CINE CREPUSCULAR

Por Aníbal Ricci

La vejez o senectud hace referencia a las últimas décadas de la vida de un ser humano. Usualmente se la entiende como un período introspectivo que sirve para reflexionar acerca de acontecimientos pasados y que suele estar acompañado de cierta madurez en el punto de vista. Algo de eso hay en Lucky (2017) ópera prima del actor estadounidense John Carroll Lynch, pero también hay escepticismo, miedo a lo desconocido, una vaga noción de que nada es para siempre y de que la muerte no tiene retorno.

La televisión ha relegado el tema de la vejez a un plano casi invisible. La mayoría de los programas son conducidos por animadores jóvenes, con panelistas y reporteros con edades inferiores a los cuarenta años. El público objetivo, publicidad incluida, suelen ser personas de menos de treinta años, razón que explica la recurrencia de dinámicas juveniles en nuestras pantallas catódicas. En el cine también abunda la temática de acción, aunque da mayor cabida a caracteres de edades avanzadas. En menor medida asistimos a películas donde los ancianos son protagonistas, pero con frecuencia estas visiones suelen tener un grado de profundidad que agradece el espectador.

Viajaremos junto a personajes que afrontan el final del camino en la mirada de tres directores. Reseñaremos Lucky (estrenada en octubre) protagonizada por Harry Dean Stanton, homenaje a la trayectoria del actor y referencia particular de su visión de mundo. Para complementar revisaremos The Straight Story (1999) de David Lynch y Nebraska (2013) de Alexander Payne, diferenciando pensamientos y buscando similitudes con el objeto de encontrar motivaciones en primera persona que sean coherentes y realistas para afrontar dicha etapa de la vida.

Lucky (2017)

Dirección: John Carroll Lynch

Una tortuga y sus travesías por el desierto. El encuadre fijo vuelve todo más lento, le da tiempo al espectador para percatarse de que el aludido es un anciano casi centenario y según el texto de los créditos es el propio actor Harry Dean Stanton, aunque todos en el pueblo lo conocen como Lucky.

Somos testigos de su rutina. Desierto de Texas, panorámica de la casa, enciende un cigarrillo y sintoniza la radio. El reloj marca las 12:00, el tiempo se ha detenido, alguien de cien años ya no puede escapar. Un primer plano lo muestra fumando con el cielo azul a sus espaldas, el travelling evocando imágenes de Paris, Texas sigue sus pasos por calles desiertas. Lo acompaña una música texana y el letrero de estacionamiento vuelve a recordarnos al filme de Wim Wenders.

La rutina se respeta, al parecer es sagrada, afeitarse y hacer ejercicios matutinos son el combustible necesario.

En la cafetería resuelve un puzle, acude al almacén por leche, siempre muy amable con la gente que lo reconoce en forma recíproca.

Parece haber hecho las paces con sus semejantes, no hay tiempo para entramparse en discusiones inútiles.

Desayuna en casa y enciende el televisor, un programa de concursos reafirma sus conocimientos de fechas y palabras. «Realismo» de verdad existe, acepta su situación y pretende estar preparado para afrontarla. La memoria y la curiosidad siguen intactas, el puzle no ha terminado.

Mantiene la mente enfocada, nunca deja que la inercia o la rutina lo derrote.

Al día siguiente se desmaya y el doctor dice que dejar de fumar le haría más mal que bien. Lucky es único, una anomalía científica que fuma una cajetilla todos los días. Debes aceptar que eres viejo, le dice, es importante a esa edad.

«Mientras más viejo te pones, más tiempo vivirás».

Una armónica estridente le permite reanudar el travelling por el pueblo. La tercera noche, Dean Stanton les recuerda a todos en el bar que «venimos solos y nos vamos solos» y David Lynch comunica que ha dejado sus pertenencias y posesiones a su tortuga. Lucky discute con el abogado que prepara ese testamento y se entrevera en un duelo. Encuentra salida internándose en una habitación surrealista de tonos rojos. Despierta a medianoche y el teléfono rojo no responde. Paris, Texas no ofrece respuestas como tampoco el otro lado de la línea telefónica. Mientras fuma escucha la voz cansada de Johnny Cash. Busca explicarse lo que vendrá y solamente observa oscuridad. Siempre ha conocido el rumbo, pero es inevitable esa oscuridad que se va apoderando de su mente. Descansa en su cama, resignado, esperando que algo lo rescate al final, su mirada escéptica conoce la verdad del universo.

Todo va a desaparecer en la oscuridad y el vacío (piensa Lucky), sólo deberá aceptarlo y seguir los consejos del médico.

