EL MARIDO DE LA PELUQUERA

Por Aníbal Ricci

Adorable puente se ha creado entre los dos
Gustavo Cerati

Tres años después, visitaría nuevamente el Biógrafo para ver «La maté porque era mía» (1993), curiosa película relatada por tres hombres misóginos que, a través de diálogos irónicos, daban cuenta de las razones para matar a la mujer de uno de ellos. El asesino ya había dejado caer a su propia esposa desde su aeroplano, a manera de venganza por su infidelidad. El tercero de los hombres en discordia era un juez, que hace unos años había liberado de la cárcel al asesino por considerar que «un hombre que mata a su mujer no es jamás un asesino». Una comedia que planteaba la disparatada idea de que una persona puede tener derechos sobre otra. Brillantes y delirantes imágenes que transcurrían gran parte del tiempo a bordo de un avión y que invocaba otras reflexiones referentes a la lealtad, aun sabiendo que la única fidelidad válida es aquella que pueda tenerse a uno mismo. A fin de cuentas, la única obligación de cualquier mortal es disfrutar de la vida mientras se juega con el tiempo, ese maestro que todo lo enseña y que al final siempre termina matándonos. Todo a ritmo de tango, pero no de los tristes, sino de esos irreverentes.

«El marido de la peluquera» (1990) había sido una experiencia muy distinta, una comedia nostálgica compuesta de pequeñas anécdotas que definían a sus personajes. Mathilde y el esposo vivían día y noche entre perfumes, mirar por la ventana y bailar danzas árabes, felices dentro del universo de la peluquería. Veían pasar por la ventana solo lo que querían saber del mundo exterior. Mathilde, en secreto, pensaba que la felicidad y el amor no podían ser eternos. Temía que la alcanzara la vejez y perder el atractivo para su esposo. En el fondo era tan feliz, que no quería que el tiempo lo arruinara todo. No se creía capaz de soportarlo y por eso… se lanzaba a las turbulentas aguas de un río.

El final era impredecible. Dejaba marcando ocupado, con los ojos pegados en los créditos, buscando al que había compuesto la banda sonora. No sorprendió que fuera Michael Nyman. Música magnífica, casi tanto como la de «El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante» (1989). No iba a ser la última vez que escucharía su nombre. Años después, sorprendería de verdad con la melancólica partitura de «La lección de piano» (1993).

La película invitaba a una animada plática. No sobre la música, sino sobre el final, no de la película, sino de nuestra historia. El café del Biógrafo permanecía con sus mesas ocupadas. Discutiríamos acerca del suicidio de Mathilde y a la vez nos enfrentamos a nuestro futuro. Pensé en lo romántico de su muerte, en tanto mi novia presagió una tragedia.

Si había que emprender el viaje, cada uno debía descubrir su propia ruta, en sintonía con el otro, pero si las interferencias fueran muchas, mejor seguir por caminos separados.

Ficha Técnica
Título original  Le mari de la coiffeuse
Año                     1990
Duración           80 min.
País                    Francia
Dirección         Patrice Leconte
Guion               Patrice Leconte
Música             Michael Nyman
Fotografía       Eduardo Serra
Reparto          Jean Rochefort, Anna Galiena, Roland Bertin, Maurice Chevit