ALLENDE Y YO…

Por Nicolás Véliz

Cuando trato de hilvanar los recuerdos de mi infancia entre los seis y los ocho años, sólo logro obtener algunas imágenes que me transportan a momentos en que yo siendo un niño, estaba frente a microsegundos históricos rodeados de personajes que con el tiempo se transformaron en parte de mi propia historia. Allende llega a mí, a través de mi abuelo, junto con mi tío Armando, ellos estaban con Allende, mi familia era Allende. Instalaban los afiches de la UP en la ventana, se ponía los fines de semana el tocadiscos RCA Víctor, conectado a una radio de tubo (telefunken) para escuchar a Ángel Parra cantando “Aquí se queda la clara, tu entrañable transparencia…”.

Todo era Allende, mi casa, la música, la sobremesa de los adultos, mientras yo hincado debajo de la mesa empujaba dos autos entre los pies de cada uno de ellos. Recuerdo ese encuentro de sopetón con un grupo de la Brigada Ramona Parra, pintando los muros del antiguo cementerio de buses que se ubicaba al final de Dorsal, yo con 6 años veía alucinado como las brochas delineaban grandes rostros multicolores y entre ellos Allende, sus lentes, su bigote, su rostro presidente.

Recuerdo mis traslados matinales al colegio (en esos tiempos uno podía irse solo a la escuela con 7 años) y en la esquina de San Fernando con Alberto González, el kiosco con su lado izquierdo tapizado de pequeños libritos (que a los años supe que eran los Quimantú) y el “kiosquero” me decía, “usted tiene que aprender a leer compañerito, sólo así se les puede ganar a los momios”, mientras yo miraba “los monos” de las tapas de cada libro, y eran tan gráficos, que uno lograba más o menos, acercarse imaginariamente a esos cuentos de papel roneo. Como también me acuerdo, cuando mi abuela me mandaba hacer la “cola” al pan, a las tres de la tarde y ella me relevaba de la “guardia cólera” a las 5. También recuerdo a mi compañera de curso (hija del tenista Pato Cornejo) que vivía en la esquina de mi calle, cuando me invitaba a jugar a su patio y nos parábamos sobre los tambores de aceite, saltando de uno en uno, claramente algunos juntaban el aceite que muchos otros no teníamos en la mesa, ahí también estaba Allende.

Pero lo que más nítidamente recuerdo, es cuando Allende va a la comuna, y mi abuelo me toma de la mano y parto con él a la calle Independencia, pasada la IDEAL y ahí, en esas casa de ladrillos antiguos y ventanas largas a la calle, justo ahí en donde hoy existe un local de remate, se comienza a mover las bancas, entre varios más, entre varios iguales a mi abuelos, a mi familia, poniendo la bandera chilena, la bandera del partido, porque el compañero Presidente estaría ahí y luego asistiría al gran acto de Dorsal con Independencia donde el Quila canto el himno del Unidad Popular. Yo con pantalones largo con dos parches en cada rodilla y un chaleco azul, sentado al lado del viejo, (claramente advertido que de ahí no me muevo), al costado derecho de la tercera banca que daba a la puerta de entrada, mientras tanto la cabrearía chica y no tan chica, los inquietos (mis compañeros) dando vuelta entre banca y banca, en ese momento ingresa Allende acompañado de otros, de varios, de compañeros, saluda con la mano en alto, los aplausos estallan los gritos de aliento, de esperanzas, de sueños, de dignidad, Allende estrecha las manos de esos hombres y besa a cada mujer que se le acerca, en ese mismo momento, como una lagartija cuando la sombra le llega, me muevo velozmente hacia el pasillo, veo el brazo de mi abuelo como una arpón de tras de mí, y atino a correr hacia la puerta, sin mirar a nadie, cuando choco de lleno con las piernas de Allende, este me mira hacia abajo, y tocándome la cabeza me dice “A dónde vas negrito, esto aún no termina… recién comienza”.

Así éramos, Allende y yo, cuando nuevamente tuve ese instante transportador para transitar por la historia con el compañero presidente, un día sábado de agosto, en familia partimos almorzar a la UNCTAD, al casino de ese edificio parecido a un martillo invertido, para conocer esa modernidad de autoservicio, (que después con los años el Burguer King nos hipnotizo) la decoración se asemejaba a la película odisea en el espacio 2001, ahí en pleno pasillo con las bandejas, eligiendo el menú popular, aparece el Compañero Presidente, sonriendo y abrazando a los más diversos comensales, preguntando como está el menú, tomando una bandeja, poniéndose a la fila (una cola no, esas las hacía yo en el pan) para almorzar, para suerte de mi familia y mía, se sentó en nuestra mesa (una larga mesa en donde caímos todos y muchos más, como una gran familia) conversó con todos, con la abuela sobre la JAP, con mi madre sobre los colegios, con mi abuelo sobre los sindicatos y conmigo sobre el futuro.

Tiempo después, un 11 de septiembre de 1973, cuando mi profesora jefa con los ojos inundados en lágrimas nos manda para nuestras casas, un día nublado. Fue que llegando a mi cuadra vi una vecina destapando una botella de champaña, descorchándola en el momento justo en que el sonido era más rápido que mis ojos para ver el Hawker Hunter tronando en el cielo, cargando mi futuro en sus roquets, ese mismo instante la llovizna me humedecía el presente. Allende seguía en casa, mi madre embarazada quemando El Siglo, mi abuela en llantos, mi abuelo en la calle haciendo lo que siempre había hecho, poniendo todo el corazón en el repliegue, en la contención a la incertidumbre de sus otros compañero y yo escuchando junto a mi abuela la radio, Allende nos hablaba a mi abuelo, a mis amigos a mis compañeros de curso, Allende una vez más me hablaba del futuro… “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirá las grandes Alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”