DOS MENTIRAS VERDADERAS

Por Cristian Cottet

Falta aire

La casa donde habita la familia Scuerrili está antecedida por un extenso pasillo cubierto de un parrón que termina en la puerta de entrada. Lo que más puede sorprender a quien les visita son las botellas vacías y descorchadas que se encuentran por todas las habitaciones. Las hay en el borde del parrón, en las repisas de la terraza, en el comedor se extienden por las cuatro murallas asentadas en el suelo, en los closet, en la cocina… en toda la casa el visitante puede encontrarse con botellas de las más disímiles procedencias y uso. Las hay de aquellas que transportan vino, leche, medicamentos o aceites. Todas abiertas y desocupadas.
–¿Por qué tanta botella? –Pregunté, la primera vez que les visité.
–Es para resguardar el aire –me respondió Jossefine, la dueña de casa–. Mientras estén abiertas circula aire que poco a poco se apoza en su interior y puedes respirarlo en algunas circunstancias. Es más, hay quienes creen que el aire que se desliza a la zona inferior de la botella es de mejor calidad ya que al ser presionada por el de la zona superior se reconfigura atómicamente. ¿Entiendes?
–Si, claro –dije en medio de cierta sorpresa que no podía ocultar la incredulidad.
Volví a esa casa las suficientes veces como para acostumbrarme a las botellas y no voltearlas con mis torpes giros o movimientos. El día que era mi cumpleaños les visité para recoger algunos utencilios que se usarían en lo que era la festividad en mi honor. Ingresé por el pasillo del parrón, llegué hasta la puerta y me sorprendió no encontrarles en sus acostumbradas actividades.
–¡Alooo! –Grité desde el umbral.
–¡Pasa! Estamos en el dormitorio –me gritaron desde el fondo.
Estaban recostados todos en la pieza matrimonial. Padre, madre, hijos y el personal de servicios, tirados boca arriba en distintos lugares de la habitación. Unos en la cama, otros en el sillón, otros en el suelo.
–¿Qué pasa? –Pregunté con sorpresa.
–Alicia se descuidó –tomó la palabra Edgardo– y jugando quebró una de las botellas del pasillo central. Habrás visto los vidrios.
–Si, los vi –respondí sin tomar aún conciencia de mis palabras–. Pero Alicia tiene sólo dos años. ¿Y por qué están acostados boca arriba?
–Falta aire, ¿entiendes? –Respondió Edgardo sin mover más que la boca–. Falta aire.

El encuentro

-¡Ayúdame! Estoy herido.
-¿Quién eres? ¿Acaso te he visto luchando?
-Fui herido, ayúdame. Muero…
-En verdad no importa quién eres. Puedes ser un cristiano. Puedes creer en otra vida. Puedes incluso ser un simple oficinista. No importa. Te ayudaremos.
-En verdad no soy cristiano. No creo en la vida eterna ni me interesa la vida fuera de la vida.
-No importa. Nosotros te ayudaremos. Nosotros no tenemos esos prejuicios. Te ayudaremos.
-Yo sé quién eres. Algún día estuve militando contigo. Te conozco. Antes creí en todas esas cosas. Hoy sólo soy un hombre que muere.
-No importa. No importa si eres o no militante del partido. No importa si hablaste o no cuando te secuestraron. No importa quién eres.
-Cierto, no tiene importancia… Ayúdame. Puedo estar en absoluto desacuerdo con tu partido pero eso ya no tiene importancia, ayúdame. Se que en esto tenemos todos responsabilidad… Ayúdame, muero.
-No me importó que fueras cristiano. No me importó si creías o no en otras vidas. No me interesa tu discurso político. Yo también a veces dudo, eso no importa. Lo que no cree es que estemos todos en la misma posición y me pongas al mismo nivel del dictador…
-Disculpa, si eso te tranquiliza, disculpa. Pero no puedo decirte que olvidé, no puedo siquiera dejar de dolerme tus esquivos ojos. Disculpa, debe ser la fiebre, disculpa.
-no me importa tu fiebre. No me interesa tu herida.
-Sólo soy un hombre…
-Debo decirte que yo soy un militante y tenemos ciertas prioridades.
-Yo no soy militante de nada. Soy un hombre caído… ayúdame.
-Quizás en la iglesia puedan ayudarte.
-Por favor, no. Les creo menos.
-Quizás tus amigos. Les he visto por acá.
-No hay tiempo. Ayúdame. Sácame de este lugar. Ahora sólo soy un hombre herido de bala.
-¿Y por qué habría de ayudarte?
-Eres una mierda…
-Te disculpo, vas a morir.
-Eres un cerdo, una mierda, un cerdo.
-Te disculpo, vas a morir solo.
-No lo permitas, por favor, no lo permitas. Soy un hombre que ha caído. Ayúdame, es la fiebre que me hace decir cosas.
-Tal vez en tu familia…
-No, por favor, no.
-No se qué hacer.
-Busca ayuda. Soy un militante que requiere ayuda. Yo también soy un militante, pero no puedo decir desde donde vengo.
-¿Tareas especiales?
-Algo parecido… No importa… Ayúdame.
-Buscaremos un médico.
-Por favor apúrate… me desangro y la fiebre no permite que vea y hable sin saber.
-Buscaremos un médico. No te preocupes, nosotros te ayudaremos. No sabía que fueras uno de los nuestros y menos que vinieras de tareas especiales. Te confundí… disculpa… buscaremos un médico… de haberlo sabido antes… nosotros tenemos algunos recursos…
-Gracias. Siempre supe que podías. Dame un cigarrillo. Gracias. Soy un hombre, sólo un hombre que morirá por creer. Gracias… siempre lo supe…. Déjame morir. Dame un cigarrillo… déjame morir, déjame morir.