ANDACOLLO: DANZA, REPRESENTACIÓN Y DEVOCIÓN

Por Cristian Cottet

La danza es en todas partes un esfuerzo
para ser otra cosa de lo que se es.
“Manual de etnografía” / Marcel Mauss

Para todo aquel que aspire descifrar los códigos secretos de alguna expresión cultural sin reconocer en ello las relaciones que ese fenómeno establece con un par que le entrega contenido y densidad, el trabajo se le hace más difícil. Aspirar entender la devoción y la disciplina que se despliega en los bailes religiosos en Chile, obliga buscar ese origen casi misterioso que le justifica desde la vida cotidiana pero que se potencia en las relaciones sociales que le contienen. Así, entender que la comprensión de esos fenómenos es una cuestión de cotidianidad, es comenzar con seguridad el trabajo que se emprende. No hay misterio en estas cosas. Y si lo hubiese, se encuentra relacionado con los actos, gestos o situaciones que se viven día a día. La música y con ella el baile o danza, no escapan de esta dinámica.

En este sentido, pareciera que siempre se escribe (o se está escribiendo) para otro, o desde otro, sin que esto disminuya la posibilidad de diálogo con un pretérito donde el encuentro no pasa de ser la referencia de este presente. Son muchos otros imaginarios reconstruidos desde los jirones de una historia a la cual logramos asirnos y transformarnos en la continuidad de ese otro que hablo, o escribo. Es nuestra excusa, nuestro objetivo, nuestro personaje, nuestra razón (lógicamente) de escribir. Es otro aquel desde donde venimos al oficio de escribir, ese que creemos ser o por lo menos nos justifica humanamente. Ese primer otro, casi horizontal, al cual saludamos en nuestro idioma, ese que nos acompaña en los cotidianos viajes, que nos observa y observamos minuto a minuto, ese otro básico, rudimentario, conocido, asible en las mañanas y en las tardes. Ese otro, que es parte de lo que yo mismo puedo definir como lo que soy, somos nosotros, somos los que escribimos, los que mueven este lápiz y este cuaderno, eso otro se asienta en la seguridad de ser parte de una comunidad, de un pueblo, de un espacio físico, ese otro es la seguridad de no estar solo en la ciudad, en el poblado, en el vecindario o caserío que habitamos. Ese es nuestro primer otro, nuestra primera referencia cuando escribimos y constituye nuestro pretérito imperfecto. Es a ese al que primero convocamos cuando se emplea el idioma, cuando debatimos sobre Dios. Es el que autoriza hablar de pertenencia, de cultura y de sociedad. Así se establecen los límites geográficos o culturales, así se pertenece a un “algo” que en su seno lleva la contradicción de aquello que entendemos por alteridad.

Mirado así, las figuras reconocidas como “bailes religiosos” nos retraen a un sujeto que está en otra parte o territorio, nos lleva a un espacio desconocido y hacemos de esa distancia nuestro sujeto de referencia. La ceremonia comienza, se instalan los grupos de baile y cada uno despliega su performance, su estiramiento del cuerpo, su historia y la historia de todo el país. Porque un chino bailando no es sólo ese sujeto moviéndose, es también un eterno chino que se repite, que se multiplica en cada armonía de los movimientos y el encuentro de esas agrupaciones de bailes al reunirse no sólo se declaran devotos de un santo o una virgen, en definitiva de una imagen, son en verdad los que remiten su historia a un retorno original y ceremonioso, es el mito que les reconstruye y hace de aquella instalación una ceremonia nueva, patrimonial y apegada a ciertas identidades que dan forma a una especial religiosidad.

Después de todo, encontrarse con un territorio donde se levanta aquella pequeña ciudad, de nombre Andacollo, y reconocer más de una quincena de ceremonias de este tipo, no es lo que encontramos a diario. El origen de ese otro es justamente lo que se pretende reconocer, pero también es ese otro el que se presenta como representación de experiencias apegadas a rutinas, ceremonias y, por sobre todo, la vida cotidiana transformada en una representación plástica y rigurosa. Andacollo es una comunidad que baila, que trabaja y baila hasta el máximo de su resistencia. Es una danza que convoca y seduce, una danza apegada a su propia cotidianidad. Andacollo habla desde la danza, se prepara y despliega desde la danza. Su estructura social está determinada por esos dos factores: la sociabilidad y su historia y cuando alguno de sus agrupaciones de baile se presenta ante la Chinita, lo hace con toda esa historia y aprendizaje.

