CUATRO ESTRATEGIAS PARA DECIR ADIOS

Por Cristian Cottet

Uno

Esto puede resultar muy difícil, tanto como ese pequeño acto de acercarme hasta la silla que ocupabas y preguntar… ¿qué fue aquello que intenté preguntar? Pero resulté ser lento de movimientos, distante de la escritura verbal y escrita. ¿Para que cultivar este afán de traer una y otra vez aquello que nos hiciera feliz o nos dejara al borde del silencio? Eso es parte de lo que he tratado de explicar, decir de una forma no sólo pedagógica sino también aprensiva, que cautive y deje establecida una verdad a medias o completa que remueve y carcome. Hoy, después de múltiples engaños, me decidí a enfrentarte, contarte de frente aquello que da vueltas y no sale, eso que siempre estuviste buscando.

Yo era feliz con pocas cosas y gestos. Con tan minúsculas circunstancias que hasta parecía no serlo. Observar tu orden habitacional, el destino sin fin de las cosas, el simplismo de ciertas posiciones, todo aquello que se ocultaba y que era parte de lo soñado que me hacía sentir acompañado venciendo esa soledad prehistórica que nos da forma. Y es que la soledad no es sólo estar abandonado. Hoy he creído saber que no veré más esos gestos, esos movimientos, esas gestualidades y decidí escribir estas líneas, pero ya vez me envuelvo de rodeos y evasivas curvas que no llegan a destino.

Luego, en otras circunstancias, me alcanzará el entusiasmo para hablarte de lo que fuimos, de aquello que no viste, de lo que se eclipsó por la furia, lo que no dejó nacer la cotidiana esperanza de no estar más donde estamos. Mañana quizás sea el día que te comuniques y puedas volver hasta el primogénito momento que nos encontramos por vez primera, desnudos de historia, solos, sin remordimientos ni destino, al día ese que nos engalanamos de presente para perder hasta la sensación del pretérito inmediato. Es corto el tiempo que contamos, pero lo recargamos rápidamente de vida y en ese esfuerzo se nos va quedando atrás el que fuera nuestro derrotero. Semejo un niño, cierto, diciendo cuestiones que no llevan a parte alguna, pero lo cierto es que he estado estos últimos años sumergido en esta niñez.

Dos

Sólo somos una vida, marchita y móvil, que va haciéndose en cada circunstancia que aspiramos construir. Así, nos creemos constructores de nuestro recorrer y desafiamos el misterio del azar con sólo negarle en su reconocimiento. Esto es un principio para explicar por qué estoy conversando estas cuestiones contigo y no hago de lo sucedido una interminable trenza de causas. ¿Por qué volver una y otra vez sobre el pretérito que dejáramos instalado, cual fotografía sin explicación? ¿Para qué reescribir en cada una de estas circunstancias el que fuera dolor o gozo, si que algo puede hacer de estos dos infiernos cuestiones diferentes y que viene a llenar este diáfano segundo? Hoy ese instante se esfuma desde la casa que cobija y que se construyó desde las particulares minucias que ambos aportamos.

El día que decidimos descargar los muebles en una misma dirección, con el no oculto objetivo de gozarnos en nuestras soledades, ese día de cajas, muebles, arreglos florales desarmados y ropa que se abandona entre un peldaño y otro, ese día de transparencia se estaciona y damos comienzo a lo que posteriori sería nuestro propio monstruo que oculto entre cajas y muebles recorrió el trecho que separaba nuestras casas. En ese día de traslados murieron las pocas palabras que aún restaban de nuestro vocabulario, el silencio comenzó a estrechar lazos con cada madera que construyó la habitación de ambos.

