EL BARRIO ES UNA ALDEA URBANA

Por Cristian Cottet

“El barrio es una aldea urbana”, sentenció una sabia mujer y hasta la fecha no he encontrado una mejor definición de barrio. En principio, aceptemos que el barrio es un “lugar” donde se resuelven la mayoría de las premuras en comunidad, con el resto de vecinos.

Sea por motivaciones de seguridad, educación o desarrollo social, el ser humano tiende a reunirse en distintos niveles de complejidad, desde la manada hasta las más sofisticadas sociedades. Cada etapa va marcando distintos objetivos y destinos para cualquier tipo de instalación geográfica. La ocupación territorial y la alimentación son, por sobre todo, el factor que determina una comunidad. Su apego, sus estrategias familiares, su identidad y su religión será aquello que les defina a la hora de instalarse en un espacio de tierra donde vivir.

En Chile hemos empleado diferentes nombres para reconocer las ocupaciones territoriales, que van desde aquellas que solo buscan un pedazo de tierra para vivir (por ejemplo el campamento) hasta las que ofrecen prestigio y aislamiento (por ejemplo el condominio).

De lo que hablo es de un texto urbano y múltiple que viene a proponer el agotamiento de una tardía postmodernidad y que aquél individuo tan libre, tan resuelto, tan hecho de su propia y sola carne, ese individuo se fue a buena parte. Volvemos a mirarnos el ombligo y descubrimos que estamos más solos de lo que creímos. Esta es la base de las diversas orgánicas sociales que conocemos.

Aceptamos esto como una propuesta cultural desde donde se construyen los paradigmas que darán forma y contenido a un tipo de entendimiento y domesticación del entorno centrado en lo que “se vive” y “se vivirá”. Es desde una postergada postmodernidad donde se re-planteará el desastre de la exacerbación de un individuo desolado de colectividad y abandonado a su ejercicio. Entonces, ¿cuál es el proyecto o construcción social que se propone?

El caserío, el cité, el conventillo, la toma (como estado transitorio), el campamento, la callampa, la vecindad, la población, la villa, el condominio y el barrio, son algunas de las denominaciones que empleamos para definir nuestro territorio habitacional. Es en cada uno de estos espacios donde se define la solidaridad, la contención emotiva, las amistades, nacen los hijos, se saluda por las mañanas a los vecinos. Desde el caserío hasta el barrio, el ser humano ha buscado reunirse e instalarse con otros. Finalmente cada uno de estos nombres define la religiosidad, el esparcimiento, el solaz, el placer y el descanso del trabajo.

Pero estos nombres marcan diferencias y también es una constante el que se empleen y nominen desde la ciudad, desde lo urbano, desde la construcción de ciudad, una ciudad que resuelve las premuras que le explican. La ciudad requiere estos conjuntos habitacionales. Si el caserío es un estado de transitoriedad entre lo rural y lo urbano, es desde este comienzo que deviene luego el cité, el conventillo y la toma, para derivar a la población y la villa. El barrio, ese cariñoso territorio que nos hace ser vecinos, es un estado más avanzado, es un momento de reconocimiento identitario. El barrio es donde se nace, se vive y finalmente se muere.

Lo que existe no es melancolía, no es la búsqueda del camino que vuelve donde se empezó. No, por el contrario, lo que existe es dar cuenta del vacío, de planes, de estrategias, de sentido colectivo. Habiendo fracasado el proyecto de grandes paradigmas, ese que se construyó con héroes venido desde la pobreza, esa mítica instalación hecha de jirones de humanidad; habiéndose caído (no el muro de Berlín) el punto catalizador de entusiasmos, aparecieron fragmentos novedosos de como reestructurar la sociedad.

¿Dónde ocurren estas desventuras venidas del último fracaso capitalista?

De un espacio indefinido, de una ciudad que arremete, que se esconde. Ya no se habla de «clase obrera», de «oprimidos sociales», de dictaduras. No, en ese punto de inflexión social comienza a tratarse con detención las cuentas que esos paradigmas dejaron pendientes. Se trató de hacer «un plan» que apelará a la localidad, a la minucia del dolor, a la trasgresión cotidiana, que antes no se veía o simplemente se negaba por la urgencia que cobraba ese «salvar la humanidad». ¿Qué pasa entonces? Sucede que las obras que componen esas construcciones materiales nos hablan (todas, en distintos tonos, pero todas) de una derrota. Si no fuimos capaces de cambiar el mundo, tampoco lo fuimos de cambiar nuestras privadas y limpiecitas vidas. Aquí se propone como tesis que estamentos como familia, maternidad, paternidad, amistad, respeto o “sentido común”, se sostuvieron a golpe de “tomar con la mano lo que se niega”. Los nuevos paradigmas (muy determinados por cierto) se derrumbaron y la sociabilidad se impuso “desde abajo”, desde lo más profundo de la urbanidad.

Dicho de otra forma, las grandes propuestas de país se fueron transformando en parcialidades territoriales que resuelven la vida cotidiana con sus recursos. Y cuando estos no resuelven, se apela a la obligación de quitarle el sueño a las autoridades locales, porque el barrio no marcha por las alamedas, más bien se apertrecha en el policlínico, en la municipalidad, en la profesora. No hay presidente, no existe ética, ni límites entre mafia, iglesia y política. Ya no sirve ni llega a parte alguna intentar cambiar el mundo, eso no se puede porque los patrones de organización están hecho trizas.

Así, el barrio propone su propio sistema de salud, es diverso y respetuoso. El barrio es obra de los que lo habitan, no es necesariamente una población o una villa, tampoco requiere construcciones en serie. El barrio siempre funciona en la diversidad, en lo diferente, en las casas diferentes, en los pasajes diferentes, en poblaciones diferentes que deciden reunirse y constituir un barrio, por esto no es un espacio cerrado, es la obra de sus propios habitantes, es una referencia de organización y cariño.

El barrio es una aldea urbana y disputa con lo rural, se define como el ámbito desde donde se establece la identidad, el reconocimiento con “el otro” que le acompaña. Posee fronteras, historia, proyectos, reconocimiento.

En el barrio lo deportivo, lo religioso y el arte, entendidos como espacio de sociabilidad, permite reunir los espacios que el mismo barrio define. Posee cancha y jugadores de fútbol, donde se negocia la vida cada fin de semana.

Cuando se analiza un conjunto de esfuerzos intentando alcanzar una línea conductora, siempre se corre el riesgo de estar marcado por las que más llaman la atención al observador y que obliga a repasar lo dicho. Para este analista, o sea yo, no existe disparidad de intención. Con esto no me refiero a los vericuetos de la producción, ni tampoco lo que trató de hacer este o el otro. Más bien se busca, con mis propias limitaciones, lo que esta «generación» está viendo, está mirando de la sociedad que le toca vivir.

El barrio es un esfuerzo mancomunado de muchas instituciones. Pero, por sobre todo, es el esfuerzo y entusiasmo de los habitantes de los que ahora deciden reunirse en esa sola figura que es el barrio.

Por sobre todo, el barrio es un espacio para mejorar la vida.

Mayo 2017