Digamos primero que este texto trata de un seguimiento directo y en terreno del desarrollo de ceremonias religiosas en la comuna de Andacollo. Un acercamiento que prioriza la observación directa, con instrumentos de trabajo como la entrevista, el “estar ahí” o la conversación informal. Por lo mismo se trata de una estrategia cualitativa, en lo fundamental, sin mezquindad en la voz de los protagonistas y con un fuerte apoyo visual.

Estoy convencido y consciente que “estar ahí” sobrepasa la pura observación o registro etnográfico, se hace necesaria una narrativa transversal. También estoy consciente que toda muestra no logra más que atrapar parte de la instalación, por lo que muchos términos y conceptos deberán ser re-definidos y re-intalados, haciendo con esto un renovado ejercicio memorialista. La danza ofrendada a figuras religiosas, conocidas también como “baile religioso”, nos remite a experiencias determinantes, experiencias que refieren a la historia de pueblos, cuerpos, comunidades. Esas historias cotidianas son las que se vuelven a instalar con las rutinas que conocemos como danzas, como bailes.

En cierta oportunidad en que participaba de una ceremonia devocional me encontré con un grupo de bailes morenos que además del uso de los colores patrios, empleaban como instrumento musical, para marcar la rutina del baile, una matraca de madera que al girar su caja emitía un sonido extraño, un sonido discontinuo. Consulté a los miembros del grupo el porqué del uso de ese tipo de matracas y la respuesta fue la siguiente: “Por el sonido, es el sonido de las cadenas que se les ponían a los esclavos negros”. El nombre de ese baile es “morenada” y apela a la negritud de su origen. De la misma forma, el instrumento “matraca” nos traslada a la esclavitud de negros y al instrumento de contención que eran las cadenas.

Sin dudarlo, puedo asegurar que la vida cotidiana es el crisol de estas agrupaciones de bailes religiosos, por lo cual, negarles ese origen es desnudarles de contenido. Algo semejante ocurre con los “bailes de indios”, nacidos a comienzo del siglo XX condicionados por las primeras películas de vaqueros e indígenas luchando por la propiedad y uso de la tierra. Podemos también observar las “diabladas” y su apego a estamentos religiosos de origen oriental. O los “chunchos”, que apelan a culturas amazónicas.

Entonces, la danza conocida como “baile religioso” es una representación de un algo que nos recorre cotidianamente sin siquiera sospechar que representa otra vida y que se las juega desde el baile, desde la danza. El trabajo es una danza, el subir y bajar del maray es una danza que se materializa en la riqueza que transforma las culturas. La danza se materializa mientras representa una otredad que se disminuye ante la magnificencia del movimiento y la devoción religiosa.

El maray es una herramienta de molienda, traído a estas tierras por las primeras huestes incas. Se trata de una enorme piedra ahuecada con otra introducida en la copa de la anterior y que se controla por dos seres humanos en una rutina donde un trozo de madera permite que en cada extremo los operadores giren y realicen un movimiento múltiple de la piedra interior. De esta forma el material introducido es molido. Esta rutina laboral obliga que los dos trabajadores giren en torno a las piedras asidos de cada extremo del madero subiendo y bajando, mientras giran en torno a la base. “Maray” es definido como un “molino indígena que consta de una pecana grande, cuya mano está atada a una horqueta de madera. Moviendo la horqueta se mueve la mano. En realidad, son dos piedras: una plana, la solera; otra redonda o fusiforme, el bolador” (Arambarri y Mancilla, 2012).

Arriba, abajo, arriba, abajo… así pasan el día, la semana… la vida y es ese ritmo el que trasladan hasta la plaza en la forma de un baile para venerar a la virgen. Eso es el baile de “chinos”, una representación del trabajo en el maray, es la representación del maray. El que baila repite los movimientos, la vestimenta, el apego a la magia de rendirse a una imagen sacra. El que baila está instalado en el espejo de su trabajo minero. La figura del “chino”, como sujeto apegado a su propia representación, también podemos encontrarle en la tradición de Andacollo. En quechua el concepto “chino” no existe, en cambio lo que si se define es la “china” como: “[s.] (idem hina) hembra (animal); mujer joven / así, de ese modo” (Arambarri y Mancilla, 2012). Entonces, las características de la china son de una mujer joven, que por el uso o la costumbre refiere a una empleada de un señor o señorío. Este término se encuentra en Argentina, mujer guapa, término cariñoso, “chinita”; Paraguay, muchacha que sirve el mate (Lévi-Strauss, 1988. 171); Chile, trabajadora de casa particular; Ecuador, Bolivia o Perú. No sabemos con certeza en qué momento este término (china) se masculiniza y pasa a denominar los trabajadores mineros del norte de Chile como chino. Quizás de este giro proviene la categoría “trabajar como chino”, dado que los trabajadores del socavón y del maray se caracterizan por ejercer una fatigosa y extensa jornada de trabajo, de igual forma la figura de la china refiere a una situación de infidelidad amorosa, a la amante se le reconoce como china.

