AQUELLOS DESTIERROS DE LA MEMORIA

Por Cristian Cottet

El año 1855 la Librería de Garnier Hermanos (sucesores de D. V. Salvá) publicó en París un libro de gran tamaño, bello empaste, sobre relieves dorados y exóticas imágenes evocadoras de misteriosas culturas, se agolpan en la portada. Su título: Viaje alrededor del mundo. Su autor: J. Arago. Uno de tantos libros que en la época convocaban la curiosidad de un público instruido a “conocer” los misterios y extravagancias de pueblos que habitaban mucho más allá de lo que cualquier imaginación podría imaginar. Comerciantes, autoridades coloniales, viajeros y misioneros se esmeraban por impresionar a un lector acostumbrado a la rutinaria vida de sociedades coloniales. Ellos, aquellos cronistas cargados de aventura, habían “estado allí”, habían vivido lo que ese inocente lector quizás nunca viviría. Si era verdad o no lo narrado estaba fuera de duda ya que el sólo viaje daba valides a lo narrado.

En la portadilla del mentado libro la información es más amplia respecto a esta narración. Se lee:

Recuerdos de un ciego. Viaje alrededor del mundo. Por Santiago Arago.
Enriquecido con notas científicas por Francisco Arago.
Nueva edición adornada con muchas láminas de los mejores artistas.

La palabra “recuerdos” nos evoca lo vivido, lo visto, aquello que se presenta por real y certero, pero ¿de un ciego? Hemos de suponer que el coautor, que puede ser su hijo, hermano o padre, es el que vio lo que se narra y que éste, a la vez, escribió no sólo el texto memorialista sino además lo enriqueció “con notas científicas”. Y digo “hemos de suponer” dado que en verdad sólo mantengo la portada y las primeras cuatro hojas de este libro, ya que encontré en medio de escombros de dudosa procedencia dicho objeto. Lo mantengo desde unos veinte años y me acompaña fielmente en cada cambio, desordenes y giros de la vida. ¿Qué hace que lo mantenga entre mis rarezas preferidas? Las pocas palabras que hacen el título instalado en la portadilla del libro reflejan las tensiones que vienen dando vuelta en mi trabajo de investigación sobre las narrativas memorialistas. Porque resulta que en este tipo de textos, en esta instalación de una narración que testimonia lo visto, se conjugan preguntas, duros cuestionamientos sobre la verdad, la honestidad, la valides de lo contado. Son textos a los cuales entramos con la predisposición de saber que aquellos que tenemos frente a nuestros ojos no es ficción sino “real”. Generalmente los títulos este tipo de libros comienzan con palabras como memorias de…, recuerdos de…, testimonio de…

Entonces, ¿quién narra lo escrito en el libro antes mencionado?

Aparentemente Santiago Arago. Pero es ciego, ¿cómo puede recordar lo no visto sino, en el mejor de los casos, escuchar u oler? Supongo se lo narró a Francisco y éste lo escribió, o es un trabajo a cuatro manos. Quizás Santiago Arago. ¿Y que papel ocupa J. Arago?

¿Quién narra cuando leemos un texto memorialista? ¿Lo contó alguien a otro que lo escribe y publica? La oralidad, la memoria, la técnica de escribir, el sujeto que narra, la veracidad o no de lo narrado, la ecuación epistemológica al asirse de un acontecimiento, lo que se busca con esta narración, etc., podemos numerar muchas tensiones que saltan de este título y del trabajo memorialista y cada uno posee suficiente profundidad para llevarnos a un laberinto.

Se cree que la memoria es una cuestión que viene con los años, de ancianos que se mantienen impertérritos a lo cierto hecho acontecido, vivido y que perdura vívido como parte de su existencia. Lo cuentan a sus cercanos, a sus inmediatos. Lo comunica mientras posee la posibilidad. No siempre la comunicación es algo fluido. Su esfuerzo a veces gana terreno, se le escucha, se comenta lo contado. Se acercan a escucharle hasta que se escribe y se perpetua en la forma de trozos de papel impreso. Este misterioso y recurrido proceso, que se viene repitiendo desde mucho antes de Gutemberg y que se asienta en la oralidad primaria, vuelve a presentarse ante nosotros: el mismo viejo, el mismo testigo, se acerca y cuenta. El mismo trozo de papel le perpetúa. Los mismos que otrora supiéramos de su historia volvemos a escucharle.

