AVILÉS MURIÓ DE CINCO BALAZOS

Por Cristian Cottet

El paisaje con nieve a partir de la cota mil en todo el Cajón del Maipo, la masa de aire frío baja hacia el valle en horas de la tarde y durante la noche viene cargada de humedad, baja temperatura y presión atmosférica. Un tufo lento se arrastra por las terrazas fluviales hacia la cuenca del río y satura el valle del Maipo con una humedad de hielo que todo lo inunda y si no creen, pregúntenle al Avilés.

-Está helada la hueva-, dijo el marino viejo y fumador cuando entró a la oficinita y saludó a los contertulios con su habitual sonrisa y su típico gesto burlón de llevarse la mano a la visera de su gorro de mercante holandés para luego desabrocharse el chaquetón azul marino de almirante en retiro y poner con la otra mano el mazo de cigarrillos sobre la mesa junto con el Zipper de toda la vida. Todo esto en menos de tres segundos.

Viejo, canchero y compañero lo saludó el machucao del computer con agrado y la simpatía de siempre por un amigo. La vieja de San Gerónimo atenta como siempre, replicó. Y, lacho. Cambiemos de tema, dijo el marino con un aire de inocencia y preocupación, agregó con gracia. ¿Así, que volvió la pela?

Víctor Narciso Lincolao Avilés murió de cinco balazos. Tres por la espalda cuando lo alcanzaron desde un auto y dos en el pecho cuando lo remataron en el suelo… y era, sobre el suelo de un pasaje de la Población Nueva Esperanza, actual Villa Diego Portales de Puente Alto, el jueves por la noche y estaba helado como la muerte. Todos la miramos y ella con un tono de voz de madre acongojada por el dolor de sus hijos, relato los hechos en detalles escabrosos de sangre, dolor y hielo.

La vieja de San Gerónimo, informada de todo como siempre y mientras se santiguaba se cruzaba el paleto cafecito con diseños escandinavos, ajado por los años y medio tirillento, el cual no tiene ninguna necesidad de usar porque el marino le tiene de todo, pero que a ella tanto le gusta y que, según su propia confesión, fue el primer regalo que le dio el Marino, viejo y fumador. Y luego se sonroja aún al recordar que el fresco, le dijo al oído: “Para que me espere calientita cuando vuelva de Noruega de mi último viaje. Por eso lo quiere tanto, aunque este viejito”.

Durante el día, en el único gimnasio de la comuna, Charles Aranguiz Sandoval recibía los honores de los puentealtinos por su destacada actuación en Mundial, comentó el machucao del computer. Todo organizado por farándula de alcaldía y sus haraganes concejales. Todo el cartel de la prensa cubrió la noticia ya que está claro que no vamos a ser campeones mundiales y el circo debe continuar.

En todo caso, bien merecido la tiene el cabro que nació en los campeonatos de barrio de cachorros allá por el 99, cuando administraba la concertar. ¿Se acuerdan como la perdieron estos mentecatos? Y nosotros como siempre llegamos tarde.

Bien por el Charles, un crak para no fumar, sino que el propio del talento que nace en el seno del pueblo, pueblo. Cuando hay una oportunidad al menos. Una calle llevará su nombre en la Población Nueva Esperanza, actual Villa Diego Portales de Puente Alto, a partir del jueves por la noche y estaba helado como la muerte.

Mal por el Vito, que se fue al cuete. Buscaban a su primo, porque en realidad él era sobrino criado con sus primos como hermanos. Buscaban al Lincolao del medio y se pitearon al Lincolao chico. Buscaban al malo y se cargaron al bueno. Así se hace más daño. Y estaba helado como la muerte. Y ninguna calle llevara tu nombre, ni la de tus asesinos.

¡El recambio generacional! Irrumpió el Loco, mientras desde la cocina traía la olleta de greda de litro y medio, recién sacada del fuego y la atmosfera se inunda de aromas propios de un navegado con una o dos copita de aguardiente, y sí tiene enguindao ningún problema, tres o cuatro rebanadas de naranja y el perjurio secreto que el Loco maneja desde que se las dio de pata de perro por Chiloé. Una mezcla acanelada en frutos silvestres, cítrica y etílica en madera de roble, que abre el apetito, dijo el Loco con entusiasmo irreverente y nervioso a la vez.

Luego con el antiguo cucharón de plaqué, sirvió en vasos de ponche el tradicional brebaje de los días de frío, cuando hace frío y está helado como la muerte Y, todos con vaso en la mano nos pusimos de pie para hacer un salud en honor a Charles Aranguis y el Víctor Lincolao, pero lo cierto es que Avilés murió de cinco balazos.

Salud compañeros.