Hoy la china está instalada en el baile nacional de Chile, cuestión que no siempre se interpreta como una participación voluntaria, siendo este baile una representación del devenir cotidiano de las trabajadoras de la casa patronal, donde el patrón acosa a la empleada. Esta situación originaria ofrece un giro existencial donde el varón que trabaja “apatronado” y “de sol a sol” en la minería o la agricultura, se reconoce como chino, vaciando en la representación del baile la materialidad de su práctica cotidiana y se transforma en un devoto inmerso en la religión católica, dando origen a una institución que perdura por siglos.

Remitámonos a fines del siglo XVI en la localidad ya nombrada como Andacollo. La minería es, y lo seguirá siendo hasta nuestros días, la principal fuente de trabajo y riqueza. Se ha encontrado, o traído, una imagen de la virgen para la veneración de los habitantes de este pueblo. Podemos sospechar que los sectores más acomodados despliegan esa devoción mediante las ceremonias y rituales propios del catolicismo. Pero esa misma devoción es asumida también por “el bajo pueblo” o los trabajadores más sacrificados, haciendo de ello una continuidad de la devoción a la Pachamama y a las rutinas que desde su espacio de trabajo les determina. Es el maray la tecnología más avanzada en las labores de molienda, tecnología que es instalada mucho antes por el imperio Inca. El maray (del quechua, mortero) reúne y organiza a los “chinos” en un definido territorio de trabajo. El primer registro de un “baile de chinos” refiere al año 1584, año en que un indígena letrado, Laureano Barrera, elabora un listado de aquellos que participan del baile. Digamos también que esos maray aún se encuentran en funcionamiento y trabajo en Andacollo.

¿Qué pueden hacer esos trabajadores, en su mayoría indígenas o trabajadores forzados traídos de África, a la hora de mostrar su devoción a la virgen? No resulta errático creer que esa comunidad sólo puede mostrar a su objeto de devoción más que su trabajo, su rutina de trabajo, el cotidiano vivir es el origen de su ceremonial devocionario. El trabajador de los maray, el yana (negro, del quechua) obligado a servir o trabajar la tierra, no puede saber más que ese arriba… abajo… arriba… abajo… arriba… abajo. Esa rutina laboral, así como el sonido de las cadenas que atan al moreno, es la base material desde donde se comienzo a estructurar la danza religiosa.

Pero hablar o escribir acerca de las premuras y bondades de una virgen como la del Rosario de Andacollo, es un asunto cada vez más complicado en un mundo que se mueve desde el computador a la tarjeta de crédito y de ésta al aparato de televisión. Un territorio, como Andacollo, donde se despliega una de las más honestas devociones, tiene eso y mucho más. Andacollo es un espacio de fe, un territorio marcado por el trabajo y la devoción, del duro trabajo minero que entrega minucias de su riqueza, pero cobra enormes vidas humanas. Entonces, escribir de la Chinita, nombre cariñoso y popular que recibe la virgen, es un ejercicio memorialista, donde la identidad de las personas se ve cruzado por toda la tecnología de que podemos ser usuarios, pero también se ve intervenida por la espiritualidad, en todas sus formas, de los andacollinos y devotos venidos de lejanos territorios.

Andacollo, como toda comunidad humana, se enfrenta a un patrimonio infinito y ha sido la vida cotidiana la que ha marcado ciertas zonas materiales e inmateriales como parte fundamental de su identidad. Una de estas zonas identitaria son las ceremonias religiosas, la economía determinada por la minería, la agricultura y la ganadería. Los bailes y ceremonias religiosas, que toman forma en peregrinaciones, música y baile, se celebran desde finales del siglo XVI, y quizás mucho antes de la llegada de los españoles, principalmente por las agrupaciones de chinos, sumándose luego los turbantes a partir de 1752 y posteriormente los morenos, los gitanos, los pieles rojas, los danzantes o los chunchos. Su amor y fe es siempre demostrada a la Chinita acompañado de matracas, tarkas, flauta de cañas, bombos, cajas, trompetas y platillos.

