AY MAMA INÉS

(Una historia de amor)

Por Cristian Cottet

Pedro de Valdivia, lector de Erasmo, sabedor de un sentido común español y masculino, entendido en lides y batallas, no hace gala de esto, siendo más bien práctico y elegante en su discurso. Aún así, nos describe una Inés silenciosa que escasamente interviene, que no sea para una escueta pregunta cargada de monosílabos y circunstancias directas y/o domésticas, acompaña esto un tropel de toscos varones embarcados en la conquista de un territorio que ya cargaba el estigma del fracaso.

Una cosa diremos de antemano, el título del libro “Ay mama Inés. Crónica testimonial” del escritor Jorge Guzmán, no le viene en nada con la fuerza y carácter de la narración. Diríamos que este título se acerca más a una alegoría del papel femenino en avatares tan complicados y lejos del rescate cotidiano, que a la épica embestida de esta pareja de conquistadores.

La narración comienza con un pequeño capítulo donde el autor nos anuncia y encamina en el hecho de que leeremos una obra sobre don Pedro de Valdivia, entregando fechas y lugares que apelan a cierta verdad histórica y que desde allí se lanzará a la aventura de recorrer el camino en la conquista de Chile. Si bien la obra pareciera estar centrada en doña Inés de Suárez, en verdad van siendo las labores de Valdivia lo que da forma a la trama, deteniéndose y profundizando algunas anécdotas de esta travesía, para dar mayor realce y figura al personaje.

Comienza, entonces, con las destrezas de Valdivia por convencer a su superior, el Marqués don Francisco Pizarro, a la fecha Virrey del Perú, de lo oportuno emprender la empresa abandonada por don Diego de Almagro (enemigo de ambos) de conquistar las tierras que van al sur del virreinato. Para alcanzar dicho fin, Valdivia hace devolución de todas las franquicias que por derecho de guerra había alcanzado (una mina de plata, tierras y encomienda), disponiéndose por si solo de hacerse de los recursos que tan grande empresa requería.

Enamorado Valdivia de la idea de fundar una ciudad o país, no descansa hasta lograr dicha autorización del virrey, cuestión que alcanza con el mayor de los esfuerzos en una extensa conversación donde da luz sobre su entusiasmo, sus conocimientos teológicos y militares, para llegar a las más profundas sensibilidades de la autoridad. Alcanzado este objetivo, comunica la buena nueva a su pareja, doña Inés de Suárez, invitándola a compartir la aventura y desde ya techo, mientras invertía todos sus esfuerzos en reunir los recursos para tan grande empresa.

En medio de esta trifulca aparecen en sus vidas personajes como don Pedro Sancho de Hoz, quien de regreso desde España pone en peligro el liderazgo de Valdivia y don Francisco Martínez Vegaso, quien le aporta veinte mil pesos como parte de una sociedad. El trayecto hacia el sur lo comienza Valdivia con un puñado de españoles, para luego sumársele otros capitanes almagristas en el trayecto, y un millar de indios que venía a servir de apoyo y transporte de materiales. En Tarapacá se les une Francisco de Villagra acompañado de un centenar de soldados.

Un personaje importante desde el comienzo del proyecto es De Hoz, el que recién llegado de España venía en reclamar la dirección de la expedición. Esto resulta de mayor trascendencia ya que este señor quien traiciona a Valdivia intentando, incluso, asesinarle ya en el comienzo de la travesía, cuestión que Valdivia castiga de manera liviana. Quizás la anécdota más importante y de mayor extensión en la narración sea el complot que De Hoz y un grupo de españoles organiza contra Valdivia, intentando asesinarle y así arrebatarle la conducción. Descubiertos y apresados, De Hoz, los hermanos Guzmán, y Dávalos, fueron expulsados, sin antes apelar éstos a influencias malignas que le llevaren a cometer tan atroz levantamiento, en tanto a Ulloa se le perdonó su traición.

No antes de la llegada a la zona central de lo que hoy es Chile, Valdivia se encuentra con las primeras resistencias de los habitantes naturales de la zona, sea esto en enfrentamientos directos, como en huidas de sus localidades para luego ocultar los alimentos que pudieran servir a los españoles. Es la llegada al valle y el retorno a sus fantasmales recuerdos de su anterior aventura con Almagro, lo que descompone a Don Benito (maestre de campo) llegando incluso a imaginar apariciones, que le llevan a recurrir al cura y confesarse. Desatendido de sus funciones como maestre, es Inés de Suárez quien le defiende y solicita se le de un poco de tiempo en recuperarse.

Instalados ya en el valle, Valdivia funda la ciudad de Santiago del Nuevo Extrema (lo primero por el apóstol y lo segundo por sus raíces españolas), destinando terreno para la plaza, iglesia, y casas de habitación. Venía ahora el enfrentamiento con los naturales de esa zona, cuyo jefe, Michimalongo, negocia directamente con Valdivia la no intervención en determinados territorios. Epidemias, escasez de alimentos, temor a las reacciones de los indios y poca seguridad de lealtad de todos los españoles, vienen a retraer a Valdivia y a confiarse principalmente en Villagra y Suárez.

Principal eje de la “política” eran los acontecimientos de Perú, que derivaron en la muerte de Pizarro a manos del hijo de Almagro, el tratamiento de los naturales por parte de los españoles (Valdivia en particular, apelaba a la necesidad de cuidarles y tratarles más como trabajadores que como esclavo), y los permanentes pero pequeños levantamientos de aquellos (que, por lógica, anunciaban posibles levantamientos mayúsculos). Es esto último lo que ocupaba parte importante de los recursos; Valdivia y sus cercanos vivían preparándose para ese momento.