Hasta hoy no he logrado saber qué exactamente atravesó tu mente en medio de aquella madrugada para llevarme a tu casa, preparar un par de cafés, bajar la luz y encender el televisor para ver la más torpe de las películas de la época. ¿Qué fue lo que movió esos cuerpos a llegar hasta un mismo nicho, cansados, lejanos, temerosos y avergonzados para simplemente acostarse? En otro momento, otro tiempo y circunstancia, cuando ya eras palabras y hechos instalados en la casa las caricias hacían poco, comenzaste a levantarte lenta y parsimoniosamente de la mesa, actitud que no sólo te desfavorece, sino que la actúas muy mal, por lo que va derramando furia en cada sonrisa postiza que dejas caer, esa vez y a propósito de no recuerdo qué, reprochaste en no pocas palabras el no haber tenido yo la delicadeza de comentar la mentada película. Lo cierto es que este tipo de actitudes se repitieron cada vez más y refiriéndose cada vez más sobre menos hechos. Tomar un par de frases mal dichas y reinstalarlas en un contexto absoluto y definitivo, es el aporte vuestro que mejor recuerdo de nuestros debates. Tú no sabes contar historias y yo no sabía con precisión qué hacía en esa casa mirando televisión así que el silencio inundó la habitación a la manera de las tormentas, hasta que una mano rozó la piel de ese otro que esperaba.

Tres

Creo que pocas veces me han amado tan inconscientemente como aquella vez. Ese desprendimiento de entregar lo que era tan propio y dejar abiertas las entradas a cada rincón. Pero ese juvenil entusiasmo se va cargando de los dolores pequeños que hacen de este amor una cotidianidad. Lo cierto es que amaba y no me sentí mayormente agredido. Todo, ya lo sabemos, se construye desde lo mínimo y es ese pequeño roce el que nos va haciendo lejanos y hasta a veces huraños. No he logrado saber si me molestó más tener que decir cada lugar donde estaba o tener que ocultar cada espacio que vivía. De una u otra forma fuimos haciendo de esta casa un refugio de cada uno, pero no de ambos. Yo debía saber decirlo todo, tú debías tenerlo todo.
¿Es acaso desamor no preguntar? De cualquier forma, dormir, levantarse y hasta hablar se llenaron de vida cotidiana a poco andar. No dejé de amarte por esto, muy por el contrario fui haciendo de este amor un refugio de la soledad. Amarte y extrañar la voz que te sale fueron mi vicio, mi rencor y mi destino. Sólo que este mismo derrotero es también una forma de alejarse. Los momentos fueron pasando sobre nosotros hasta hacerse una mezcla de rencor y cercanía que poco comprendíamos. Cuando las palabras eran poco lo que podían hacer, sino daño, en un periodo de esa única vida de ambos, te levantaste lenta y parsimoniosamente de la mesa donde bebíamos un café y reprochaste no haber ayudado a la descarga de cosas que traías al nuevo refugio. Más bien fue un desprecio para ti el no haber dejado espacio en el auto para tu cuerpo. ¿Lo recuerdas? Tu bajando macetas y cajas del departamento que habitabas, llevando trozos de otras vidas hasta el interior del vehiculo hasta llenarle y no dejar espacio para nada ni nadie y lo cierto es que no dejamos espacio para ti. Pero hoy no importa todo eso. Hoy sólo se recuerda el minúsculo segundo de un reproche fuera de contexto que no aprendimos a leer. ¿Parezco evasivo? Si, un poco. La verdad es que estos recuerdos salen demasiado lentos y este reescribir se torna algo tedioso. Una vez descargada toda la vida cobró una pigmentación diferente. Nada era como lo habíamos soñado y planeado.

A la manera de un tablero de ajedrez nuestras circunstancias se hicieron de espacios, de colores diferentes.

Cuatro

¿He sido evasivo? Tal vez esa sea la estrategia para mirarte, para tocar tus manos. Tal vez esta sea la forma de no decir adiós y buscar, desde las distancias, aquello que construimos o que re-construimos cada día. La rutina se ha hecho de palabras.

Hoy es jueves, mañana quizás asistamos a misa.