Es en estas ceremonias donde se condensan todas las actividades que dan cohesión y confianza a la vida cotidiana de los habitantes de Andacollo, por lo que este registro no sólo se centra en la fiesta sino que les instala como parte de un todo holístico, que involucra múltiples actividades de esta comunidad.

Andacollo es una comuna de Chile ubicada en la provincia de Elqui, en la IV Región de Coquimbo. Limita al oeste con la comuna de Coquimbo, al norte con la de La Serena, al este con las comunas de Vicuña y Río Hurtado y al sur con la comuna de Ovalle. La comuna posee una superficie de 310 km2 y una población aproximada de 11.100 habitantes, con un crecimiento de un 6,8% respecto al censo de 2002. La comuna fue creada oficialmente el 22 de diciembre de 1891 tras la promulgación de la Ley de Comuna Autónoma.

El 12 de abril de 1607 García Román, uno de los gobernadores de la zona, le describió al rey de España que “el cerro de Andacollo es uno de los ríos de oro que hay en el mundo”, por lo que le dio este nombre al sitio (Alba; 2000. 12). La traducción más cercana a una traducción del quechua de la palabra Andacollo debería ser mina de cobre. Este significado, el más común, proviene de dos palabras autóctonas: «anta» y «coya», que en conjunto deberían leerse como cobre-reina o reina del cobre. Pero la tradición se construye de otras versiones. Al respecto, el misionero claretiano Principio Albás aclara con cierta energía:

Otros autores traducen la palabra coya por mina, en cuya opinión Andacollo significaría mina de cobre. Otros, en fin, son de opinión de que Andacollo se deriva de la palabra antacari, que traducen por oro mezclado. Creemos que la primera opinión tiene más visos de verosimilitud; en todo caso queda descartada y mandada retirar la opinión que se ha hecho bastante vulgar y que atribuía la palabra Andacollo a la piadosa leyenda en que se hacía aparecer a la Virgen diciendo a un indio, a quien daba el nombre de Collo: “Anda, Collo”.

Esta opinión, aparte de no tener base histórica alguna, se opone a la creencia unánime de que el pueblo en el que se halló la imagen de la Virgen, existe ya mucho antes de la conquista española, y llevaba ya el nombre de Andacollo, nombre que, parece indubitable, es de origen quichua (sic). (Albás; 2000. 14)

A partir de este hecho histórico, se teje una primera leyenda: En dicho incendio solo lograron escapar dos españoles los cuales huyen hacia las montañas encontrándose con este asentamiento indígena que trabajaban en las quebradas de abundante oro. Estos forasteros asustados por lo acontecido entierran su tesoro más preciado: una pequeña imagen de una virgen tallada. Algún tiempo después un leñador llamado Collo mientras cortaba leña encontró dicha imagen de la virgen a lo que escucho una voz divina que le dijo: “Anda Collo anda y comunica a tu pueblo que me has encontrado”. Collo toma la figura y la lleva a su hogar ofreciéndole culto, relacionando la imagen con la Pachamama.

Otra versión cuenta que este leñador llamado Collo primero tiene la visión de una imagen celestial que le pide buscar algo, el leñador no sabe que, sin embargo, busca y busca hasta encontrar la estatuilla de la virgen entre unos arbustos secos. Dice la tradición que cuando se supo de dicho milagro se mandó a edificar un templo en el terreno del hallazgo y debido al carácter sacro del lugar, una población considerable se reúne y da forma a la ciudad de Andacollo nombrándolo así por respeto a su origen.

De todas formas, los datos históricos indican que los españoles conocieron la riqueza de las tierras y debido a esto volvieron al pueblo, construyendo la primera capilla mariana en 1580, lo que transforma a Andacollo en el segundo templo mariano más antiguo de Latinoamérica, después del templo de la virgen de Guadalupe en México. Andacollo es el primer lugar donde se organizan los bailes religiosos, con el baile de los chinos propiamente tal. Algunas investigaciones arqueológicas señalan la zona como parte del territorio ocupado por la cultura El Molle, base de la cultura Diaguita, los cuales trabajaron el cobre y el oro hasta el día de hoy, señalando el carácter minero al pueblo.

