LUCHA DE CLASES EN EL CINE CHILENO

Por Aníbal Ricci

Analizaremos las diferencias del entorno social en tres películas chilenas de factura reciente.

El primero de la familia (2016)

Chile
Dirección: Carlos Leiva Barahona
Fotografía: Felipe Bello
81 minutos.

Esta cinta es la prueba de que con escasos recursos y unos minutos menos de metraje se pueden hacer maravillas. La historia transcurre en un barrio periférico y sus personajes resultan arquetípicos. Podríamos encontrar cientos de casos similares en nuestras poblaciones, no obstante, la película insiste en el naturalismo descarnado para mostrarnos realidades incómodas.

Mientras «Aquí no ha pasado nada» mostraba el mundo ABC1 y «Rara» la clase media, la película de Leiva Barahona se ocupa de las barriadas. Las tres muestran a la sociedad chilena desde distintas aristas, pero «El primero de la familia» incorpora a un personaje omnipresente: la miseria.

Cada toma del fotógrafo Felipe Bello está cargada de fealdad, de claustrofobia, pero aquí no hay un estereotipo de la pobreza, es la miseria calando hondo en cada uno de los personajes, mutando su ADN, para convertirlos en otros seres engendrados por la falta de oportunidades.

La familia tiene buenas intenciones, quiere que su primogénito salga de ese entorno y saque la cara por todos los que quedarán atrás. Pareciera que la familia quisiera ocultarle la miseria, como si fuera retardado y no se diera cuenta que la atención que le han brindado significa que a su hermana la dejaron de lado, la sacrificaron para que él surgiera de entre las aguas servidas que se cuelan desde el alcantarillado.

Más que una metáfora de la descomposición que infunde el entorno sobre la familia, cada una de las historias particulares está contaminada: la madre fue mal operada y no puede acceder a otro tratamiento más que unas muletas; el padre recibe un salario insuficiente para llevar la casa, su mujer no lo respeta, pero en la despedida, cuando el esposo balbucea un discurso por el hijo, la esposa lo mira con emoción, como a otro hombre, nuestro hijo salió «habiloso», vocablo tan chileno dentro de diálogos soberbios.

Tienen el agua hasta el cuello, pero a Tomás le dan unos pocos pesos para que se dé sus gustos en el extranjero. Es el hijo mimado, todo se le permite, pero la miseria, el hacinamiento, quizás fue el alumno más pobre de Medicina. Introvertido, observa a su hermana con ojos libidinosos, en la oscuridad que lo atrapa y su hermana lo entiende, supuestamente será el primero que salga de esa pocilga, pero Tomás lleva impreso en sus genes algo de lo que no podrá escapar.

Aquí no ha pasado nada (2016)

Chile
Dirección: Alejandro Fernández Almendras
96 minutos.

«Obvio que Dios es cuico», dice Ana, lesbiana ABC1 que de inmediato nos interna en una de las vetas predilectas del director: la injusticia de clases, porque medio en broma medio en serio, a Dios le da lo mismo que una chica sea lesbiana si es que proviene de buena cuna.

Hasta en este ínfimo detalle se nota la mano prolija de Fernández Almendras en un guion que no deja cabos sueltos. Independiente del paralelismo con la historia real en que está basada la cinta, ésta se sustenta en tres temas angulares: endogamia social; confabulación de dinero y poder; y sistema judicial corruptible, este último tópico ya abordado en «Matar a un Hombre» (2014) donde la justicia no llegaba a las clases bajas (sistema excesivamente garantista), en cambio, en esta película el dinero permite manipular la verdad, orquestar sus propias coreografías, favor se paga con favor y aquí no ha pasado nada, debido a que la víctima ni siquiera puede considerarse un ciudadano, sino un pobre diablo que tuvo la mala ocurrencia de toparse en el camino del hijo de un prominente político perteneciente al selecto club de la aristocracia criolla.

El muerto tampoco tiene nombre, mientras los involucrados en el crimen (perdón, la infracción a la ley) tienen nombre y apellidos. La endogamia social es patente cuando el grupo de amigos de Manuel Larrea cierra filas ante el incidente (atropello), consultan al padre abogado y deciden inculpar al advenedizo Vicente Maldonado, un chico de su misma clase, pero no tan poderoso ni adinerado como los Larrea.