Para desgracia de Valdivia y quienes permanecían en Santiago, este primer gran levantamiento se produce en momentos que don Pedro no se encuentra en la plaza. Acorralados por todos los costados (menos por el cerro Santa Lucía), los cristianos desarrollan una brava y descarnada resistencia. Mientras las casas ardían y los pocos cristianos organizaban la defensa, Michimalongo se hace presente con nuevos refuerzos. Es en ese momento que Inés de Suárez se instala en la historia como una valiente, dado que es ella la que, sospechando el temor de los indios a la muerte, decapita a siete caciques que estaban en “custodia” y les lanza sus cabezas, logrando con esto el desbande de las tropas enemigas. Resultado final: cuatro españoles y treintidós indios muertos, y la ciudad hecha una sola humareda.

Dos hechos vienen a instalarse como consecuencias de esta embestida indígena, de una parte la profundización del abandono, falta de alimentos, la desconfianza y la precariedad; y de otra (anécdota también importante) la ganada confianza de Felipe por parte de Inés, Elvira y don Pedro, quien le asigna el cuidado de los caballos como trabajo, cuestión que éste tomó con especial apego.

Si bien hasta este punto la narración se desenvuelve en un detallismo que cautiva y da forma al anécdota rodeándolo de pequeñas e importantes figuras y situaciones, es en las últimas treinta páginas donde el autor “apura el trote” y encierra en tan estrecho espacio situaciones tan importantes como: la conversión de Felipe en Lautaro; la nueva traición de De Hoz y el posterior ajusticiamiento por parte de Villagra; el simulado retorno de Valdivia a Perú, con el engaño de los colonos; la muerte de Valdivia en manos de su caballerizo; la soledad final de Inés de Suárez. Termina así el texto con un supuesto texto que escribiese doña Inés en su lecho, enferma y acompañada de Elvira.

A la hora de hacer una evaluación del texto, creo posible recuperar dos voces que dan contenido al trayecto que Guzmán nos hace recorrer: el rol femenino en la Conquista y la visión que como “presente” tenemos de la minucia de nuestro “pasado”.

Una primera entrada en el tema nos puede llevar al simplismo de ver en este texto una revalorización del rol femenino en la construcción de una nación como Chile. A modo de soporte de esta tesis, aparece una Inés de Suárez dando continuidad y cierto contenido en la narración, es más, el autor desde el título final (originalmente el título del libro colocaba el acento en la “pareja” de conquistadores) Guzmán nos advierte que éste es un libro que habla de “una” mujer y que el resto es agregado.

Pero ¿es así? ¿Es verdaderamente la historia de Inés de Suárez esta “serie de hazañas espectaculares”, o en verdad se trata de una excusa para revalorar desde esta otra mirada, el papel del conquistador macho, que es capaz de acercarse a la gloria de la mano de su amante y concubina?

No siendo Suárez la mentora de esta fenomenal aventura sino más bien el romántico Pedro de Valdivia, ella viene a ocupar el estrecho lugar que éste le confiere, tomando sólo la iniciativa frente a un hecho de sangre, como es el degollamiento de los caciques prisioneros (y que, en definitiva, es el hecho que le instala en el rol de héroe”). No son los sucesos de la vida de la Suárez lo que lleva el ritmo del texto, sino las diversas situaciones que don Pedro debe enfrentar. Mientras la disyuntiva existencial de don Pedro gira sobre lo perenne de su proyecto, para doña Inés aquello es sólo la seguridad de su instalación (sea como su exclusiva mujer, sea como su concubina) en los bordes de la masculinidad de aquel. Finalmente, no es un hecho menor el que el texto comience con una biografía del sujeto-varón, que viene a dar el sustento de la obra, y que su término sea la voz del sujeto-femenino hablando del primero.

Siendo estos cuatro puntos cuestiones dignas de un debate, no podemos dejar de adelantarnos al afirmar que el libro arrastra un discurso de sólido sustento machista, instalando al sujeto-femenino en la estrujada esfera de lo doméstico, transformándola en una excusa que permite resaltar la figura instruida, valiente, soñadora, esforzada, gentil e inteligente del varón.

“Crónica” nos refiere a la narración secuencial de hechos que vienen a constituirse como anécdota (la “historia” que se quiere contar). Nos acerca a un estilo directo, desplegado en su contenido y con destino conocido. Por otro lado “Testimonio” nos lleva a una voz indicativa del sujeto de acción, del “testigo” que Jorge Narváez lo acerca al evento fundacional de “un discurso cultural”; testigo que “ve y cuenta”, por lo que este autor abandona su cetro para “decir” desde una verdad (segundo elemento determinante en este tipo de discurso) que se respalda en su propio génesis.

Testigo y Verdad vienen a ser parte del esqueleto que nos lleva a otro aspecto de la obra: su funcionalidad simbólica como parte de la historia. Quizás el mejor ejemplo de esto es nuevamente el título del texto. ¿De donde nace?

“Ay mama Inés” no es más que una cita del mismo libro. Es Felipe (Lautaro, el futuro rebelde y libertario) el que en su abandono llama a su protectora “Mama María”, claro que ahora no es Lautaro el que grita desolado. Es el autor, es el chileno abandonado de su “maternidad patria” el que se acerca a esta “primera mujer” con las palabras del héroe en un sollozo de dolor, de penumbra desencanto.

Con esto último el autor nos viene a proponer una nueva estructura simbólica (contradicha con cierto “guacho” tan en boga) que se da propia forma en el arraigo y en “su” historia como sujeto de cambio. Lo misterioso de un abrazo está en que nunca sabemos su comienzo.