La ciudad fue fundada por los Incas, quienes el año 1420 al apoderarse de sus riquezas convierten la zona en una colonia minera. De ahí encontramos un primer significado del nombre, de origen Quechua: Anta-Coya, que se traduce como oro de la reina o reina de metal. En 1544 la ciudad de La Serena es fundada por Juan Bohon, pero los indígenas se rebelan incendiando la ciudad, destruyéndola por completo años después esta es construida por Francisco de Aguirre. La economía de Andacollo ha dependido históricamente de la actividad minera, de medianas y pequeñas explotaciones de cobre y oro. En los últimos años esta actividad ha venido mostrando crecientes caídas que obedecen, como efecto combinado, al agotamiento del recurso y a los bajos precios que alcanzó el mineral en los últimos años de la década de los noventa; la crisis de la minería fue un gran golpe para la población; si bien la pobreza ha estado siempre presente en la historia de Andacollo, en los últimos años se ha recrudecido.

Datos del año 2000 mostraban que un 36,2% (MIDEPLAN, Casen 2000) de la población vivía en condición de pobreza. Valga decir que por cada 10 andacollinos(as) había 4 que no alcanzaban a satisfacer sus necesidades básicas. Hoy en día la actividad minera sigue siendo uno de los pilares fundamentales de la economía comunal; no obstante y como resultado de la crisis, se observa el surgimiento de una serie de actividades de servicios y un significativo desarrollo de la artesanía, ambas vinculadas principalmente a la explotación de los recursos turísticos relacionados con la riqueza histórica y cultural de la localidad, íntimamente ligados tanto a la veneración secular de la Virgen Morena como a su condición de pueblo minero.

La microregión de Andacollo es un yacimiento extenso. La villa se sitúa sobre el mismo. En la cúspide de su actividad, hace aproximadamente 50 años, la cantidad de metales en bruto era muy superior a la de hoy; de ahí parte de la decadencia actual. Había oro en cantidades comerciales y en las arenas de las «tortas de relave». En los círculos mineros se discute si hay o no cantidades comerciales de otros minerales desechados por la industria del cobre. En la cúspide de su actividad, hace aproximadamente 80 años, la cantidad de metales en bruto era muy superior a la de hoy; de ahí parte de la decadencia actual. Había oro en cantidades comerciales y en las arenas de las “tortas de relave” aún resta el rico mineral. En los círculos mineros se discute si hay o no cantidades comerciales de otros minerales.

La llamada “pequeña minería del cobre” de la región se caracteriza por su capacidad limitada de producción, que va desde la extracción artesanal de minerales (pirquineros) y su posterior venta a centros de recepción, hasta las instalaciones electro-mecanizadas de concentración (su mejor ejemplo se puede encontrar, en estado de ruina, en los alrededores de Andacollo). La convicción de los habitantes de Andacollo es que esa riqueza es obra de la generosa tierra y de la voluntad divina de la Chinita.

Nada hay, concreto o visible, hasta hoy. Toda la comuna está marcada por las huellas de maquinaria e instalaciones que fueron productivas. Las instalaciones se diferencian entre unidades para el tratamiento del sulfuro de cobre (flotación de la pulpa producida por los trapiches) y el tratamiento del óxido de cobre (lixiviación en piscinas).-

La llamada «pequeña minería del cobre» de la región se caracteriza por su capacidad limitada de producción, que va desde la extracción artesanal (pirquineros) de minerales luego la molienda en los maray y trapiches, para su posterior venta a centros de recepción (ENAMI), hasta las instalaciones electro-mecanizadas de concentración (su mejor ejemplo se puede encontrar, en estado de ruina, en los alrededores de Andacollo).

La textualidad no termina ni comienza en la palabra escrita o hablada. Los textos que nos reúnen siempre están tensados por otro texto que le antedice y esa disputa binaria es el origen de nuevos textos. Los denominados “bailes religiosos”, por ejemplo, son una permanente actualización y tensión de textos que disputan con el origen.

A la ciudad se puede llegar en bus por la carretera norte, hasta La Serena y desde ahí tomar locomoción local hasta Andacollo, también se puede por la carretera que conduce a Ovalle y desde ahí avanzar por la que lleva a La Serena, aproximadamente en medio de este camino se encuentra el poblado El Peñón, de antigua instalación. Desde este cruce hasta la Plaza de Armas de Andacollo se recorren 27 kilómetros, superando una difícil cuesta.

Bibliografía

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