Vicente no es un santo, bebe en exceso y definitivamente no se hace cargo de sus acciones (el director es implacable en su visión de la clase alta). Si la chica con que sale quedara embarazada, posiblemente no se haría cargo. Él quisiera hacer frente a la injusticia (Manuel Larrea era quien conducía en entado de ebriedad), pero en definitiva le gusta la fiesta y andar a la deriva. Tampoco es muy brillante, no se da cuenta de que su madre también ha sacado una tajada (plusvalía de propiedad) con todo el entuerto en que se vio involucrado.

Fernández Almendras muestra la cobardía de los hijos del dinero al nunca ser ni sentirse responsables de la muerte del hombre. Prefieren echarle la culpa al que está fuera de su círculo mientras Vicente, por su parte, se siente burlado, pero sigue asistiendo a las fiestas de los Larrea.

El muerto no importa, no pertenece a su clase social. Para ellos la culpa no existe, a pesar de ser católicos: si no hay culpa tampoco debe haber castigo. Contratan a un penalista al que le dicen el Perro Barría, un Luis Gnecco que sostiene un diálogo esclarecedor con Vicente. Gustavo Barría es el abogado de los poderosos, ni siquiera esconde demasiado sus propósitos, simplemente insiste en el lado práctico de que Vicente se declare culpable.

El casting es muy acertado, también los diálogos de los chicos ABC1. Es interesante que, a pesar de que el punto de vista (evidente desde la introducción de los créditos) se sitúa en Vicente, en todo momento tenemos clara la voz del director, no siendo obvia sino elegante, mérito del guion.

La entrada y salida del largometraje insinúa un mundo sin responsabilidades, culpas ni castigos, un ambiente si se quiere nihilista, el bajo profundo de la música es lo único que nos avisa que vamos a ser testigos de un conflicto. Aquí no ha pasado nada es la primera cinta en que Fernández Almendras cuenta con recursos económicos adecuados para llevar a puerto su propuesta y se nota, no sólo en los actores de renombre, sino también en la calidad material (sobre todo sonido) que era el punto al debe de sus cintas anteriores.

Esta vez el director abandona los planos fijos, en cambio recurre a los fuera de campo y echa mano a una banda sonora de lujo que utiliza el funky, música suave y relajada, telón de fondo perfecto para dejarse atrapar en esta telaraña.

Rara (2016)

Chile
Dirección: Pepa San Martín
Guion: Alicia Scherson
93 minutos.

Película latinoamericana ganadora del Festival de Cine de San Sebastián. Opera prima de Pepa San Martín como directora, nos involucra en la mirada de una niña de trece años (Sara) que observa el mundo desde el interior de una familia comandada por dos mujeres. Está inspirada en el caso de la jueza Karen Atala, que perdió la tuición de sus hijas por ser lesbiana.

El camino fácil para abordar la historia hubiese sido ubicarse dentro del cine de denuncia, militante y activista de las minorías sexuales. La dirección de San Martín, en cambio, opta por una mirada a la clase media chilena, mostrando los prejuicios que la guían, asimilados del pensamiento de sectores más acomodados y conservadores.

Esta «rara» familia intenta pasar piola y no molestar al resto de la sociedad. Eligieron al Liceo Manuel de Salas (lo sitúan en Viña del Mar) como representante de esa clase media donde, según parece, existe bastante tolerancia al tema homosexual, salvo en sus autoridades (no sé si será así en la realidad, aunque sin lugar a dudas, el Manuel de Salas es parte de la clase media chilena).

En el guion colabora Alicia Scherson, cuyas historias siempre asombran desde un férreo punto de vista (recordemos «Play», «El futuro» o «El bosque de Karadima»). Sentimos los murmullos de los compañeros, de la madre y del padre desde la mirada de Sara, adolescente sin una clara posición ante el conflicto, entregada a lo que dictamine un tribunal o su padre, sin oponer mayor resistencia.

Nica, la gatita adoptada por las niñas, es esterilizada y nadie le pregunta; a Sara y a su hermana tampoco, simplemente el padre las aparta de su madre a través del dictamen judicial. Él tiene un pasar acomodado y quizás su hija no calza con su moral conservadora, dice estar preocupado por su hija, pero acaso prefiere higienizar su entorno social.

Hay gran mérito en la dirección de actores, la cotidianidad fluye de manera natural y habría que felicitar a la productora por un muy acertado casting.