ALÍ RODRÍGUEZ: UN AMIGO REVOLUCIONARIO

Falleció Ali Rodríguez a los 81 años siendo Embajador de Venezuela en Cuba, actividad que le permitía seguir sirviendo al proceso revolucionario que se desenvuelve en su país a pesar de su delicado estado de salud que requería de la permanente atención médica, que gustosamente le brindaba la medicina cubana.

Ali, joven abogado se integró a la lucha guerrillera que en los años sesenta del pasado siglo se desarrollaba en Venezuela y se convirtió en el capitán Fausto. Cuando yo estuve en una de las agrupaciones de esa guerrilla en el Oeste de Venezuela, Ali se encontraba en otra zona con los integrantes de Bandera Roja, en un intento de lograr la unificación de todos los movimientos guerrilleros venezolanos que existían en esa época.

La lucha guerrillera forma un tipo de revolucionario muy peculiar por la manera en que esa experiencia que se puede catalogar como casi traumática, “choque emocional que produce un efecto (en vez de daño como dice el DRAE) duradero en el inconsciente”, cambiara para siempre al individuo que logra adecuarse a ella, porque la vida del guerrillero implica una forma de existencia solamente comparable a la que regía entre los homo sapiens primitivo muy anterior a la etapa histórica, cuando regia un humanismo basado en la solidaridad entre los miembros del grupo como la única manera de poder sobrevivir. Si después de esa experiencia se sigue participando en una experiencia revolucionaria, el objetivo del comportamiento de esa persona será fundamentalmente el objetivo ideológico común que se persigue, por encima de los intereses y conveniencias personales.

Quien conoció a Ali Rodríguez puede lamentar que en el proceso revolucionario venezolano no hubiera muchos más como él para seguir a Hugo Chávez, ese niño descalzo que vendía dulces preparados por su abuela para ayudar económicamente a su familia y que se convirtió en un militar, pero con la idea de utilizar esa fuerza para mejorar las condiciones de vida de su pueblo y no para reprimirlo.

Nos encontramos Ali y yo por primera vez un 14 de julio en la Embajada de Francia en La Habana durante su primera gestión como embajador en Cuba y cuando lo aborde preguntándole si él era el “capitán Fausto”, su primera reacción cambio cuando le dije que el jefe de mi columna en Venezuela había sido El Cabito y entonces con una sonrisa espontanea me dijo “Esta aquí conmigo en la Embajada”.

Tiempo después cuando era Ministro de Finanzas en su país, me invitaron para hacer una evaluación de la organización de ese Ministerio y nos volvimos a encontrar así como posteriormente durante una asesoría al presidente de una gran empresa comercial venezolana, precisamente el hijo de El Cabito, joven de 30 años con estudios en ciencias políticas pero sin ninguna experiencia en esas materias, al que serví de “guardaespaldas empresarial”, siendo Ali entonces Ministro para la Energía Eléctrica.

Pasaron algunos años y Ali Rodríguez volvió a ser designado Embajador en Cuba, ahora como una solución para poder compatibilizar la continuidad de sus servicios a la Revolución Bolivariana y el cuidado permanente de su delicada salud. Nos volvimos a encontrar varias veces y el tema era precisamente lo que acontecía en Venezuela.

Se nos fue Ali, pero sigue siendo El Cabito el Cónsul General de Venezuela en Cuba y para mí un vínculo entre el proceso revolucionario cubano con el venezolano del cual circunstancialmente he formado parte.

En estos momentos recuerdo el título de una película inglesa, “Los buenos mueren antes”.

Carlos Romeo
La Habana, 20 de noviembre del 2018