Tiene miedo, sabe que el camino se acaba. El abogado dice que los testamentos son para eludir a la burocracia de la muerte, pero Lucky le responde que no cambian el hecho de estar muerto. «Nada es para siempre», repite acariciando a un perro mientras la armónica suena melancólica. Un infante de marina le cuenta de su incursión contra los japoneses. No puede olvidar a una niña de siete años que le sonrió en ese entonces. Ella suponía que la matarían, era budista y simplemente le sonreía al destino.

Acude a una fiesta mexicana. Ha entonado en español que ha llegado el momento de perder… Desearía renacer… «Volver, a tus brazos otra vez». Intuye que su tiempo se acaba y en el bar rompe las reglas. «La autoridad es arbitraria», piensa.

Lucky se irá bajo sus propios términos, cree en su verdad.

«Nada… es todo lo que hay», repite y su escepticismo desconcierta a los asiduos bebedores. Preguntan cómo enfrentar a esa nada y les dice que simplemente deben sonreír. Enciende el cigarrillo frente al letrero de no fumar y abandona la escena con una sonrisa.

Enfrenta el miedo con una sonrisa, lo acepta.

Las calles desiertas se verán distintas sin Lucky. No más travellings, sólo planos fijos. Lo expulsaron del jardín del edén, antes maldecía, ahora sonríe mientras desciende la colina, da una última pitada y nos da la espalda. De fondo, la música texana despide a esta tortuga que finaliza su viaje.

Las escenas y los encuadres son bellos y significantes. Los parlamentos, poéticos y sobrios, reflejando los avatares de un alma inquieta y a la vez escéptica. Los paralelismos con Paris, Texas son innumerables, los parajes desérticos, el teléfono rojo y su diálogo monologado. «Hay una diferencia entre sentirse solo y estar solo», concluye Dean Stanton. Las vicisitudes espirituales están muy bien resueltas.

The Straight Story (1999)

Dirección: David Lynch

Historia conmovedora de otro hombre mayor que decide emprender un largo y arriesgado viaje montado en una cortadora de césped, premunido del amor de la gente noble, con la única finalidad de recuperar la relación con su hermano enfermo.

David Lynch abandona su habitual montaje de emociones recargadas e introduce un relato de simpleza abrumadora. Filma al estilo clásico de antaño y las imágenes fluyen al ritmo del anciano protagonista.

Alvin Straight quiere hacer las paces con su hermano, ya no hay tiempo para dejarse llevar por el rencor.

Tampoco deja que su escasa movilidad lo derrote (sufre de artrosis)

Visitará al hermano bajo sus propios términos, cree que al hacer el viaje en una podadora de alguna forma está castigando su orgullo.

Acepta que está viejo y que ya no pueden perder más tiempo.

Existen varios puntos de encuentro en las miradas de estos dos directores de apellido Lynch.

Nebraska (2013)

Dirección: Alexander Payne

La sana relación con los progenitores debería ser una tarea importante a resolver en la vida. Una larga convivencia quizás sea suficiente, pero hay quienes no tienen esa suerte y sus padres parten pronto de este mundo. Ojalá los conflictos hayan sido resueltos a tiempo y la partida transcurra en un clima de armonía.

Hacer las paces con los hijos, en este caso el hijo debe entender al padre (sufre de Alzheimer), parece el camino adecuado a transitar, ya no hay tiempo para discusiones.

La película de Payne utiliza el blanco y negro y una naturaleza estática e inmutable para representar esa posibilidad de perder a un ser querido y en cierto modo la resignación ante el paso del tiempo.

Aceptar la vejez por lo que es, incluida la enfermedad.

Woody Grant presenta rasgos de demencia y su hijo David está preocupado ante las ocurrencias en esta etapa de la vejez. Habla bien del hijo que decide acompañarlo en un descabellado viaje, por más de mil kilómetros (similar al viaje en cortadora de césped), tras la búsqueda de un premio imaginario fomentado por el insensible marketing de una empresa.

Una road movie (al igual que la cinta anterior) desentrañando la historia del padre, un hombre que en el pasado ha sido amable con los vecinos de su pueblo natal y pese a su alcoholismo, el espectador y su entorno familiar van reconociendo su valía como hombre honesto, con debilidades, pero que jamás ha guardado rencor ante la gente que lo rodea.

Haber cimentado buenas relaciones al parecer hace más fluida la despedida.

Las dos horas van deslizándose al ritmo de un viaje de carretera con múltiples detenciones y desvíos, no particularmente ágil, transcurre como la vida misma, a veces divertida y otras veces dramática.

La película propone tener sentido del humor para ir asumiendo la vejez (aceptarla), sobre todo hace pensar en el tiempo valioso que se desperdicia al invocar rencores del pasado.

Nebraska es una obra sin artilugios, aunque su sinceridad y profundidad nos deja con el corazón en la mano durante sus últimos diez minutos.