Paralelamente en las últimas décadas es costumbre hablar de la memoria, organizar seminarios, o proponer colecciones y concursos en el espacio editorial. La memoria, en algún sentido, es una cuestión que viene con los años, de ancianos que se mantienen impertérritos a lo acontecido, a lo vivido y que perdura vívido. Lo cuentan a sus cercanos, a sus inmediatos. Lo comunica mientras posee la posibilidad. No siempre la comunicación es algo fluido. Su esfuerzo a veces gana terreno, se le escucha, se comenta lo contado. Se acercan a escucharle hasta que se escribe y se perpetúa en la forma de trozos de papel impreso. Este misterioso y recurrido proceso, que se viene repitiendo desde mucho antes de Gutemberg y que se asienta en la oralidad primaria, vuelve a presentarse ante nosotros: El mismo viejo, el mismo testigo, se acerca y cuenta. El mismo trozo de papel le perpetúa. Los mismos que otrora supiéramos de su historia volvemos a escucharle.

Por la curiosidad que estos hechos provocan es que decidí comenzar los ensayos que reúne este libro. Si lo testimonial viene de una oralidad supuestamente perdida, ¿cómo se expresa ese cúmulo de giros que implica el discurso oral y cómo se expresa hoy la flexibilidad que contiene? ¿Por qué al mismo producto le denominamos con tan disímiles nomenclaturas, que van de historias de vida a memorias, de diario de viaje a crónica, de reportaje a testimonio? Si el Testimonio ha sido encuadrado en un significante político y social, ¿contiene ese mismo sujeto textual dimensiones sanadoras o de recuperación de un espacio abandonado o perdido? ¿Cómo se le instala a ese “otro” que se narra en el texto? ¿Pierde credibilidad el que vivió lo contado una vez que su texto memorioso es asumido como propio por una comunidad?

El objetivo de esta investigación es modesto. Como señalo más arriba, más que sentenciar acerca de la narrativa memorialista o el testimonio, aspiro desde mi propia experiencia como escritor y antropólogo tensar aquellos dobleces que se presentan a la hora de leer, escribir o desarrollar el texto memorialista. Estas tensiones, no me cabe duda, arrojarán nuevas dudas y desde ellas deberemos volver a nuestras propias palabras y hacer de ese futuro entusiasmo un acto memorialista. Cuestiones como la traducción, la validez o no de la entrevista, el determinismo que puede cumplir el entorno, el rol del que se sumerge en un hecho, en la vida de una persona o en el tiempo que ese ser humano vive, no son nimiedades. He compartido largas horas, días y años con la vida de otros; he transformado un día de esa persona en un texto escrito, y todo esto no puede sino llevarme a nuevas dudas éticas. Por lo mismo, en el desarrollo de cada paso recurro siempre a la personal experiencia como escritor y etnógrafo dado que de otra forma este texto se transforma en un pantanoso laberinto de abstracciones y este trabajo (en su espíritu) es más un acto de purificación personal (como lo es el testimonio) que una divagación conceptual o teórica.

Pretendo “apurar el paso” a algunos aspectos del texto venido de la memoria que permitan volver la vista a él en el esfuerzo de su consolidación como instrumento de sanación, de autovaloración y, finalmente, de intervención social. Y para alcanzar cierta consecuencia con lo dicho este texto descansará, en cada uno de sus capítulos, en experiencias prácticas donde, el hacer memoria, el construir un texto memorialista, se transforma además en un descubrimiento de técnicas, giros y articulaciones narrativas. En este contexto, hemos ubicado al testimonio en un lugar diferenciador dentro de la narrativa memorialista, pero que no le expulsa ni extranjeriza respecto de su entorno literario.

Muy por el contrario, sólo le confiere particulares responsabilidades, que serán su destino.