueros de distintos colores y para usos diferentes, sin indicación de su precio de venta, entre ellos y en una de las tiendas una hermosa cartera de mujer en piel azul con el sello de Cartier, obviamente no original, pero a mi juicio muy digna de esa marca. Entré e inmediatamente fui abordado por un hombre joven de unos treinta años, vestido con una chilaba, la túnica con capucha tradicional marroquí, que me preguntó en que idioma quería hablar. Primer impacto cultural, mi interlocutor dominaba además del árabe, el inglés, el francés y el español. Después de decirle que optaba por este último, vino la pregunta de dónde provenía, en este caso de España, seguida de si era mi primera visita a Tánger, y luego una invitación a tomar té sentados sobre unos pufs de piel. Hablamos de ya no recuerdo cuantas cosas para finalmente decirle que mi interés era únicamente esa cartera de mujer por la cual, después de expresarme el agrado de haberme conocido, me haría una rebaja en el precio cobrándome únicamente 10 dólares estadounidenses, precio que acepte de inmediato sin regatear, posiblemente una falta de buenos modales en ese ambiente.

Salí con mi cartera de la tienda después de casi una hora de permanencia en ella. Había descubierto que en esa cultura el comercio no es solamente un procedimiento para vender y adquirir mercancías si no que una actividad social durante la cual seres que aunque no se conocieran con anterioridad, entablaban una relación de convivencia y establecían un vínculo social destinado a perdurar, en este caso para que volviera a producirse con ocasión de una nueva compra de algo que tuviera en su tienda por esta nueva persona con la cual se había establecido una relación mutuamente satisfactoria, tanto en lo mercantil como en lo social. ! ¡Qué diferencia con nuestras costumbres comerciales estrictamente formales y constreñidas exclusivamente al intercambio mercantil de un producto a cambio de dinero!

Al regresar a la casa de Mohamed me encontré con la sorpresa de que íbamos a compartir un “cuscús “, un plato tradicional bereber hecho a base de sémola de trigo, verduras, garbanzos y carne roja, pero todos, dueño de casa, trabajadores y yo, íbamos a compartirlo “cuchareando” simultáneamente en la misma fuente en que fue servido. Y pienso que debido a la influencia cultural europea usamos cucharas y no comimos con las manos como ha sido la costumbre ancestral en esos lares. Como antiguo guerrillero, la comida es para mí una cuestión muy seria, “de vida o muerte”, y por tanto mi anfitrión me llamó la atención en tono de broma sobre la alta frecuencia con que metía mi cuchara en la fuente, más rápidamente que los demás comensales. Yo también tengo mis atavismos.

Mi viaje a Tánger me proporcionó motivos para reflexionar sobre esa cultura que denominamos árabe, y que cuando Europa vivió los casi cinco siglos de la alta edad media en el oscurantismo religioso, fue la heredera y la continuadora de lo que griegos y romanos habían logrado. Y desde luego que esa reflexión llevo a la siguiente: ¿por qué no desemboco en su continuación en la creación de lo que ha sido el capitalismo desarrollado en Europa, con su riqueza tanto material como en conocimientos científicos y técnicos? Eso sigue siendo un misterio para mí hasta que alguien me lo explique y de esa manera logre comprender la causa de las tragedias que han tenido que vivir y siguen viviendo esos pueblos hasta el día de hoy.

Carlos Romeo

La Habana, 13 de agosto del 2018